No es suficiente que los ministros realicen los anuncios más destacados; se requiere una red de portavoces que, desde los sectores operativos, pueda proporcionar coherencia y fuerza al mensaje.
En la respuesta a la crisis provocada por Monsalve, prevalecieron consideraciones emocionales. El afecto y la cercanía que el equipo político, incluyendo al Presidente, sentía hacia el entonces subsecretario, impidieron que actuaran con la objetividad y la perspectiva de Estado que la situación requería.
Las medidas correctivas de segunda línea, que debían implementarse de manera rápida y efectiva para salvaguardar la imagen del Presidente, no cumplieron su función. De hecho, quedó evidenciado que estas voces no contaban con la autoridad necesaria para ser escuchadas por el propio Presidente. Todas se encontraron desorientadas en su estabilidad política, sin tener claro cómo proceder ante la situación.
En momentos de crisis como el descrito, se activan (o deberían activarse) protocolos diseñados para construir narrativas y gestionar daños, que permitan centrar las respuestas en las víctimas y mantener la operatividad del Gobierno mientras se supera la crisis de manera inmediata.
Para estar preparados en estos momentos, la selección de los equipos es un aspecto fundamental, y las primeras y segundas líneas representan factores críticos para alcanzar resultados favorables. Es evidente que estas personas y equipos deben contar con el respaldo de las autoridades de mayor rango y disponer de un grado de autoridad en su área de especialización que les permita realizar su labor de manera efectiva.
La proactividad en las segundas líneas implica adoptar una actitud anticipativa y de resolución de problemas antes de que estos se conviertan en crisis. Aunque el sistema chileno ha avanzado en términos de modernización, gracias a la implementación de plataformas digitales y nuevas tecnologías, persiste una inercia que dificulta la toma de decisiones con la rapidez exigida por el contexto actual.
Los jefes de servicio deben contar con la capacidad de mover los engranajes del aparato estatal de forma más eficiente, aprovechando las nuevas tecnologías, pero también asegurándose de que las políticas lleguen a quienes más las necesitan.
En un contexto donde los gobiernos enfrentan altas expectativas y un escrutinio constante, la necesidad de contar con equipos directivos que no solo gestionen eficazmente, sino que también sean capaces de comunicar y motivar, es crucial. Esto aplica no solo al Gobierno Central, sino también a los gobiernos locales, regionales y a entidades estatales estratégicas.
La presencia de líderes sectoriales que actúen como “comunicadores por sí mismos” significa que el discurso no se limita a las esferas más altas del Ejecutivo, sino que se distribuye en todos los niveles de la administración. Esta forma de operar podría generar un efecto multiplicador real, donde cada decisión y cada política pública sean explicadas y justificadas desde el liderazgo intermedio, logrando un impacto significativamente mayor.
Es imperativo contar con toda la estructura, actores políticos y gestores dotados de talento comunicativo. Para ello, es fundamental el papel de la agencia encargada de las comunicaciones en el establecimiento de líneas estratégicas por niveles, actores y sectores.
Como ocurre en muchos países, la administración pública chilena enfrenta un problema de fragmentación en la toma de decisiones. Los ministerios, las subsecretarías y los servicios públicos a menudo funcionan como compartimentos estancos, con escasa coordinación y aún menos comunicación efectiva entre ellos y hacia el público.
En este sentido, los jefes de servicio y las segundas líneas tienen un rol crucial que hasta ahora ha sido subutilizado: el de ser líderes visibles que comuniquen la narrativa y los objetivos del Gobierno.
No es suficiente que los ministros realicen los anuncios más destacados; se requiere una red de portavoces que, desde los sectores operativos, pueda proporcionar coherencia y fuerza al mensaje. Estos líderes deben estar preparados para transmitir la narrativa de futuro en sus áreas de influencia, ya sean economía, educación, salud o seguridad.
En el ámbito económico, por ejemplo, es fundamental contar con liderazgos específicos que comprendan no solo las cifras, sino también las preocupaciones de la población en general. La inflación, el empleo y los salarios son temas que afectan directamente la calidad de vida de las personas, y es aquí donde la gestión efectiva puede marcar una diferencia significativa.
Estos líderes deben ser capaces de comunicar no solo los datos duros, sino también una narrativa que brinde esperanza y una perspectiva de futuro. Esto es particularmente relevante en tiempos de crisis, donde las decisiones del Gobierno pueden ser recibidas con escepticismo si no van acompañadas de una narrativa clara.
Si se logra que cada jefe de servicio, cada subsecretario, cada delegado presidencial, seremi o líder intermedio se convierta en un comunicador eficaz, el mensaje del Gobierno se difunde y amplifica. En lugar de depender exclusivamente de las declaraciones del Presidente o de los ministros, se establece una red de portavoces que refuerzan y consolidan la narrativa en todos los niveles de la administración.
Esto no solo mejora la percepción pública de las políticas, sino que también permite una mayor coherencia en su implementación. En Chile, donde la confianza en las instituciones sigue siendo baja, este tipo de estrategia podría constituir una herramienta poderosa para impulsar la legitimidad y el apoyo hacia el Gobierno.