La mayor riqueza se genera en las regiones, pero la plata va a parar siempre a la capital, una constante que se repite por generaciones y que mantiene a la gente amarrada a valores arcaicos e incompatibles con el avanzar hacia una nación más equitativa y moderna.
La relación entre países europeos y sus colonias fue una mirada por medio de la cual se observaba a los colonos como gente sometida a la subordinación y pobreza, que era mirada con desdén, sin derecho a autogobernarse y que sufría un usufructo ilimitado de las riquezas locales. Nadie en Europa tenía interés en cambiar un statu-quo tan ventajoso y, por ello, se llegó a la sublevación de las colonias.
Hay una similitud inquietante entre esta forma tan abusiva de relación y aquella que existe entre la partidocracia santiaguina y las regiones. En 1981, la proporción del PIB de la RM era el 46% del total. Tras ello, Chile experimentó décadas del mayor crecimiento económico de su historia, con exportaciones que crecieron 40 veces (casi todo en regiones), y el 70% de los US$ 350 millones de inversión extranjera acumulada yéndose a regiones, que se fortalecen como el “gigante” económico del país. Aun así, en 2023 el PIB de la RM es el 42%. Esto es: la mayor riqueza se genera en las regiones, pero la plata va a parar siempre a la capital, una constante que se repite por generaciones y que mantiene a la gente amarrada a valores arcaicos e incompatibles con el avanzar hacia una nación más equitativa y moderna.
En 1990, las regiones controlaban el 6% de los fondos públicos. Entre tanto, el tema de la descentralización ha estado en la boca de todos los gobernantes. En 2023, esta cifra es aún el 7%. Mucha apariencia y ningún resultado, excepto la muy bienvenida “inconveniencia” para la clase política de tener que hacer espacio para 13 sillones más en el Congreso gracias al invento de dos mini-regiones nuevas. Por absurdo que parezca, el “gigante” sigue prisionero en la jaula en que lo encerró la partidocracia desde tiempos inmemoriales. Cabe destacar que esta simbiosis centenaria entre autoridades sin ningún interés en cambiar el statu-quo y un “gigante” más bien sumiso representa un costo de oportunidad socio-económico colosal para todo el país. Es una situación que no puede ni tampoco va a quedarse así.
En 2019, después de 29 años de democracia (con 24 de izquierda y centro-izquierda), Chile experimentó un estallido social de proporciones históricas, un evento traumático para todos. ¿Qué pasó? ¿Cómo es posible que mientras el país se convertía en la estrella del continente, tanta gente de todo tipo acumulara tanto odio y frustración por tanto tiempo?
Bastó liberar al homo-economicus a fines de los años ’70 y millones de chilenos transformaron esta nueva libertad en prosperar como nunca antes en la historia de la nación. Llegó 1990 y la clase política de izquierda y derecha se volvió a enceguecer en peleas ideológicas y a acaparar poder, cometiendo el error capital de no entregar al homo-civicus libertades equivalentes a las ya recibidas en el plano económico.
Gente de todas las edades, clases sociales e inclinaciones políticas sufrió por décadas bajo esta inconsistencia grave, creciente, insostenible y todavía pendiente, que será resuelta sólo cuando las personas reciban el derecho político a referendar regularmente. Por ello, el llegar a un (primer) estallido de gente que explota contra una partidocracia abusiva, que utiliza a las personas como mera comparsa de una forma opresiva, obsoleta y fallida de democracia, era tan inevitable como predecible. Y nadie lo vio venir.
En este contexto, es alarmante constatar que esta misma clase política se empecina en mantener una relación de explotación colonialista con el homo-regionalis, en vez de liberar al “gigante” y otorgarle las atribuciones y libertades que se requieren para promover una autogestión política y financiera acorde a los recursos, capacidades y prioridades respectivas a cada región.
El proceder a dejar libre al “gigante” ya ahora es no sólo un imperativo moral pendiente desde hace mucho tiempo, sino que es también una oportunidad de proporciones extraordinarias.
Por una parte, el activar las fuerzas socio-económicas latentes en las regiones es el camino más corto que existe para que Chile retome el crecimiento al 5% y doble el PIB en unos 15 años.
En segundo lugar, es la única manera viable de poner fin al pernicioso y centenario rol de “hoyo negro” que significa la RM para acceder a un desarrollo socio-económico-político más fructífero y equitativo de toda la nación. Finalmente, es también la mejor manera para que millones de compatriotas y las autoridades de las regiones puedan despojarse de su actitud todavía algo dócil, silenciosa y resignada en forma cívica.
En caso contrario, un estallido social de (y en) las regiones es tan inevitable como predecible. Y nadie lo verá venir.