i nos enfocamos en las regiones que deberán volver a las urnas, los efectos de estas hipotéticas coaliciones habrían sido significativos. Solo en Atacama el resultado hubiese sido el mismo.
Es evidente que hacerse una idea acabada de una elección nacional para cuatro roles requiere varios días de análisis, pero tan cierto como aquello es la demanda ciudadana por información instantánea. Privilegiando lo segundo, esta columna discute la elección de gobernadores, de manera aún superficial, con el fin de ofrecer algo de retrospectiva sobre las alianzas de los principales partidos.
Un análisis de este tipo siempre es simplificado, ya que sabemos que los partidos no son dueños de sus votos. Peor aún, el traspaso de votos es más probable hacia el centro que hacia los extremos: mientras un votante ideológicamente republicano preferirá votar por un candidato de Chile Vamos antes que por uno de la antigua Nueva Mayoría, un votante ideológicamente afín a Evópoli puede sentirse más cerca de, digamos, un PPD, que de un candidato que siga las ideas de José Antonio Kast. Esto sugiere que las alianzas aventajan a los segmentos más centristas del conglomerado.
Compromete aún el análisis considerar aquellos partidos y candidatos independientes que pueden operar como puntos de desviándose de una hipotética alianza. Pero a pesar de estas limitaciones, preguntarnos sobre el “¿qué hubiera pasado si…?” es un buen umbral de entrada para discutir la amplitud necesaria para ganar elecciones en el desperdigado mapa electoral criollo. Para hacerlo, describiremos qué habría ocurrido si hubiese una alianza amplia de centroizquierda e izquierda, sumando al conglomerado de gobierno (Chile Digno, Socialismo Democrático y el Frente Amplio) y a la Democracia Cristiana. En la derecha, uniremos a Chile Vamos y Republicanos, evaluando además el efecto de incluir al Partido Social Cristiano.
Once regiones del país tendrán segunda vuelta en la elección de gobernador. De las cinco regiones con ganador, solo Aysén tuvo un candidato con mayoría absoluta. De las otras cuatro, en Tarapacá y Ñuble no hay indicios de que otra estructura de alianzas habría cambiado el resultado. En la primera, el 46% de José Miguel Carvajal lo coloca muy por encima de la suma de votos de Chile Vamos, Republicanos y el PSC. En el segundo, el 14% del independiente Marin (ex Revolución Democrática y afín al PPD) permitiría al incumbente socialista Crisóstomo superar fácilmente el 50%.
Los Ríos es el ejemplo más robusto del efecto de la falta de alianzas en la derecha. El candidato del PS alcanzó el 40% por solo 0,8%, siendo todos sus oponentes de oposición. Una alianza entre Chile Vamos y Republicanos lo habría superado con holgura. En Magallanes ocurre una situación similar: el ganador esquiva el balotaje por menos de un 1% frente a oponentes que presumiblemente ganarían en una segunda vuelta. Estos casos cuestionan además la decisión legislativa de haber optado por el 40% como umbral de victoria.
Si nos enfocamos en las regiones que deberán volver a las urnas, los efectos de estas hipotéticas coaliciones habrían sido significativos. Solo en Atacama el resultado hubiese sido el mismo. En Arica y Parinacota, el apoyo del Partido Republicano al ganador Diego Paco habría sido suficiente para convertirlo en incumbente, con más del 53% de los votos. En Bío-Bío y el Maule, la misma combinación basta para asegurar el cargo. En Coquimbo, por otro lado, se necesitarían incluir al PSC para conseguir el mismo objetivo.
En dos de las regiones, la segunda vuelta será entre candidatos en listas de partidos que apoyaron al mismo candidato en el anterior balotaje presidencial. En Los Lagos, los contendientes son de derecha, mientras que en Antofagasta, la radical Marcela Hernando se enfrentará a Ricardo Díaz, apoyado por el PPD. Sin embargo, en este último caso nuestra teórica alianza de derecha habría cambiado la historia, ya que los votos de dos de los tres candidatos de esa tendencia habrían bastado para forzar el balotaje.
En la Región Metropolitana (suponiendo a Claudio Orrego como oficialista), Valparaíso y O’Higgins una mayor coordinación en las candidaturas oficialistas habría permitido esquivar una segunda vuelta, siempre que mantengamos la fragmentación al otro lado de la baranda. De no ser así, la suma de votos de sus candidatos superaría a la de Chile Vamos y Republicanos, pero no la tríada de ellos con el Partido Social Cristiano.
Este ejercicio, aunque simple, hace sospechar que en esta elección la falta de acuerdos entre partidos afectó especialmente a la derecha. Una alianza entre Chile Vamos y Republicanos habría sido suficiente para cambiar sustantivamente el resultado. También es un llamado de atención a la izquierda, pues en una elección presidencial con segunda vuelta casi garantizada, es el sistema el que presiona a los votantes a aglutinarse en favor de un solo candidato. En ese contexto, las ventajas de esta falta de coordinación se minimizan, y habrá que lidiar frontalmente con las consecuencias.