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“La caca perfecta”: del niño mañoso al niño investigador Opinión

“La caca perfecta”: del niño mañoso al niño investigador

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Sofía Hales Beseler
Por : Sofía Hales Beseler sicóloga Clínica de Adultos e Infanto-Parental Magíster en Psicoterapia Diplomada en Trastornos del Espectro Autista
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La Caca Perfecta, publicada por Editorial Forja, además de hablarnos de la importancia de una alimentación variada, y de alivianar la temática tanto para los niños como para los adultos, pone de manifiesto la necesidad de que acompañemos a los niños a investigar.


Hace unos días recibí en mi consulta a los padres de Martina. Están muy preocupados porque la hora de comer se ha vuelto un momento de mucha tensión. Martina tiene 4 años y rechaza muchos alimentos que se le ofrecen, incluso algunos antes de que estén frente a sus ojos pues solo basta que sienta el olor para que se tape la nariz y se ponga a llorar. Los padres no entienden esta maña, dicen que “hace show”, que es exagerada y regalona, y que necesitan que los ayude a cambiar esta conducta pues Martina es demasiado mandona. 

Escucho a los padres de Martina con atención, exploro en las emociones que esta situación provoca en ellos e intento acogerlos con empatía. Entiendo que es una situación compleja, que genera frustración y rabia, y a momentos desesperación. 

Como siempre, indago en los hábitos de mamá y papá. La mamá me cuenta que ella come de todo, pero que las verduras solo le gustan crudas pues le da “nervio” la textura de estas cuando están cocidas. Agrega que detesta mezclar en un mismo plato comidas calientes y frías, y que si eso sucede solo se come lo caliente.  El papá menciona que no come productos del mar, y que le produce mucho desagrado su olor, al punto que si hay alguien cerca comiendo mariscos el siente asco y no puede comer.  Tampoco consume lácteos pues se siente “puaj” en la boca. Cuando les pregunto cómo describirían la conducta del otro, ahora que se acaban de escuchar, respecto de los hábitos de alimentación, se quedan en silencio. Por supuesto, ellos no se habían pensado hasta ese momento ni como mañosos ni como regalones. Al ser adultos se habían dado permiso para su selectividad, sus hábitos y sus sensibilidades, sin embargo Martina no había tenido ese permiso.

Esto es algo muy propio de nosotros los adultos, no solo de los padres de Martina. Muchas veces entre amigos nos reímos de nuestras “mañas” de grandes: “solo duermo con esa almohada”, “no soporto que me hablen en la mañana”, “me da mucha rabia que me cambien los planes a última hora”, “me carga que me den instrucciones”, “no tolero los ambientes ruidosos”. Sin embargo, cuando un niño nos plantea algo así le decimos que nos tiene que hacer caso, que no es tan grave, que da lo mismo, que no sea mañoso. Y muchas veces nos enojamos, en lugar de empatizar con su necesidad y aproximarnos a resolverla de un modo sensible, amable y respetuoso.

En el área de las “mañas”, la comida suele ser un terreno de diversas batallas. Los adultos nos rigidizamos y se nos olvida la necesidad de los niños de que los ayudemos a buscar soluciones amorosas y cuidadosas para sus problemas. Llegó a mis manos el libro La Caca Perfecta, una herramienta para despertar el goce por el juego. Su autora, Daniela Saumann, con mucho sentido del humor, invita a los niños a utilizar su innato sentido de la exploración para convertirse en pequeños científicos que investigan sobre su cuerpo. 

Frente a un tema que en muchas ocasiones se vuelve una instancia tensa para los niños, generando así un círculo vicioso de más y más rechazo a la comida, Daniela Saumann logra de forma divertida proponernos una alternativa original para aproximarnos sin necesidad de peleas ni amenazas, tan propias del mundo adulto.  

La Caca Perfecta, publicada por Editorial Forja, además de hablarnos de la importancia de una alimentación variada, y de alivianar la temática tanto para los niños como para los adultos, pone de manifiesto la necesidad de que acompañemos a los niños a investigar, y descubrir con ellos, aquello que les gusta y les disgusta, y que no demos por hecho que son “mañosos”. Por ejemplo, podemos descubrir que hay alimentos que por su textura producen malestar o que por su fuerte olor no pueden ser incorporados, y quizás estamos frente a una hipersensibilidad del gusto o del olfato, y sea necesario mirarlo desde la perspectiva de la integración sensorial. También nos puede suceder que a partir de la conversación de lo que Nicolás, el protagonista de este cuento, nos relata en su investigación descubramos que nuestro hijo o hija tuvo una mala experiencia comiendo cierto alimento, o pasó un momento muy difícil que fue asociado a esa comida. Es decir, no todo es maña (y, ojo, a veces hay mañas que son sólo un problema para el adulto, y no para el niño)

Al final de la historia queda abierta una nueva investigación, y esa es una de las preciosas propuestas de este cuento: alienta a los niños explorar como investigadores natos que pueden preguntarse por sí mismos y por lo que los rodea. Muchas veces en mi consulta invito a los niños a ser detectives de emociones, con una lupa las iremos conociendo y descubriendo. Así como Nicolás investigó sobre la caca, también él y otros niños podrán hacerlo sobre todo eso que les preocupa, les interesa o despierta su curiosidad. 

Quizás Martina y sus papás necesitan tomar una lupa, ponerse el delantal de científicos y dejarse deslumbrar por aquello que descubran. Quizás los tres tienen algunas “mañas” y en conjunto irán decidiendo cómo las abordan, y también es posible que se asombren que tras esa etiqueta puede haber mucho más que solo una queja de una niña mimada.  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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