El socialismo de hoy debería replantearse cuál es el principal sujeto social de su labor política, y examinar la posibilidad de caracterizar su identidad y desempeño político en torno al universal mundo del trabajo, sin dejar caer su apoyo a sectores sociales.
En el socialismo chileno se habla nuevamente de renovación, en versión actualizada e impulsada por los avisos de estancamiento de la política (como sostuve en una columna anterior) y por la mala salud de los partidos políticos, por lo menos en la valoración ciudadana. Estimo que este proceso de reflexión y acción –si se pone en marcha– podría constituir un hecho provechoso para la comunidad política nacional, algo semejante a la sustancial contribución de la primera renovación socialista de los años ’80, que facilitó nada menos que el fin de la dictadura mediante una amplia e inédita alianza (los partidos por el No y la posterior Concertación) y, además, sin perder de vista que el objetivo de esa batalla (pacífica) era la democracia y no un sistema socialista. Esto, sin renunciar a los valores propulsores del socialismo.
Hasta el momento el debate se centra en cómo el socialismo se ubica respecto a tres apremiantes escenarios: la tecnología moderna que aceleradamente está cambiando el modo de ser de la humanidad; los nuevos y variados grupos de interés y demandas sociales, y el avance apabullante de las extremas derechas en el mundo. Ahora bien, abordar estos tres frentes requerirá algo más que comportarse tecnológicamente y modernizarse como fuerza política, o abrazar toda causa o reclamo singular perdiendo de vista el bien general (wokismo), o afrontar el populismo de ultraderecha flanqueando izquierdas igualmente populistas.
El contenido de esta segunda renovación no debiera centrarse en respuestas acotadas a las principales coyunturas que ofrece Chile y el mundo, tomando solo acta de los desafíos que dichas coyunturas imponen y proponiendo los enunciados genéricos que se repiten en los últimos años. Tampoco se trata de erigir un nuevo programa donde se recojan y se intente responder a las novedades de la nueva edad que ya ha comenzado. Todo ello será labor que debería efectuarse sobre los nuevos fundamentos que instale el proceso de renovación.
Pero, ¿en qué consistiría esta renovación del socialismo chileno?
Considero que debería apuntar al pensamiento y a las bases conceptuales del socialismo, para el ahora, y para el futuro próximo. Proceso levantado no sobre ideologías limitantes, sino sobre los cimientos valóricos que explican por si solos la vigencia socialista, es decir la igualdad, la libertad, la justicia social y la solidaridad. Teniendo a firme esos pilares, la renovación socialista se podría focalizar sobre algunos concretos principios políticos que aquí se exponen, sin pretender definirlos (ello será tarea del propio debate socialista).
La democracia es uno de ellos, pues se han cruzado –debido al estallido social y los intentos constituyentes– diversas concepciones de la democracia (corporativa, directa, participativa, deliberativa), a menudo oponiéndola o sustituyendo el sistema de democracia representativa que ha regido en Chile. Así pues, la cuestión es: ¿para el socialismo, cuál democracia es el sustrato sobre el cual se erige todo el sistema de procedimientos con que se expresa la voluntad ciudadana?
El capitalismo y la economía de mercado también necesitan de una postura clara y sin ambages del socialismo, que vaya más allá de la condena ritual al desmadre del neoliberalismo. En ese sentido, ¿las empresas pueden ser parte dl crecimiento y la equidad social? ¿El modelo de las socialdemocracias y su Estado de bienestar da una respuesta a este dilema?
En la historia del socialismo existe desde hace mucho la disyuntiva reforma o revolución (v. Rosa Luxemburgo). Ambos son más que meros métodos de acción, constituyen una cultura o una filosofía de la praxis política. Una vía contempla la inmediatez, la refundación y no excluye la ruptura violenta; la otra el avance gradual mediante continuas reformas políticas, a veces profundas y estructurales. De este modo, ¿basta con llamarse fuerza transformadora sin declarar cómo piensa el socialismo llevar a cabo las transformaciones? ¿El reformismo continúa siendo una mala palabra?
Históricamente el sujeto central del socialismo han sido los trabajadores, y sus objetivos políticos fueron sus reivindicaciones, su emancipación y sus luchas por justicia social. Hoy, el trabajo ha ido mutando radicalmente, cada vez menos manual y más conceptual, además de incorporar a miles de pequeños emprendedores que laboran codo a codo con sus pocos trabajadores. En propiedad, hoy se debe llamar el mundo del trabajo, que reclama una renovada atención a su realidad cada vez más compleja (véase el conflicto con la robotización del trabajo y la irrupción de la inteligencia artificial).
Así, el socialismo de hoy debería replantearse cuál es el principal sujeto social de su labor política, y examinar la posibilidad de caracterizar su identidad y desempeño político en torno al universal mundo del trabajo, sin dejar caer su apoyo a sectores sociales y culturales en desventaja, que exigen justicia, reconocimiento o no discriminación. Entonces, ¿cómo conciliar, en la acción política del socialismo, el lugar central de los trabajadores con las demandas de grupos sociales marginados de sus derechos o que no pueden actuar?
Una renovada definición de estos y otros principios basilares, (cuál ética en el mundo de hoy, principios y realidad del compromiso ecológico, rol de la cultura y la educación como fundamento de su visión política), debería iluminar de manera coherente el programa y la agenda política del socialismo democrático, en todos los ámbitos en los cuales esta deba intervenir. Sin duda sería un aporte más cualificado a la política nacional, confusa y decaída como los signos del tiempo actual.