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Elecciones en Estados Unidos: las razones del fracaso del Partido Demócrata Opinión

Elecciones en Estados Unidos: las razones del fracaso del Partido Demócrata

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Robert Funk
Por : Robert Funk PhD en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
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Pensaron que la incertidumbre sobre los derechos reproductivos animaría a las mujeres a votar por los demócratas, tal como pasó en las elecciones de medio tiempo hace 2 años, pero no ocurrió. Cuando el electorado se siente amenazado, incierto, asustado y pobre, no está para probar cosas nuevas.


“No debería sorprender que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora los ha abandonado a ellos”. Esa fue la reacción del senador Bernie Sanders el día posterior a las elecciones en que Donald Trump le ganó la presidencia a Kamala Harris.

Sanders tiene razón, pero no de la manera que él cree. Sanders, que hizo un llamado a tener “discusiones políticas muy serias” dentro del partido, y como siempre ocurre después de una derrota, sacó los cuchillos. Sin duda, lo que desea es que el partido haga un giro hacia la izquierda.

No son tiempos normales en la política norteamericana, mas el debate que irrumpe en el Partido Demócrata es bastante típico, especialmente en la izquierda (recordemos la discusión entre autoflagelantes y autocomplacientes, o la renovación de la izquierda de los años 80). En el fondo, son luchas de poder permanentes entre facciones que tienen dos visiones fundamentalmente distintas. Una cree en lograr sus objetivos a través de avances graduales, y la otra en luchas más agresivas y a veces hasta violentas. Ese es el llamado que hace Sanders, convencido de que el fracaso de Harris se debe al abandono de la verdadera e histórica senda del socialismo.

Sin embargo, con la excepción de pequeños partidos socialistas a fines del siglo XIX, Estados Unidos no ha tenido una verdadera tradición socialista. Incluso el sector izquierdista que se autodenomina “socialismo democrático”, representado por congresistas como Alexandria Ocasio-Cortez, se parece mucho más a la nueva izquierda identitaria del Frente Amplio que al antiguo socialismo clasista-sindical de Sanders. En otras palabras, la crítica de Sanders debería estar dirigida mucho más hacia su propio sector –el ala izquierdista del partido– que al tono moderado y ponderado de Harris.

Sanders, entonces, se equivoca. Si bien buena parte de la clase trabajadora (en especial, pero no exclusivamente los blancos) ha abandonado al Partido Demócrata, no está claro que el Partido Demócrata haya dejado atrás a los trabajadores.

Entre las políticas implementadas bajo el gobierno de Biden, la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB), una agencia independiente que vela por las protecciones para los trabajadores del sector privado, ha apoyado a los sindicatos en diversos casos judiciales contra despidos en represalia, retención de aumentos de salarios y cierres de tiendas.

El gobierno actual derogó políticas de Trump que debilitaron la capacidad de los sindicatos del sector público e implementó una política de apoyo para ayudar a trabajadores del sector público –profesores, bomberos, enfermeras, etc.– a aliviar cargas de deuda. En esto el gobierno gastó unos $62 mil millones.

Pero los beneficios de estas políticas dirigidas no necesariamente benefician a un trabajador en una fábrica en el Rust Belt –aquellos estados más golpeados por la fuga de manufactura a México, China y otras latitudes– y que en muchos casos coinciden con el “Muro Azul”, los tres o cuatro Estados que los demócratas necesitaban para ganar. Esos trabajadores sienten los efectos de la inflación y se sienten más pobres: si bien hoy la inflación ha vuelto a niveles aceptables (2.4%), durante los primeros años del gobierno de Biden los precios acumularon un 20%, y esos precios no han bajado.

El discurso proteccionista de Trump se traduce, en el imaginario público, en más empleos, y las amenazas antiinmigrantes se interpretan como la posibilidad de acceder a viviendas más baratas. Por eso, incluso números elevados de latinos –casi la mitad– votaron esta vez por el Partido Republicano. Según una encuesta de NBC, para un 34% de los votantes latinos el costo de la vida era el principal tema de la elección, seguido por el estado de la economía (20%).

En ese contexto, el Partido Demócrata tenía un gran desafío: defender un récord económico bastante bueno (el PIB promedio bajo Biden era de 5.9%, comparado con 1.4% en la época de Trump) cuando la gente se sentía cada día más pobre. El discurso de los demócratas, tratando de “fascista” al contrincante, resultaba irrelevante si el votante estaba preocupado de perder el trabajo o de la delincuencia en las calles de Chicago.

El fino juego de Harris de apoyar el derecho de Israel a defenderse, pero criticar sus acciones militares, consciente del movimiento pro-Hamas que ha surgido en los campus durante el último año, no tenía tampoco mucho sentido para un electorado para el cual la política exterior se encontraba entre las últimas preocupaciones (solo un 4% decía que era una prioridad).

Y finalmente está la cuestión de la representación. Para un partido que se ha concentrado tanto en políticas de identidad era muy importante mandar la señal de que era tiempo de tener a una mujer de color gobernando desde la oficina oval.

Pensaron, además, que la incertidumbre sobre los derechos reproductivos animaría a las mujeres a votar por los demócratas, tal como pasó en las elecciones de medio tiempo hace dos años, pero no ocurrió. Cuando el electorado se siente amenazado, incierto, asustado y pobre, no está para probar cosas nuevas (incluso si esa novedad representa un gran salto hacia el siglo XXI). El famoso clivaje de género al final no se dio tanto: las mujeres, blancas y de clase trabajadora, votaron por el candidato acusado de acoso sexual. De alguna forma Marx y Bernie tenían razón: era una cuestión de clase.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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