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Un premio nobel de economía infundado Opinión

Un premio nobel de economía infundado

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Estimamos que el modelo económico capitalista anglosajón no es aplicable para las culturas latinas.


La Real Academia de las Ciencias de Suecia acaba de otorgar el Premio Nobel de Economía de este año a los destacados economistas Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson en reconocimiento a sus contribuciones académicas respecto a la “diferencia decisiva” aportada por instituciones políticas y económicas “inclusivas” para el desarrollo y prosperidad de las naciones, postura que creo necesario rebatir.

Desarrollo económico

Alcanzar el desarrollo económico emulando a las naciones capitalistas tradicionales ha sido una materia extensamente estudiada por diferentes autores, tales como Paul Kennedy en su libro Ascenso y caída de las grandes potencias; por Acemoglu y otros que estudian el problema de la riqueza o pobreza en su libro Por qué fracasan los países; en el Fin de la historia que proyectaba Francis Fukuyama; en la militarista defensa de la supremacía estadounidense de Samuel Huntington en su libro ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense; y recientemente en el Informe sobre el desarrollo mundial 2024, del Banco Mundial, que propone “una estrategia 3i de inversión, incorporación (de tecnologías del exterior) e innovación, para evitar la trampa del ingreso mediano”.

Sin embargo, opino que estas ideas son necesarias pero no suficientes, pues omiten que las personas de distintas culturas somos diferentes y es un gran error pretender aplicarles modelos de desarrollo exitosos en otras latitudes, tal como ocurre con los experimentos capitalistas en las culturas latinas, cuyo fracaso proviene principalmente de razones culturales, entendiendo como cultura a los valores, conocimientos, costumbres, conductas e identidad de una nación y a una civilización como una cultura inmersa en una estructura social, económica, política e institucional de un Estado.

Para ilustrar la importancia de esta diversidad cultural, me permito relatar la experiencia de un colega ingeniero, que, continuando su preparación universitaria en Alemania, tuvo que complementar sus ingresos trabajando en una fábrica, donde fue interpelado por sus colegas que le reprendieron señalándole “no converse… trabaje para lograr nuestras metas” y, también, recordar el reciente caso de la fábrica de contenedores instalada por la empresa naviera danesa Maersk en el Puerto de San Antonio, que solo después de tres años debió cerrar sus operaciones, principalmente debido a un ambiente laboral conflictivo inferido por un importante ausentismo y el abuso de licencias médicas reiteradas.

Por otra parte, para este debate también es relevante considerar la creciente decadencia de los valores de libertad y democracia Norteamericanos, que se ve reflejado en el asalto al Capitolio y el menosprecio a sus sistemas políticos y judiciales impulsado por el expresidente Trump; de lo cual se infiere que, de acuerdo a las propuestas de estos académicos premiados, se debería estar en presencia de un debilitamiento de la confianza en el “sueño americano” de una población mayoritaria “wasp” (white-anglo saxon–protestant), que aún no se ha observado.

El fracaso cultural de nuestros experimentos capitalistas

Comparando los Productos Internos Brutos per cápita, medidos según paridad del poder de compra, se puede identificar una gran diferencia de riqueza entre regiones predominantemente anglosajonas y del extremo oriente respecto a nuestras sociedades latinas, lo que permite validar la segmentación cultural como explicación fundamental del fracaso de nuestros experimentos capitalistas y desvirtuar la importancia asignada a los sistemas políticos que suponen estos estudios recién premiados.

Para explicar teóricamente esta situación deberíamos considerar lo expuesto por el sociólogo Max Weber en su libro La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo (1905), que propone que el auge económico producido por el capitalismo se basaría en una cultura anglosajona calvinista y luterana de trabajar duro para lograr el éxito, como señal de haber recibido la salvación y la gracia de Dios al momento de su nacimiento (premio), que es contrapuesta con la visión latina clásica del cristianismo de que para conseguir la gracia de Dios y obtener la salvación es necesario realizar buenas obras durante nuestra vida (castigo por el pecado original).

Es decir, los protestantes consideran que una persona ha sido escogida por Dios para su salvación si es trabajadora, tiene éxito en los negocios y otras virtudes similares, cualidades que han impulsado la superioridad económica de esas naciones; a diferencia del catolicismo, que las considera como un castigo celestial por el pecado original.

En todo caso, estos éxitos económicos deben ser contextualizadas para un mundo global en que irrumpen otras culturas orientales con instituciones no democráticas (China y otros países), cuyo fuerte desarrollo económico se debe a su milenaria tradición comercial y, por lo tanto, no directamente comparables con occidente y también tener presente el caso de otros países católicos del sur de Europa, cuyo desarrollo podría ser el resultado del arrastre de pertenecer a la zona de libre comercio de la Unión Europea.

Un modelo económico consistente

Como alternativa a las malas experiencias con los modelos económicos centralizados, los chilenos hemos intentado diversos caminos, tales como la Revolución en Libertad del Presidente Frei Montalva, la Escuela de Chicago impulsada durante el Gobierno militar y, actualmente, un estado subsidiario que claramente está agotado, acentuando la inconsistencia cultural observada en el estallido social y que dificulta un desarrollo social integral.

En conclusión, estimamos que el modelo económico capitalista anglosajón no es aplicable para las culturas latinas, no solo por la debilidad de sus instituciones, sino principalmente como resultado de las inconsistencias descritas, que solo se resolverán con un nuevo pacto social para un Estado Solidario culturalmente consistente.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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