No sería descartable que, en algún momento, el núcleo más tradicional del Partido Republicano decida abandonar la agrupación y crear un partido nuevo, como una manera de conservar las ideas fundacionales de 1854.
El triunfo de Donald Trump acabó por despejar meses de incertidumbre en torno a esta elección presidencial cargada de tensiones, en la que vimos cómo los demócratas –hasta último momento– intentaron levantar una alicaída candidatura de Joe Biden con la irrupción de la vicepresidenta Kamala Harris.
Finalmente, todo ese esfuerzo resultó insuficiente y el próximo 20 de enero, Biden y el mundo verán cómo su controvertido predecesor regresa a la Casa Blanca por cuatro años más. El mismo que en enero de 2021 se negó a estar presente en la toma de posesión de Joe Biden, rompiendo con una de las más antiguas tradiciones republicanas de EE.UU.
De esta forma, Trump se convertirá en el segundo presidente en la historia de Estados Unidos en obtener un segundo mandato no consecutivo. El primero fue el demócrata Grover Cleveland, quien gobernó el país entre 1885 y 1889, perdió la reelección de 1888 ante Benjamin Harrison, se repostuló en 1892 y obtuvo otro periodo entre 1893 y 1897.
Del mismo modo, no solo quedó frustrado el intento demócrata por obtener un nuevo mandato; también quedó en el camino la posibilidad de que –finalmente– una mujer llegara a la presidencia de Estados Unidos. Un aspecto en el que Europa, América Latina y Asia le llevan una notoria ventaja –hace años– a esta potencia occidental.
Desde 2016, cuando Trump enfrentó a Hillary Clinton y se quedó con la Casa Blanca, se sabe que el ahora “presidente electo” ha sido un elemento de profunda perturbación dentro de la política estadounidense. Un “outsider” formado en el mundo de las finanzas, los negocios y la televisión, que logró dar el salto a la arena política, cautivando a gran parte de las bases del Partido Republicano (aunque no así a su élite).
En ese aspecto, unos de los grandes perdedores de esta elección han sido también los propios republicanos, en la medida que el “trumpismo” acabó por devorar al tradicional Partido Republicano. Es importante recordar que, en 2016, muchas figuras republicanas de alto tonelaje, como los expresidentes Bush (padre e hijo) y el fallecido senador John McCain dijeron que no entregarían su apoyo a Trump.
En 2020 fue el turno de Colin Powell, exjefe del Estado Mayor de EE.UU. durante la Primera Guerra del Golfo y exsecretario de Estado de George W. Bush, quien públicamente afirmó que votaría por Joe Biden. Incluso Arnold Schwarzenegger, en su condición de exgobernador de California, descartó apoyar a Trump en 2016 y ahora.
Por lo mismo, no sería descartable que, en algún momento, el núcleo más tradicional del Partido Republicano decida abandonar la agrupación y crear un partido nuevo, como una manera de conservar las ideas fundacionales de 1854.
Es que Trump logró sintonizar su discurso populista con un Estados Unidos que no es el de las grandes urbes en las costas del Atlántico o el Pacífico, sino el de ciudades y condados más conservadores, que se sienten al margen de la globalización y que exigen urgentes soluciones a sus problemas locales. Precisamente, los estadounidenses que le dieron a Trump los votos suficientes para obtener la mayoría en el Colegio Electoral.
A lo anterior se suma el hecho de que a esos votantes tampoco les importaron las polémicas y escándalos que acompañaron a Trump durante meses, como la investigación por los documentos clasificados descubiertos en su residencia de Mar-a-Lago, los pagos a la actriz porno Stormy Daniels (para encubrir una supuesta infidelidad) que luego declaró como gastos de campaña, el intento de cambiar los resultados electorales en Georgia (en 2020 exigió a las autoridades locales que le “encontraran 11.780 votos” para ganar) e incitar el asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021.
El triunfo de Trump ha debilitado a la democracia estadounidense y, por qué no decirlo, también a la democracia a nivel mundial. Ahora solo queda ver cómo será el nuevo “Estados Unidos de Trump”. Posiblemente, una versión aumentada y corregida de lo que ya conocimos entre 2017 y 2021, cuando se evidenció su cercanía con Vladimir Putin, su nula defensa del multilateralismo, su desprecio por los aliados históricos de EE.UU., y América Latina estuvo muy lejos de sus prioridades.