La ciudadanía está furiosa de convivir con dirigentes corruptos, mentirosos, egoístas, ambiciosos, individualistas. Es transversal. Es la elite política y económica, los de antes y los de ahora. Es la nueva decadencia del Poder Judicial, que se acomodó a la dictadura.
El próximo lunes, el país seguirá siendo el mismo: una ruina política.
El miércoles pasado, unos días antes de las elecciones municipales y regionales, un hombre desconocido me detuvo en el Metro. El bajaba, yo subía. Comenzó a preguntarme qué nos había pasado y un nudo en la garganta le impidió continuar.
Las lágrimas le mojaban el rostro, mientras me contaba en frases entrecortadas los sufrimientos de su familia y su entorno durante la dictadura. “Ahora –me dijo– lo único que importa es el cómo vamos ahí”.
Era un hombre de mediana edad, técnico de alto nivel, que trabajaba en una de las universidades de la cota mil y no sabía cómo votaría el fin de semana.
Más allá del resultado electoral, de los análisis apasionados de ganadores y análisis rebuscados de los perdedores, el país será el mismo que el miércoles previo a las elecciones: la política está en ruinas, después de décadas de encierro en jaula de oro, de luchar por el poder sin más principios ni convicciones que mantenerse en el poder.
La ciudadanía está furiosa de convivir con dirigentes corruptos, mentirosos, egoístas, ambiciosos, individualistas. Es transversal. Es la elite política y económica, los de antes y los de ahora. Es la nueva decadencia del Poder Judicial, que se acomodó a la dictadura y, ahora, vuelve a defraudar con una nueva genuflexión ante los poderosos.
La democracia no se ha desvalorizado por arte de magia. Es esta forma de convivencia donde todo se empata para sumar cero, es el ninguneo a quienes están fuera del círculo, es la postergación permanente de las soluciones que la gente necesita para vivir tranquila lo que está destruyendo la democracia y ensalzando a los nuevos regímenes populistas y autoritarios, que ya no requieren de tanques, porque llegan al poder a través de los votos.
Ya lo hizo Hitler hace casi un siglo y lo hacen ahora gobernantes como Orbán, Netanyahu, Erdogan, Putin y Bukele, y como busca hacerlo en Estados Unidos –de nuevo– Donald Trump.
Más que rabia, el hombre del Metro tenía pena. Estaba desolado, frustrado y solo veía oscuridad en el horizonte.
Cabe preguntarse cuánto de todo esto se reflejará en la elección municipal. No será fácil sacar conclusiones. Por primera vez, el voto es obligatorio en una elección local, allí donde los votantes pueden conocer más a los candidatos, o tal vez los conocen menos. Los independientes, que tras la elección de convencionales constituyentes no pudieron volver a inscribirse en esa condición, están nuevamente apadrinados por un partido político, sin que sepamos cuánto tienen de independientes y cuánto de militantes camuflados.
¿Habrá un castigo relevante a los dirigentes y partidos históricos? ¿Habrá castigo para los “nuevos políticos” que se comportan igual o peor que los antiguos? ¿Habrá mayor castigo para la derecha o la izquierda? ¿Surgirán los Republicanos con la fuerza que añora su candidato presidencial, José Antonio Kast?
Todo esto se analizará tras los resultados. Sin embargo, el país no habrá salido de su ruina. Eso vendrá después –quizás mucho después– y no será un camino fácil.
El voto, por más desconfiados que estemos, sigue siendo crucial. Sin voto no hay democracia, pero el voto no basta para asegurarla, como se ha visto en Rusia, Hungría o El Salvador.
Descontando la antigua democracia griega, previa a la era cristiana, la democracia moderna es un sistema que surge hace apenas un par de siglos. Quienes creemos realmente que este es el mejor sistema de gobierno para todos los pueblos, tenemos mucho trabajo por hacer.
En este momento histórico solo queda insistir en su consolidación con gobiernos representativos, división de los poderes del Estado, libertades fundamentales e igualdad ante la ley. En esta dirección, el único voto posible es el de quien nos ofrezca mayor compromiso democrático y honestidad con sus principios y valores. Los ofertones baratos de terminar con la delincuencia y la corrupción de un plumazo son simplemente engaños y manipulaciones.
Antes de marcar el voto hay que observar si lo que ofrecen los candidatos y las candidatas se ajusta o no con sus acciones. Más allá de lo que diga, alguien que gana sueldos estratosféricos sin el más mínimo pudor ni calificaciones, no está preocupado de quienes más necesitan; alguien que acosa mujeres, no es feminista.
La democracia se construye entre todos, es la única manera de salir de la ruina. Como coincidimos con el hombre del Metro, no podemos perder la esperanza.
Solo atiné a darle un abrazo a medias a través de la baranda de la escalera.