Es paradójico que parte importante del apoyo a Trump sea un acto de protesta, de resistencia, una pasada de cuenta de jóvenes y ciudadanos anónimos y poco instruidos, que simplemente se cansaron de ser “orientados”.
Mucha gente podría verse sorprendida esta noche por los resultados electorales en EEUU. Si fuera por lo que nos dice la prensa, Trump sería un “inelegible”, lo que hace difícil entender un apoyo democrático tan amplio y contundente, como el que muestran, desde hace varias semanas, las casas de apuestas, y muchas de las encuestas.
¿Cómo llegamos a esto?
Hay varias razones. Pero la principal es sencilla. Según Jamie Dimon, presidente de JP Morgan (una corporación que nadie podría llamar “conservadora”), durante la administración de Trump las cosas que más le importan a la gente anduvieron bien: la economía creció, los problemas de inmigración y criminalidad se redujeron, la inflación estuvo controlada y hubo paz en las actuales zonas de conflicto bélico.
Con esos antecedentes, con el recuerdo de una época en que casi todo costaba mucho menos, mantener el legado Biden/Kamala se hace cuesta arriba.
Además, en la campaña de 2016, Trump sólo ofrecía su estilo flamboyante y la fuerza del outsider. Ahora, puede mostrar hechos: gobernó, logró resultados, y lo más importante, no fue un dictador (como nos habían anunciado).
Pero hay más razones.
Kamala carga dos grandes pesos. El primero es ser la actual vicepresidenta de un gobierno impopular. Levantar desde ahí cualquier entusiasmo, o una idea de “cambio” y “solución de nuestros graves problemas”, sería difícil para cualquiera.
El segundo peso que carga es su falta de carisma. Es cierto que su desempeño en el debate pudo hacer creer otra cosa, al menos a quienes recién la conocían. Pero poco a poco fue apareciendo la Kamala de toda la vida. La misma que rehúye conferencias de prensa y entrevistas no pauteadas. La misma que había logrado ser la vicepresidenta menos popular que se tenga memoria. La misma que nunca hubiese ganado una primaria.
Y todo ello sin contar otro de sus problemas: encarnar “California values”.
Para todos fue llamativo ver a muchos de los magnates de las nuevas tecnologías apoyar decididamente a Trump.
Peter Thiel, el más político e influyente de ellos, en un reciente diálogo con Joe Rogan, ironizaba sobre el parecido que hay entre California (el estado original de Kamala) y Arabia Saudita: ambos estados son estados exageradamente ricos, pero sustentados en una sola industria: petróleo en el caso de Arabia, nuevas tecnologías en California. Ambos estaban pésimamente mal administrados. Y en ambos predominaba un fanatismo religioso radical: el Wahabismo musulmán sunita en Arabia, y la cultura Woke, en California.
Justa o no, la observación pone sobre la mesa la enorme distancia entre los valores y prioridades de las ciudades de las costas de EEUU (especialmente la costa del pacífico) y el americano del resto del país, a quienes los temas identitarios y al privilegio cisgénero no le resultan prioritarios.
Por eso, los cambios de postura de K. Harris en los temas más sensibles (inmigración, energías fósiles, porte de armas, cirugías de cambio de sexo en menores sin consentimiento de los padres, impuestos y gasto fiscal, entre otras), no han logrado convencer. Y el tránsito mostrado en los últimos días, de un estilo alegre y risueño a una estrategia abiertamente dura y confrontacional (Trump es Hitler, etc), genera sospechas y difícilmente logre su objetivo. (Si quiere formarse opinión por usted mismo, mire esta publicidad.
Y compárela, con esta otra de Trump.
Poco importa a estas alturas decir que discrepamos de algunos aspectos de su política exterior, o que a veces no nos guste su forma de hablar. Porque sea como sea, llevamos casi 10 años hablando de Trump, y lo seguiremos haciendo en el futuro. Y muchos de los nuevos liderazgos mundiales, incluso de izquierda, se están construyendo bajo su paradigma.
Pero el Trump del 2024 tiene varios rasgos distintos al del pasado. A sus 78 años, parece más calmado y su pelo es menos amarillo. Además, a diferencia del 2016, hoy se presenta como una opción legítima y con amplia base, incorporado a su elenco un amplio abanico de figuras, con temas para todos los gustos. Veamos.
Hace un año atrás, Robert Kennedy Jr. buscaba obtener la nominación demócrata. Pero a la facción Biden&Obama su liderazgo no le gustaba, y les resultaba más amenazante que el del propio Trump. ¿Qué hicieron? En simple, no lo dejaron competir, obligándolo a correr como independiente.
Luego de algunos meses, y denunciando la profunda corrupción de sus ex aliados, sucedió lo impensable: luego de negociar quedar a cargo de las áreas del gobierno que más le preocupaban (salud, medio ambiente), dio su apoyo a Trump. Ahora su lema es “Make America Healthy Again”.
Elon Musk no solo es el hombre más rico del mundo (y el que más impuestos ha pagado en la historia). Entre los menores de 30 años, es un referente absoluto. Y tras décadas de ser un votante demócrata, en los últimos meses ha estado completamente volcado haciendo campaña por Trump.
