Lo interesante es que todos los actores reconocen que en Chile falta más movilidad social y podríamos concluir que hay alguien que lo está padeciendo.
En los últimos meses, un conjunto variado y significativo de actores a nivel nacional ha diagnosticado para Chile una falta de suficiente movilidad social. Generalmente, se trata de líneas argumentativas que provienen de instituciones u opinantes de las filas de la derecha o con tintes conservadores, pero no ha sido así de manera exclusiva. Esta polivalencia es justamente, más que un problema, una oportunidad para entender el uso de la noción que aquí nos convoca.
Se puede discutir ampliamente sobre cifras y conviene dejar establecido que parece cierto que en Chile ha habido una importante movilidad ascendente en áreas como la ocupacional y la educativa, y así se constata en el estudio sobre Movilidad Social que hemos realizado en el COES durante los últimos 3 años. Los números hablan de historias personales que están en el centro de cualquier debate serio y bienintencionado sobre la materia, pero hay más aspectos que exceden a cualquier recuento numérico que queremos destacar particularmente en esta columna.
Uno podría comenzar cerrando el tema: si en Chile ha habido una importante movilidad social ascendente, ¿por qué ni siquiera aparece mención alguna a dicho fenómeno? Parece carecer de sentido abrir una herida sanada. Sin embargo, hay fenómenos en el país, los que diversos actores sintetizan en la movilidad social como una esencia química, que movilizan las conciencias, los intereses o ambos a la vez.
Por un lado, se encuentran quienes afirman que la movilidad social existente está por debajo de lo esperado, como lo hizo la periodista Mónica Rincón en el programa “Tolerancia Cero”, algunas semanas atrás. Este hecho estaría producido por una sociedad en la que no se reconocen apropiadamente el mérito, el esfuerzo y el talento.
En Chile, una élite de reducido tamaño se reproduciría sin más en torno a un grupo de siete colegios. Las trayectorias de las demás personas se verían lastradas por la mala educación recibida y la inexistencia de contactos sociales. Lo que no debería importar, el origen social, determina la vida de las personas, su bienestar material y sus oportunidades de disfrute cultural.
En paralelo, el académico Patricio Navia comparte gran parte de estas afirmaciones y le agrega, a la manera del politólogo que es, que ello daña gravemente la legitimidad del sistema y, además, que aquellos llamados a “emparejar la cancha”, los frenteamplistas, caen en los mismos males de defender sus intereses primero, hijos finalmente del privilegio de las clases acomodadas de las que provienen. En síntesis, falta movilidad social y sobra reproducción de clase. Hay aquí una crítica moral, una distancia con el deber ser del orden que debería fundamentarse en el esfuerzo y el trabajo individuales, y un impacto negativo en el sistema político.
Sin embargo, las luces alumbradas desde la ética y la política han sido minoritarias. El principal conjunto de voces públicas ha tenido su origen en un grupo de agentes que mezclan el ejercicio político y una aproximación empresarial. La falta de movilidad no vendría de la ausencia de ética o las estrategias de transmisión de capitales de la élite, sino de los errores de estrategias educativas o los problemas de competitividad de la industria nacional.
En cuanto a la educación, Manuel Villaseca sostiene que ha sido un error darle tanto apoyo financiero al nivel educativo universitario, lo que asocia sorprendentemente con el Gobierno de Boric y no con un largo proceso que lo explica, cuando la prioridad debería haber sido la educación primaria. Mariana Aylwin y el –a la sazón– rector de Inacap, Lucas Palacios, al unísono, promueven la educación técnico profesional, a la que asocian una mayor empleabilidad, salarios superiores a muchos de los universitarios y un vínculo fuerte con la competitividad empresarial y el crecimiento del país. En otros términos, la movilidad social estaría lastrada por políticas educativas que han venido favoreciendo las trayectorias dentro de la educación universitaria.
La solución para este segundo grupo de actores no es atacar los privilegios ni las componendas que favorecen a las clases altas criollas, sino que se plantea en términos de la urgencia de ayudar a las empresas y transformar la educación en Chile en un recurso preparado para servir los propósitos de éstas. Como parte del cóctel argumentativo, atacan a la universidad sin ambages.
Como se ha podido observar, la movilidad social da para muchos vaivenes, un conjunto de verdades, soflamas y falacias que no es siempre sencillo separar. Para unos es la medida de todo lo que parece socialmente justo, en las visiones a menudo más progresistas dentro de un espectro políticamente moderado y, para otros, es el resultado de la fortaleza empresarial. Lo interesante es que todos los actores reconocen que en Chile falta más movilidad social y podríamos concluir que hay alguien que lo está padeciendo.