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Las causas silentes: el olvido detrás del espejismo del estallido social Opinión

Las causas silentes: el olvido detrás del espejismo del estallido social

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Marco Moreno Pérez
Por : Marco Moreno Pérez Decano Facultad de Ciencia Política y Administración Pública, Universidad Central de Chile.
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Desigualdad, segregación social, abusos económicos, servicios públicos de baja calidad y una desconexión entre los actores políticos y la ciudadanía son algunas de las problemáticas que, desde hace décadas, siguen sin resolverse. Estos temas fueron invisibilizados antes del estallido.


A cinco años del estallido social de octubre de 2019, en Chile seguimos atrapados en un debate que se centra en los efectos, más que en las causas. La violencia, la destrucción de infraestructura y las repercusiones políticas inmediatas han acaparado la discusión pública nuevamente, en la previa de un año más del 18-O.

Sin embargo, lo que sigue silente, casi invisible, son las causas estructurales que originaron el malestar social y que, hasta hoy, no han encontrado una respuesta clara. Es como si el ruido de los eventos post-2019 hubiese ensordecido nuestra capacidad de escuchar las demandas que llevaron a miles de personas a salir a las calles.

El término “causa silente” se refiere a un factor o conjunto de factores que, aunque están presentes y desempeñan un papel crucial en la génesis de un problema o situación, no reciben la atención adecuada ni se discuten de manera abierta en el debate público. Son causas subyacentes que, a pesar de su importancia, permanecen en un segundo plano, invisibilizadas o ignoradas, mientras que se enfatizan los efectos o consecuencias más evidentes y visibles.

En el contexto político o social, una causa silente puede ser una desigualdad estructural, una injusticia sistémica o una demanda histórica que no ha sido atendida de manera efectiva, pero que, al no ser abordada, continúa generando tensiones o malestar en la sociedad. Estas causas no generan tanto debate público o mediático como los efectos que se manifiestan más claramente, pero son esenciales para entender y resolver el problema en profundidad.

El problema es evidente: nos hemos concentrado en intentar arreglar las grietas superficiales, sin siquiera reconocer la magnitud del problema que yace en el fondo. Los pocos cambios políticos y sociales aprobados desde el estallido han sido más reactivos que preventivos, diseñados para apaciguar las demandas inmediatas en lugar de abordar las causas de fondo.

La promesa de cambio de reglas del juego (con sus dos ensayos constitucionales), cuyo proceso parecía ser una puerta de entrada a reformas profundas, terminó frustrando las expectativas de cambio, con la ciudadanía cada vez más desencantada.

Pero ¿qué ocurre con las causas? Desigualdad, segregación social, abusos económicos, servicios públicos de baja calidad y una desconexión entre los actores políticos y la ciudadanía son algunas de las problemáticas que, desde hace décadas, siguen sin resolverse. Estos temas fueron invisibilizados antes del estallido, y hoy continúan esperando una respuesta que parece no llegar.

La percepción de que el país había alcanzado un nivel de desarrollo sólido, con una clase media emergente, resultó ser un espejismo, desenmascarado brutalmente en 2019. Sin embargo, tras ese despertar, la discusión política y mediática ha vuelto a oscilar hacia la superficie, ignorando las causas estructurales.

Este enfoque excesivo en los efectos tiene consecuencias importantes. Al centrarnos en controlar la violencia o estabilizar la economía, corremos el riesgo de dejar de lado la verdadera cuestión: ¿por qué ocurrió el estallido en primer lugar? La estabilidad no es sinónimo de paz social, y las reformas cosméticas, aunque necesarias en algunos casos, no atacan la raíz del problema.

El reto es claro. Chile no puede continuar postergando un diálogo honesto sobre las causas del malestar social. Es imperativo reabrir el debate sobre las desigualdades y las demandas sociales que persisten desde hace décadas. Lo contrario sería seguir caminando en círculos, perpetuando la desconexión entre una elite política ensimismada, desacompasada de las urgencias sociales y una ciudadanía cada vez más impaciente y desconfiada.

La atención debe desplazarse desde los efectos inmediatos del estallido hacia una comprensión integral de sus causas. Sin esta mirada crítica, cualquier intento de reforma será simplemente un parche temporal. La historia reciente de Chile nos enseña que los problemas postergados no desaparecen; más bien, se acumulan hasta que la presión se torna insostenible.

Ya hemos vivido una explosión social, ¿será necesario esperar otra para entender que no se trataba solo de los efectos, sino de las causas profundas, expresión de los problemas silentes que siguen sin respuesta? Después no nos lamentamos de que “no lo vimos venir”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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