Un elenco amplio, para todos los oídos. Para los blancos abandonados de las ciudades del interior (los “white trash”), está JD Vance. Para combatir la pandemia de obesidad y el lobby de las farmacéuticas, Kennedy. Para reducir la burocracia y hacer más eficiente el alto gasto fiscal, Elon (y hace un par de días, Ron Paul, del Partido Libertario).
Para potenciar el Bitcoin, los gemelos Winklevoss (no menor, en un país con 50 millones de bitcoiners). En las últimas horas, se ha vuelto viral una campaña de los animalistas pro Trump, luego de que agentes de gobierno confiscaran a un vecino de nueva York su ardilla-mascota (“P´nut”), y le administraran una inyección letal. En suma, a diferencia del 2016, su campaña hace pensar en un equipo y un plan. Y la guinda de la torta: Los neoconservadores de EEUU y del mundo, los partidarios de que EEUU financie y promueva golpes de Estado e interminables guerras, detestan a Trump.
Sea cual sea el resultado de esta elección, hay noticias más estructurales. La más importante: los días de la prensa tradicional americana, al menos tal como la hemos conocido, están contados.
Hace una semana, Jeff Bezos, dueño del Washington Post (y de Amazon), sorprendió al negarse a apoyar formalmente a Kamala. Explicó sus motivos en una editorial titulada: “la dura verdad: los americanos no confían en los medios de comunicación”, reconociendo que diarios como The Washington Post y The New York Times sólo estaban hablando a elites muy pequeñas, perdiendo toda influencia frente al resto de la población.
Nada de esto es casualidad. Con internet, basta un esfuerzo mínimo para contrastar la versión de la prensa con la realidad, y viralizarla. Hoy es imposible imponer narrativas sin pagar altos costos. No es casualidad que en los últimos días CNN haya cuestionado la consistencia y honestidad de los discursos de Kamala, algo antes impensable. Bill Maher, a quien nadie podrá considerar “Trumpista”, ha criticado abiertamente las múltiples “fakes news” electorales, como la relativa a la hija de Dick Chenney.
El NYT ha sorprendido mostrando encuestas que señala que Trump puede ganar, incluso en el voto latino y afroamericano (que hasta hace poco, era 90% demócrata). Y poco tiempo atrás, Mark Zuckerberg se disculpaba públicamente luego de reconocer haber manipulado algoritmos por petición de Biden. Si Trump tiene alguna chance de ganar, sólo puede traducirse como que la credibilidad de la prensa americana está en el suelo, o incluso bajo de la línea de flotación.
Pero en Chile nuestras élites, en una faceta extraordinariamente provinciana, aún no se han enterado. Una pequeña muestra, aleatoria, y que ayuda a entender cómo nos informamos en Chile: El 16 de marzo, muchos diarios titularon “Trump amenaza con baño de sangre si pierde las elecciones”.
La frase completa se refería a una plan para imponer tarifas a los autos chinos, y así salvar la industria local y evitar un “bloodbath” (palabra que en inglés tiene un sentido muy particular y conocido, especialmente en materias económicas, y que bastababa con Google para chequear). Escribí al medio (uno de los más serios del país) preguntando por el grueso error. La respuesta fue clara: “tenemos poco equipo” y “para esos temas dependemos de las agencias. Las notas vienen redactadas, y por contrato, no las podemos modificar”. Y eso que, en líneas generales, la prensa chilena es muchísimo menos sesgada que la norteamericana, sobre todo cuando trata temas nacionales.
Pero volvamos a lo importante. Una crisis tan masiva de credibilidad en los medios tradicionales es un problema para cualquier democracia. Bezos ha llamado a asumir el problema sin echar la culpa al empedrado, respetando a la gente que ha elegido no creer, porque a nivel agregado la gente no es loca ni mala. Sólo busca lo que le conviene, con la información y experiencia que dispone.
Es paradójico que parte importante del apoyo a Trump sea un acto de protesta, de resistencia, una pasada de cuenta de jóvenes y ciudadanos anónimos y poco instruidos, que simplemente se cansaron de ser “orientados”.
Más allá de todos los análisis, el resultado final de la elección dependerá de cuánta gente vaya a votar. Y más concretamente, de cuántos sufragios masculinos y femeninos haya en algunos lugares específicos (distinguir hombres y mujeres es relevante, porque los primeros simpatizan más con Trump).
Recordemos también que esta es una elección muy distinta a las nuestras. En muchos estados se puede votar sin mostrar identificación, ni acreditar ciudadanía ni domicilio. En casi todos, se puede enviar el voto por correo, sin más requisitos.
Por lo mismo, quienquiera que sea elegido, ojalá que lo haga por un amplio margen. Porque probar la ausencia o existencia de fraude electoral, es simplemente imposible.
A quienes estamos en Chile, lo único que nos queda tratar de entender las verdaderas razones por las que más de 160 millones de personas deciden su destino, en la democracia más antigua y estable del mundo. Si solo tenemos eslóganes y fake news, como suele ocurrir, existe un alto riesgo de leer la prensa de mañana con una rara mezcla de angustia, shock y miedo, además de desconfianza en la humanidad y la democracia.
Pero a fin de cuentas, todo ocurre por algo. Es sólo una elección, para un breve ciclo de cuatro años. En todo lo demás, la vida continúa.