Hoy, Chile y Japón suman más de 125 años de relaciones bilaterales, participan en ejercicios navales conjuntos, y comparten experiencias y conocimientos sobre seguridad marítima, uniendo a ambos países en un esfuerzo común por mantener la estabilidad en sus respectivas regiones.
Este mes se cumplen 140 años desde la incorporación del crucero “Esmeralda” a la Armada de Chile, un buque que dejó una marca profunda tanto en la historia naval de nuestro país como en la de Japón.
El 16 octubre de 1884, la “Esmeralda” –construida en el astillero W.G. Armstrong & Mitchell and Co. Ltd., de Low Walker (Inglaterra)– arribó a Chile como parte de un esfuerzo por modernizar la Armada nacional de esos años.
Con un desplazamiento de casi tres mil toneladas y un importante poder de fuego a partir de sus modernos cañones y ametralladoras, su llegada marcó el inicio de una nueva era para el poder naval del país, que –tras la Guerra del Pacífico– buscaba reforzar su presencia en el Pacífico Sur.
De esta forma, con sus capacidades avanzadas (para la época), esta “Esmeralda” se convirtió en un pilar de la flota chilena y un símbolo de la creciente influencia de Chile en la región.
Dentro de los hitos del servicio de este buque estuvo el haber trasladado desde Iquique, en 1888, los restos del capitán de fragata Arturo Prat Chacón, del teniente primero Ignacio Serrano Montaner y del sargento Juan de Dios Aldea Fonseca, de regreso a Valparaíso.
Asimismo, durante la Guerra Civil de 1891, desempeñó un rol crucial al alinearse con las fuerzas congresistas en su lucha contra el presidente José Manuel Balmaceda. De hecho, su presencia en el bloqueo de puertos y la movilidad que permitió en el transporte de tropas fue decisiva para la victoria de los opositores a Balmaceda.
Pero la historia del crucero “Esmeralda” no termina en aguas chilenas. En 1894, apenas una década después de su llegada, el buque fue vendido al Imperio japonés, una nación que, al igual que Chile, estaba en pleno proceso de modernización de su flota naval bajo la dirección del emperador Meiji.
Una vez bajo bandera japonesa –tras concretar el traspaso a través de Ecuador–, la “Esmeralda” fue rebautizada “Izumi” y se integró a una armada que pronto demostraría su capacidad de desafiar a las potencias imperiales.
El “Izumi” participó activamente en la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), un conflicto que marcó un punto de inflexión en la historia de Asia. Y si bien no fue un buque de primera línea, jugó un papel importante en labores de patrullaje y reconocimiento durante la decisiva Batalla de Tsushima, en la que Japón, contra todo pronóstico, derrotó a la poderosa flota rusa.
Esta victoria no solo consolidó al Imperio japonés como una potencia emergente, sino que también fue una muestra temprana del cambio del equilibrio de poder en la región del Asia-Pacífico.
La venta de la “Esmeralda” a Japón fue, en retrospectiva, mucho más que una simple transacción comercial. Representó uno de los primeros vínculos tangibles entre dos naciones que, aunque geográficamente distantes, compartían una ambición común: modernizar sus Fuerzas Armadas y asegurar su lugar en el escenario marítimo global. Este intercambio fue un temprano preludio del vínculo naval que ambas naciones continuarían desarrollando en el siglo XX y más allá.
Hoy, Chile y Japón suman más de 125 años de relaciones bilaterales, participan en ejercicios navales conjuntos, y comparten experiencias y conocimientos sobre seguridad marítima, uniendo a ambos países en un esfuerzo común por mantener la estabilidad en sus respectivas regiones. Y aunque la “Esmeralda”/”Izumi” ya no navegue por las aguas del Pacífico, su legado sigue siendo un testimonio de esta estrecha e histórica relación.