La cronología de Karmy se detuvo hace 44 años y el tiempo quedó allí atrapado. Por eso piensa que la “evasión” de los estudiantes secundarios fue un “gesto antioligárquico”, es decir, una protesta contra el Estado pinochetista.
En su comentario acerca de mi columna “Lectura filosófica del 18-O”, Rodrigo Karmy se refiere a mi observación acerca de la mentalidad neoliberal de los estudiantes que rechazaban el alza de 30 pesos requerida por la corporación estatal dueña del Metro, y que marcó el inicio del estallido social de octubre 2019. Karmy me interpreta correctamente cuando afirma que esa mentalidad neoliberal es la que no permite ver “dicha alza bajo la óptica del ‘bien público’ sino solo del interés individualista impregnado, bajo dictadura, gracias a la propuesta ideológica de Jaime Guzmán”.
De este modo, esos estudiantes “serían verdaderos hijos de Guzmán, aquellos que reivindican el antiestatismo porque no ven en el Estado la puesta en juego de un ‘bien público”. Por mi parte, efectivamente sostengo, como dice Karmy, que el Estado chileno es “intrínsecamente poseedor de un ‘bien público’”, pero categóricamente rechazo lo que su argumento supone, a saber, que la estructura del Estado chileno “permanece bajo la forma impuesta por el pacto oligárquico de 1980 instaurado en dictadura”.
El escenario que monta Karmy sufre de una fijación. Ha quedado detenido en el Estado chileno tal como se articuló en 1980, “en función de un nuevo pacto que axiomatizó al histórico fantasma portaliano, resguardando de este modo, los privilegios de la oligarquía”.
De aquí que Karmy también rechace la idea de que la evasión de los estudiantes secundarios al alza del Metro, haya sido un gesto neoliberal. Fue más bien “un gesto antioligárquico, una verdadera política antiportaliana”.
El argumento de Karmy presupone que el Estado chileno se rige todavía “por el pacto oligárquico de 1980 instaurado en dictadura,” es decir, por la Constitución de 1980. Pero esto es una falacia. La Constitución que nos rige en la actualidad podría ser vista materialmente como la misma (no le es, debido a las múltiples reformas que ha tenido), pero es formalmente otra Constitución. Es, en verdad, la Constitución de 1989. Y lo es porque el sujeto del Poder constituyente que la sostiene desde entonces es el pueblo de Chile y no Pinochet. La transición a la democracia en 1990, el plebiscito de 2005 y los dos recientes plebiscitos son prueba taxativa de que ello es así.
Karmy además afirma: “Si el actual derrotero del Estado chileno obedece a la ‘mentalidad neoliberal’ impuesta por Guzmán en 1974, ¿por qué habría que asumir que este, en su alianza con Metro, sería portador de un ‘bien público’?”. No he dicho que el Estado chileno como tal obedezca en la actualidad a una mentalidad neoliberal. Lo que sostengo es que pensar que somos propietarios absolutos de aquello que nos pertenece revela una mentalidad neoliberal. De ahí nuestra reticencia a contribuir al bien común con nuestros impuestos.
En mi columna tomo en cuenta la propiedad como un elemento esencial de la constelación de conceptos constitutivos del ideario neoliberal. Karmy enriquece esta discusión fijando su atención en otro elemento –el antiestatismo–, lo que permite ampliar el horizonte de una lectura filosófica.
Por ahora cabe decir que la revolución neoliberal que inicia Guzmán en 1973, y en la que Pinochet y los militares juegan un papel instrumental, es antiestatista. Pero se trata de un antiestatismo selectivo. Tiene por objetivo fortalecer al Estado ejecutivo y desangrar al Estado administrativo.
A partir del Gobierno de la Concertación en 1990, la tarea de volver a poner en acción su función administrativa, reponiendo su circulación sanguínea mediante una inyección impositiva, fue lenta y ardua. La pervivencia de la mentalidad neoliberal y el subsidiarismo ha inhibido la restauración plena de las funciones propias del Estado administrativo democrático.
Habría que preguntarse: ¿tiene sentido decir, como hace Karmy, que el Estado chileno actual es neoliberal, y que por ello no constituye un bien público que haya que respetar? Según Karmy, “si el Estado fue hecho a medida de la oligarquía vía Guzmán, entonces no hay ‘bien común’ o ‘público’ que en él se juegue”. El Estado chileno no sería democrático, sino oligárquico. Seguiríamos viviendo en 1980 y no en 2024.
Por lo visto, la cronología de Karmy se detuvo hace 44 años y el tiempo quedó allí atrapado. Por eso piensa que la “evasión” de los estudiantes secundarios fue un “gesto antioligárquico”, es decir, una protesta contra el Estado pinochetista.
Desgraciadamente Karmy no está solo en esto. Muchos en la izquierda aceptan y defienden su misma cronología. Son antiestatistas porque siguen pensando que el Estado y sus instituciones son un leviatán pinochetista. Y si son jóvenes, y tienen una relación conflictiva con la autoridad, natural en la adolescencia, y sus profesores les inculcan la metonimia “decapitar al rey”, habrán adquirido una mentalidad anarquista que combatirá con fuego molotov al pinochetismo de la Concertación. Como bien lo ilustra Foucault, esta mentalidad anarquista es prima hermana de la mentalidad neoliberal.