La guerra en Gaza y el Líbano y el trasfondo de la rivalidad entre Israel e Irán solo podrán alterarse –como ya lo he señalado– si se retoma de verdad la senda de la implementación de los acuerdos de Oslo y Madrid.
Es sabido que la naturaleza aborrece el vacío y que ante cualquier fuerza viene una reacción. Pues bien, es evidente que la guerra en curso sostenida por Israel contra Palestina (en Gaza) y el Líbano está teniendo y tendrá repercusiones en toda la región y más allá, en lo que se refiere a las dinámicas y estructuras del poder.
Antes de la guerra, Gaza y el Líbano eran piezas muy importantes en la estrategia de Irán de ejercer presión directa sobre Israel, como una avanzada de ese país que no tiene contigüidad vecinal, incluyendo por cierto la posibilidad de una escalada militar mayor, al mismo tiempo que constituir una primera línea de defensa en caso de conflicto directo entre Israel y el Estado persa.
La guerra ha dejado en evidencia que la estrategia iraní no era tan sólida como parecía. Las milicias aliadas de Irán, Hamás (Gaza) y Hezbolá (Líbano) han demostrado menor fortaleza de lo que aparentaban frente a la poderosa y aceitada maquinaria bélica israelí.
Hamás apenas subsiste militarmente, descabezado por los asesinatos de sus líderes y bajo una intensa campaña del ejército hebreo para destruir la infraestructura y fuerzas que le quedan, por cierto a un horroroso precio en vidas civiles.
Cuando termine la guerra se requerirá de un gobierno local para reconstruir este territorio y, muy probablemente, Hamás como tal no participará del mismo o no decisivamente, por su misma destrucción y dispersión, pero eso no quiere decir que su ideario y objetivos vayan a desaparecer.
Al contrario, de los escombros y cenizas en que está convertida Gaza lo más probable es que surjan uno o más movimientos similares, lo que no solo proyectará en el tiempo la amenaza contra Israel, sino que la agudizará. La única forma de alterar esa dinámica es retomando la negociación para implementar la fórmula de dos Estados soberanos en los territorios controlados por Israel.
En el caso del Líbano, Hezbolá también ha experimentado la muerte de su liderazgo y la desarticulación de sus cuadros principales. Además, las fuerzas israelíes dieron golpes sorpresivos que mermaron severamente la capacidad de fuego de este movimiento.
Al igual que en Gaza, Israel está impulsando una campaña de guerra total, lo que se refleja en un alto número de bajas civiles y la cuantiosa destrucción de infraestructura urbana y económica. A diferencia de Gaza, los libaneses tienen la posibilidad de evacuar y eso ha derivado en el movimiento forzoso de cientos de miles de refugiados hacia el norte del país e incluso cruzando hacia Siria.
En la guerra terrestre, Hezbolá ha demostrado retener cierta capacidad combativa a pesar de los duros golpes recibidos, causando bajas a los israelíes, al mismo tiempo que, en el cuadro de agresión al Líbano, recupera legitimidad frente a una población que no tiene otro medio de defensa eficaz.
Por eso, y de persistir en sus operaciones, en particular en el ámbito terrestre, Israel paradójicamente revitalizará a Hezbolá. Si esta milicia era vista crecientemente por los libaneses como un Estado dentro de otro, que estaba arrastrando a todo el resto a un conflicto, una vez desatado este y ante la evolución de los acontecimientos –desplazamiento masivo de la población, destrucción indiscriminada y gran número de bajas civiles–, esa percepción al menos se ha atenuado, si no derechamente revertido en algunos segmentos.
Antes de esta guerra, el Líbano estaba en una muy precaria condición económica y el conflicto sin duda que empeorará la situación. Eso, a su vez, repercutirá en la compleja coexistencia política del país entre sus distintos grupos religiosos: cristianos, sunitas y chiitas, reavivando la posibilidad de una guerra civil.
Tanto por la situación de guerra como por el cuadro interno, se generará un mayor movimiento migratorio hacia la región y más allá. El problema para el Líbano es que solo comparte frontera con Siria e Israel.
