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El desperdicio de alimentos no es una opción: todos somos parte de la solución Opinión

El desperdicio de alimentos no es una opción: todos somos parte de la solución

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Juan Bello
Por : Juan Bello Director Regional y Representante del Programa ONU para el Medio Ambiente para América Latina y el Caribe
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En un momento en el que la temperatura global ya ha aumentado 1,2 °C desde el período preindustrial, nos obliga a actuar.


Vivimos en un mundo donde más de 780 millones de personas padecen hambre, pero a la vez el desperdicio alimentario es alarmante. La situación empeora cuando miramos lo que sucede en los hogares donde, según el Programa de la ONU para el Medio Ambiente, en 2022 se desperdiciaron más de mil millones de toneladas de alimentos, lo que representa un promedio de 79 kg por persona cada año.

Este derroche no solo significa comida que se tira, sino una pérdida monumental de recursos como agua, tierra y energía, utilizados para producir esos alimentos. Además, según la FAO, cada año, el 13% de los alimentos se pierde en la cadena de suministro, desde su cultivo hasta la venta, alcanzando la cifra de unos 930 millones de toneladas, o 129 kg por persona.

En América Latina y el Caribe la situación no es menos preocupante. Según las Naciones Unidas, en 2023, 41 millones de personas en la región continuaron sufriendo hambre, y el 28,2% de la población enfrentó inseguridad alimentaria moderada o grave, casi a la par con el promedio mundial (28,9%). La región también se enfrenta al costo más alto de una dieta saludable en comparación con otras regiones, que alcanza los 4,56 dólares diarios por persona, mientras que el promedio mundial es de 3,96 dólares.

El desperdicio de alimentos no solo afecta la seguridad alimentaria, sino que también contribuye directamente a la triple crisis planetaria del cambio climático, pérdida de biodiversidad, y de contaminación, desafíos interconectados que se abordan en las Convenciones de Río, adoptadas en 1992 durante la Cumbre de la Tierra.

Estas convenciones subrayan la importancia de proteger los ecosistemas y desarrollar soluciones basadas en la naturaleza. La reducción de las pérdidas y desperdicios de alimentos no solo combate el hambre, sino que también es clave para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y para detener la degradación de ecosistemas, suelos y tierras productivas. 

De otro lado, en las regiones cálidas (como buena parte de América Latina y el Caribe), el desperdicio de alimentos per cápita es mayor debido a la falta de una cadena de frío confiable y al mayor consumo de alimentos frescos. Además, las olas de calor y las sequías agravan esta problemática, dificultando el almacenamiento seguro de alimentos. También existe una clara diferencia entre las zonas urbanas y rurales.

En nuestra región, el 81.2% de la población vive actualmente en áreas urbanas (para el 2050, se estima que el 89% de la población vivirá en zonas urbanas). Mientras que en áreas rurales se tiende a desperdiciar menos, gracias a prácticas como el compostaje y el uso de sobras para alimentar animales, en las ciudades el problema es más agudo, lo que destaca la importancia de fomentar la circularidad en entornos urbanos.

Todos tenemos un papel que desempeñar, desde el agricultor hasta el consumidor. Los gobiernos, las empresas, la sociedad civil y el mundo académico deben unir esfuerzos para reducir el desperdicio de alimentos y acelerar la transición hacia sistemas alimentarios más sostenibles. 

La buena noticia es que revertir esta situación es posible. Los países que priorizan la reducción de pérdidas y desperdicios alimentarios no solo pueden salvar vidas y reducir el hambre, sino también mitigar los impactos del cambio climático. Si se eliminaran las pérdidas y desperdicios de alimentos actuales, las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global, que representan entre un 8% y un 10% del total, podrían reducirse significativamente.

Además, según estudios del Banco Mundial, esto podría generar un ahorro de hasta 1 billón de dólares al año. Para lograrlo, es fundamental un esfuerzo colectivo que incluya políticas que fomenten la eficiencia y la sostenibilidad en la cadena de suministro, prácticas agrícolas más sostenibles, y el uso de tecnologías mejoradas para la manipulación y distribución de alimentos. También es crucial abordar la falta de datos que informen sobre políticas públicas y, sobre todo, promover una mayor educación entre los consumidores.

Vincular la pérdida y el desperdicio de alimentos con la agenda climática es una oportunidad clave para avanzar. Estrategias como las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDCs) y los planes de acción nacionales sobre biodiversidad (NBSAPs) son fundamentales para lograr este objetivo. Reducir a la mitad el desperdicio de alimentos para 2030 ya es un compromiso del Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal, un paso crucial para enfrentar los desafíos que amenazan nuestra seguridad alimentaria y el medio ambiente.

El desperdicio de alimentos no es una opción. En un momento en el que la temperatura global ya ha aumentado 1,2 °C desde el período preindustrial, nos obliga a actuar. Solo un esfuerzo colectivo, desde los gobiernos hasta los consumidores, puede garantizar que los alimentos lleguen a los platos y no a la basura.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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