La izquierda tiene una oportunidad histórica de reformular el mérito en términos progresistas, reconociendo tanto el esfuerzo individual como la contribución al bien común. En lugar de ceder este ámbito normativo a la derecha, debemos recuperarlo y darle un nuevo sentido.
El concepto de mérito ha sido uno de los pilares fundamentales sobre los que se ha edificado la estructura social moderna. La meritocracia plantea que aquellos que se esfuerzan, que demuestran talento y dedicación, deben ser recompensados, ascendiendo en la escala social de manera justa. Pero ¿qué ocurre cuando analizamos este principio en el contexto de la izquierda y de la renovación socialista? ¿Es el mérito un concepto que debemos dejar a la derecha o podemos apropiarnos de él para darle un nuevo sentido?
Para comenzar, es importante reconocer que el mérito, como principio normativo, es central para la ciudadanía. Las personas valoran el esfuerzo individual y es un error por parte del socialismo concentrarse exclusivamente en la ayuda estatal a los desfavorecidos, sin atender esta sensibilidad normativa de la ciudadanía.
Si bien es crucial corregir las desigualdades estructurales, no podemos permitir que la derecha monopolice el discurso del mérito. Hacerlo significaría perder una conexión vital con lo que la gente considera fundamental: que el esfuerzo debe ser recompensado. Así, la izquierda no puede desentenderse del mérito; debe recuperarlo y reformularlo.
Es aquí donde encontramos una paradoja clave. La meritocracia, en teoría, debería ser un sistema justo, basado en la igualdad de oportunidades. Sin embargo, los estudios sobre desigualdad y movilidad social nos muestran que el acceso a recursos clave como la educación y las redes sociales no está distribuido equitativamente.
Aquellos que nacen en entornos privilegiados tienen ventajas estructurales que les permiten destacarse, mientras que quienes provienen de sectores vulnerables enfrentan barreras casi insuperables. Esto distorsiona el ideal meritocrático, porque el mérito deja de ser un criterio justo de movilidad social y se convierte en un reflejo del privilegio heredado.
A partir de este análisis, identificamos cuatro consecuencias para la izquierda en relación con el mérito. En primer lugar, históricamente, se ha tendido a rechazar el mérito como un principio normativo, bajo el argumento de que perpetúa las desigualdades. Desde esta perspectiva, aceptar el mérito sin cuestionar las desigualdades de origen es ignorar las raíces de la injusticia social. No obstante, al dejar el mérito a la derecha, la izquierda comete un error estratégico.
En segundo lugar, la izquierda ha permitido que el mérito se asocie con una carcasa ideológica promovida por la derecha, abandonando este principio como propio. Pero esto deja un vacío importante. La ciudadanía sigue valorando el esfuerzo individual como un pilar fundamental y, al no atender esta necesidad, la izquierda pierde una conexión crucial con las sensibilidades normativas de las personas. En lugar de ello, debemos recuperar el mérito y proponer una versión que incorpore la justicia social sin renunciar a la importancia del esfuerzo.
En tercer lugar, el enfoque de la izquierda se ha centrado en combatir la desigualdad, lo cual es esencial. Sin embargo, al enfocarse solo en la redistribución de recursos y en la igualdad de oportunidades para los sectores desfavorecidos, ha dejado de lado la importancia de reconocer y premiar el esfuerzo individual. Este enfoque limitado contribuye a la desconexión con las expectativas de la gente, que siguen considerando el mérito como clave para el progreso social.
Finalmente, al rechazar el mérito como principio normativo, la izquierda ha puesto gran parte de la responsabilidad en el Estado como igualador.
Si bien el Estado tiene un rol crucial en la redistribución y en garantizar el acceso a recursos básicos, no podemos olvidar que la responsabilidad individual también es importante. Un enfoque más equilibrado, que reconozca tanto el esfuerzo personal como la intervención estatal, nos permitiría crear un sistema más justo y conectado con la realidad que enfrenta la ciudadanía.
Llegados a este punto, surge una pregunta fundamental: ¿es posible para la izquierda recuperar el principio del mérito y darle un nuevo sentido? La respuesta es sí. Pero, para hacerlo, necesitamos ampliar el concepto de mérito, reconociendo no solo el esfuerzo individual, sino también su contribución al bien común. Aquí entra en juego la distinción entre mérito y Leistung, que nos ayuda a entender cómo este principio puede reformularse de manera más inclusiva.
El mérito, entendido como la recompensa a los logros individuales, tiene una connotación que se centra en el valor intrínseco del esfuerzo personal. Sin embargo, el término Leistung, proveniente del alemán, introduce un matiz importante.
Leistung no solo se refiere al esfuerzo y los logros individuales, sino también al rendimiento medible y la contribución al bienestar colectivo. Este enfoque destaca que el mérito no puede limitarse a lo que una persona logra en términos personales, sino que también debe reconocer el impacto positivo de sus acciones en la sociedad en su conjunto.
Pongamos como ejemplo a una familia que decide tener dos hijos o más, contribuyendo así al crecimiento de la sociedad. Este acto, aunque no siempre recompensado en términos económicos, es fundamental para el bien común. En un contexto de crisis de natalidad, valorar estas contribuciones colectivas envía una señal antiindividualista, destacando la importancia del bienestar nacional y colectivo. De este modo, podemos reformular el mérito no solo como un éxito individual, sino como un aporte al bienestar común.
Al incorporar esta visión del mérito, la izquierda puede recuperar un concepto que ha dejado de lado, proponiendo una meritocracia que no esté basada únicamente en la competencia individualista, sino en el reconocimiento de la contribución al bien común. El mérito puede convertirse en una herramienta para construir una sociedad más justa, donde el esfuerzo individual se valore, pero dentro de un marco que promueva el bienestar colectivo.
Por supuesto, no podemos ignorar las barreras estructurales que impiden que el mérito se exprese de manera justa. Las encuestas en Chile reflejan una percepción generalizada de que el mérito, por sí solo, no es suficiente para garantizar la movilidad social.
En la Encuesta Bicentenario de 2023, solo el 17% de los encuestados cree que una persona pobre puede salir de la pobreza por sus propios medios. Sin embargo, también hay un reconocimiento de la importancia del esfuerzo personal, como lo refleja la Encuesta CEP de 2024, donde el 51% de los encuestados cree que el trabajo duro lleva a una vida mejor a largo plazo. Este contraste en las percepciones subraya la necesidad de equilibrar el mérito individual con políticas que garanticen la igualdad de oportunidades.
La izquierda tiene una oportunidad histórica de reformular el mérito en términos progresistas, reconociendo tanto el esfuerzo individual como la contribución al bien común. En lugar de ceder este ámbito normativo a la derecha, debemos recuperarlo y darle un nuevo sentido, más conectado con las sensibilidades normativas de la ciudadanía.
En conclusión, la renovación socialista pasa por una revalorización del principio del mérito, pero no en los términos tradicionales de la meritocracia neoliberal. Debemos promover un concepto de mérito que esté al servicio de la justicia social, que no sea simplemente un reflejo del privilegio, sino una expresión genuina de la capacidad de las personas para contribuir al bienestar colectivo. De esta manera, podemos avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria, donde el esfuerzo y las capacidades de cada individuo sean realmente valorados y reconocidos, en un contexto de oportunidades equitativas para todos.