Por supuesto, es imposible migrar al segundo país, mientras que el primero sigue en estado de guerra interna, por lo que no augura buenas perspectivas para quien quiera quedarse ahí. Turquía, más al norte, aloja todavía una importante comunidad siria que huyó de su país, implementando en su momento enormes campamentos para refugiados con fondos de la Unión Europea, precisamente para frenar la migración hacia Europa. Ahora podría revivirse esa dinámica.
Al igual que en Gaza, en el Líbano –más allá de debilitar a una milicia que era una amenaza– Israel está creando condiciones que a la larga pueden empeorar su seguridad, además de convulsionar más a una región ya inestable. Un Estado libanés debilitado será terreno propicio para el desarrollo de fuerzas similares a Hezbolá o incluso para la recuperación de este movimiento. Y si volviera a encenderse una guerra civil, Israel tendría a dos vecinos en esa circunstancia, lo que por supuesto no es auspicioso.
En lo que se refiere a la rivalidad directa entre Israel e Irán, ha quedado en evidencia que el primer país está en condiciones de golpear duramente al segundo, aunque hasta ahora se ha contenido, evitando caer en una guerra regional. Irán, por su parte, también demostró que podría saturar las defensas israelíes y causar gran destrucción con sus misiles y drones. Por eso Estados Unidos ha reforzado las defensas hebreas y ha dispuesto una flota para disuadir la escalada iraní.
Así como Estados Unidos ha respaldado a Israel, Rusia ha hecho lo mismo con Irán, país que se ha convertido en un proveedor estratégico de drones en su guerra contra Ucrania. Y no debemos olvidar que Rusia tiene presencia militar en Siria y su única base naval en el Mediterráneo, por lo que, en ciertas circunstancias, podría apoyar ataques a Israel, o estar involucrada directamente en ello. Además en estos días, Putin y su homólogo iraní suscribieron un nuevo acuerdo mediante el cual Rusia comprará USD 1.700 millones en drones y aeronaves no tripuladas a Irán.
En suma, en el corto plazo Israel parece estar cumpliendo con sus objetivos de neutralizar a Hamás y Hezbolá. La interrogante radica en las consecuencias de mediano y largo plazo de esta estrategia y de sus medios.
El escenario más probable es el deterioro aún mayor de la región desde todo punto de vista, lo que necesariamente se reflejará en el ámbito de la seguridad. Y esta sitación será mucho más difícil de revertir, cobrando un precio de sangre permanente hacia adelante.
Mientras los protagonistas de la actual pugna regional son Israel e Irán, hay otros movimientos más discretos. Turquía hace poco impulsó ataques masivos contra los kurdos en Siria, Irak y Turquía. Esto respondió a un atentado que efectuó el PKK (guerrilla kurda, que busca la autonomía de ese pueblo) contra una fábrica de drones. Turquía siempre ha visto con malos ojos la autonomía con que cuentan los kurdos en Irak y Siria, por cuanto una parte importante de su población es de esa etnia y teme que se promueva el separatismo.
También ve con preocupación la presencia de Estados Unidos en la zona kurda de Siria, precisamente como un aliciente al espíritu separatista. Hay que decir que los kurdos son una nación de más de 25 millones de personas repartidas principalmente entre Turquía, Irán, Irak y Siria, que no tienen un Estado y que, producto del cambio de circunstancias en la región, han podido constituir autonomías en los dos últimos países. Un mayor deterioro regional podría abrir la puerta para más autonomía o derechamente para la constitución de un Estado kurdo, alterando el mapa de la zona y, por supuesto, las dinámicas.
El curso de la implosión regional empujada por la guerra en Gaza y el Líbano y el trasfondo de la rivalidad entre Israel e Irán solo podrán alterarse –como ya lo he señalado– si se retoma de verdad la senda de la implementación de los acuerdos de Oslo y Madrid.
Lo que ocurra en Estados Unidos con sus elecciones sin duda que será un elemento que condicionará lo que se viene.
Lamentablemente, el panorama no es alentador.