Su estilo caótico, sus famosos anuncios impulsivos y su afición por informar decisiones estratégicas sorprendentes en redes sociales durante la noche, hacen que cualquier análisis predecible pierda fuerza. Con Trump, lo improbable se convierte en posible.
El resultado de las elecciones en Estados Unidos ha generado especulaciones sobre las posibles direcciones de la política exterior en la nueva administración de Donald Trump. Las características de su política internacional durante su anterior mandato, junto con las declaraciones realizadas en la reciente campaña, ofrecen indicios sobre el enfoque que podría adoptar en los próximos años.
Sin embargo, a diferencia del periodo 2017-2021, el contexto internacional hoy es una partida más tensa y complicada, con Ucrania sumida en una guerra devastadora y Oriente Medio al borde del conflicto abierto, y todo esto con la participación indirecta de grandes potencias, lo que convierte a estas regiones en puntos de tensión cruciales entre bloques internacionales.
A primera vista, la victoria de Trump parece desfavorable para Ucrania, la cual enfrenta no solo la amenaza constante de Rusia sino también, ahora, a tropas norcoreanas que refuerzan las rusas en la zona fronteriza. Durante la campaña, Trump insistió en que, de haber sido presidente en 2022, la guerra no habría comenzado y prometió que, si volviera al poder, pondría fin al conflicto en un solo día.
El vicepresidente electo, J. D. Vance, un crítico frecuente de la ayuda exterior, lidera una corriente que empuja a Estados Unidos hacia la no intervención. Su “plan de paz para Ucrania” –cuyo tono es sospechosamente favorable a los intereses de Rusia– marca una línea continuista con la política America First, avalada por instituciones conservadoras como la Heritage Foundation y su famoso Project 2025. Este enfoque no solo minimiza la intervención estadounidense en conflictos internacionales, sino que también se centra en redirigir recursos hacia las necesidades internas de la nación.
Sin embargo, entre los observadores ucranianos notamos un grado de cautela, sin duda intensificada por el cansancio con la administración de Joe Biden, la que, por el miedo a una escalada del conflicto, se ha visto estancada e impotente frente a las continuas arremetidas rusas al territorio ucraniano. Es cierto que el pragmatismo de Trump podría traducirse en una ventaja para Ucrania, al priorizar intereses estratégicos sin preocuparse demasiado por el riesgo de escalada, pues un influyente sector de los republicanos –que incluye a veteranos de seguridad nacional tales como H. R. McMaster y John Bolton– respalda un rol activo en Ucrania. Para ellos, el apoyo militar y financiero a Kiev es crucial para frenar el expansionismo ruso y asegurar la estabilidad de Europa, reafirmando el papel de liderazgo de EE.UU. en el orden global.
Si bien la segunda visión se encuentra en minoría, Trump no necesariamente seguirá los consejos de sus asesores más influyentes. El presidente electo es conocido por desestimar las recomendaciones de sus cercanos, a lo cual se agrega la alta rotación de asesores en su primer mandato, un récord histórico de más del 90%, según el instituto Brookings.
Su estilo caótico, sus famosos anuncios impulsivos y su afición por informar decisiones estratégicas sorprendentes en redes sociales durante la noche, hacen que cualquier análisis predecible pierda fuerza. Con Trump, lo improbable se convierte en posible, y su impulsividad y pragmatismo cortoplacista pueden girar hacia una imprevisibilidad caótica.