Es pertinente preguntarse si es el momento de pensar en la creación de un instrumento en el cual confluyan los partidos políticos que históricamente han conformado la centroizquierda chilena; vale decir, los partidos Socialista, Por la Democracia, Radical y la Democracia Cristiana.
Las últimas elecciones de gobernadores regionales, consejeros regionales, alcaldes y concejales, dan cuenta de interesantes fenómenos que empiezan a reconfigurar los intereses electorales de la ciudadanía, en gran parte producto del debut en este tipo de elecciones del sistema de inscripción automática y voto obligatorio, diseño electoral que incorpora a miles de nuevos votantes, otorgándole una legitimidad indiscutible a nuestra democracia.
Si bien en la derecha se especuló respecto del “sorpasso” electoral del Partido Republicano, en definitiva no hubo tal, pasándoles la cuenta el resultado del plebiscito constitucional de diciembre de 2023. No obstante aquello, este partido se instaló en la elección de concejales como el segundo más importante de la derecha, con un 13,81%, incluidos los independientes, superando a la UDI y por debajo de Renovación Nacional.
Vale decir, si bien los republicanos no descollaron, se consolidaron como el principal partido representante de la derecha dura heredera del pinochetismo y de Jaime Guzmán.
En lo que respecta al progresismo, los resultados en las elecciones de concejales fueron los siguientes: el pacto “Chile Mucho Mejor”, que agrupó a los partidos Socialista, Por la Democracia y Demócrata Cristiano, alcanzó un 15,06%, obteniendo cada uno –sumados los candidatos independientes– un 6,06%, 4,36% y 4,64%, respectivamente.
Por otro lado, la lista que agrupó al Partido Comunista, Partido Humanista y al Frente Amplio, el pacto “Por Chile Seguimos”, obtuvo en dicha elección un 14,01%, en donde el PC, sumados los candidatos independientes, alcanzó un 6,24%; el PH, sumados los candidatos independientes, un 0,57%; y el FA, sumados los candidatos independientes, un 7,20%. Finalmente, el Partido Radical, sin pacto electoral con otros partidos, obtuvo un 6,41%, sumados independientes.
Estos resultados dan cuenta de dos fenómenos. Por un lado, y no obstante tratarse de elecciones no homologables por la inexistencia de algunos partidos (Frente Amplio) y por no ser la conformación de los pactos la misma entre una elección y otra, las alianzas progresistas disminuyeron su porcentaje de votación respecto de la elección de 2021. Y por el otro, y reiterando la salvedad anterior, estamos ante fuerzas parejas, en donde los pactos “Chile Mucho Mejor” y “Por Chile Seguimos” representan porcentajes electorales similares, existiendo dentro de cada pacto un equilibrio relativo entre sus respectivos partidos.
Todo esto, en un cuadro de decaimiento generalizado de los partidos políticos tradicionales y un aumento sostenido de las candidaturas independientes, fenómeno que evidencia una crisis generalizada y una “despartidización” de la sociedad chilena, cuestión de suyo preocupante.
Frente a este escenario, y en atención a las próximas elecciones parlamentarias en donde se juega la sobrevivencia jurídica de varios partidos políticos, es pertinente preguntarse si es el momento de pensar en la creación de un instrumento en el cual confluyan los partidos políticos que históricamente han conformado la centroizquierda chilena; vale decir, los partidos Socialista, Por la Democracia, Radical y la Democracia Cristiana.
Esta reflexión no se justifica tan solo en la sobrevivencia jurídica de los partidos, que por lo demás gozan de disímiles niveles de salud que podrían hacerlos agonizar por décadas. Comprende también, y fundamentalmente, lo ideológico y lo político.
Y ahí caben las siguientes interrogantes: ¿existen en la actualidad, y más allá de su rica historia pasada, diferencias políticas sustantivas entre los partidos Socialista, PPD, Radical y Demócrata Cristiano? ¿Entre las vertientes humanistas laicas y cristianas subsisten visiones ideológicas que justifiquen la existencia de partidos políticos distintos? Si bien son preguntas que no admiten respuestas simples, vale la pena planteárselas.
En la actualidad, el Partido Socialista se encuentra inserto en un muy interesante debate relativo a la renovación socialista, habiéndose desarrollado un encuentro de gran calidad el pasado 25 de octubre en que intelectuales de dicho sector analizaron la historia del socialismo chileno, su proceso de renovación y sus disputas intelectuales tras el golpe de Estado de 1973, sumado esto a los desafíos a los que se enfrentan tras la desaparición del modelo soviético y los socialismos reales. Todo ello a la luz de las gigantescas transformaciones que experimenta la sociedad capitalista actual.
Si bien en la Democracia Cristiana este tipo de debate no se ha dado con igual intensidad y densidad, han existido aportes, como el desarrollado por un grupo de militantes, titulado “Invitación a una Nueva Democracia Cristiana”, en donde se analizan las causas de su decaimiento y se presentan propuestas para revitalizar dicho partido en función de una reactualización de su doctrina con énfasis en la justicia social y el respeto por el medio ambiente, en un contexto mundial más bien hostil hacia valores como la solidaridad y la fraternidad.
Es decir, existen iniciativas que de manera espontánea están pensando y abordando la crisis de partidos políticos representativos de culturas políticas fundamentales en la historia política de nuestro país, impulso que es necesario canalizar a través de diseños inteligentes que permitan ir configurando un solo polo progresista, el cual convoque a los independientes desencantados que por distintas circunstancias han renunciado a sus militancias, dejando de participar en política, disconformes también por las prácticas y dinámicas de poder partidarias.
En definitiva, es necesario dar cuenta del fin de un ciclo político caracterizado por un decaimiento de los partidos políticos tradicionales y por la demanda de nuevos referentes que sean capaces de representar a una sociedad compleja y diversa, diferente a la existente a mediados del siglo XX, que puedan interpretar a un mundo cultural actualmente huérfano de representación, mundo que aspira a transformaciones sociales en libertad y con valoración plena de la democracia.