Construir paz implica reconocer, cuestionar y transformar lo que nos hace daño.
Las nuevas perspectivas duelen, porque chocan con patrones aprendidos y heredados. Hay resistencias porque la mayoría de las personas no quiere verdad, sino que se confirmen sus creencias. Sin embargo, la crisis socio-eco-política que vivimos es una oportunidad de cambiar.
Los graves actos por los que han sido denunciados el exsubsecretario del Ministerio del Interior Manuel Monsalve y el exfutbolista Jorge Valdivia, aquellos por los que se acusa al exportavoz parlamentario Íñigo Errejón en España, y los que le valieron la condena a Eduardo Macaya por abuso reiterado de niñas, el juicio al esposo de Gisèle Pélicot y los más de 50 hombres acusados de violarla en Francia, son expresiones del poder patriarcal usado para dominar.
Pero otro poder es posible y, desde ahí, otras relaciones y “otro mundo”. Podemos crear un poder colectivo, coliderado amorosamente, que construya bien común, que no se base en el miedo y que esté en armonía con la naturaleza. Es posible sentir, pensar y actuar desde el cuidado de la dignidad de la vida humana y de la de todos los seres vivientes.
Tanto las mujeres como la naturaleza suelen ser vistas desde una perspectiva instrumental, en la que su valor es definido solo por su utilidad para satisfacer necesidades o deseos ajenos. Como lo argumenta la filósofa ecofeminista, Val Plumwood, esta visión cosificadora conduce a la explotación y a las violencias.
La muerte de dos ballenas jorobadas cuyos restos fueron encontrados al interior de áreas protegidas cercanas a centros industriales de salmón, nos retuerce de dolor. Mientras, la primavera en el sur nos invita a florecer sin límites y la COP16 en Colombia promueve “Hacer la paz con la naturaleza”. Ahí, António Guterres, el secretario general de la ONU, hizo un llamado para pasar “de saquear a preservar” la biodiversidad. “La naturaleza es vida y, sin embargo, estamos librando una guerra contra ella; una guerra donde no puede haber vencedores”, señaló.
La paz no es utopía. Recuerdo a Wangari Maathai, la primera mujer africana en recibir el Premio Nobel de la Paz, que decía “la paz en la Tierra depende de nuestra habilidad para asegurar nuestro entorno viviente”. Siento su sonrisa y veo a las miles de mujeres que plantaron árboles en Kenia para combatir la deforestación y fortalecer a sus comunidades. El Movimiento Cinturón Verde hizo posible unir justicia ambiental con bienestar social y el empoderamiento de muchas mujeres.
Construir paz implica reconocer, cuestionar y transformar lo que nos hace daño. Inaceptables son el actual genocidio en Palestina y los más de 50 conflictos armados que hoy suceden en el mundo, pero también las falsas soluciones de la llamada “transición verde” que impulsan muchos Estados y los intereses corporativos (con abrumadora presencia en la COP16), que está significando enormes aumentos en la extracción de minerales.
Lejos de ser los “salvadores del planeta”, la megaminería continúa utilizando combustibles fósiles, destruyendo glaciares y abusando de la escasa agua dulce para continuar sus operaciones a cualquier costo. A cambio de parches de greenwashing, intensifican la explotación, el desplazamiento y el despojo de las comunidades indígenas y de la destrucción ambiental especialmente en el sur global.
La actual sociedad de dominación, violación y explotación nos hace daño a todas, todos y todes. Por eso, es imprescindible deconstruir los paradigmas que la sostienen, desnormalizar las violencias, hacer colectivos los espacios de cuidado, desbloquear las emociones, instalar límites sobre lo que ya no es aceptable y avivar el fuego interno para que broten nuevas maneras de ser y estar como humanidad.
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