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Es hora de pensar en América Latina tras la elección de Trump Opinión

Es hora de pensar en América Latina tras la elección de Trump

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Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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Trump no solo ha estigmatizado a la mayoría de los inmigrantes, tratándolos como “bad hombres” y los convirtió en su caballito de batalla, sino que ha reducido mañosamente a la región al narcotráfico, terrorismo, criminalidad, violencia, pobreza y migración, algo muy alejado de la realidad.


Estados Unidos no solo eligió al primer presidente condenado por 34 delitos y otros juicios por venir, el de mayor edad, uno con poca o nada de preocupación por la democracia y mucho menos por la estabilidad del escenario internacional, sino que le dio –además– un triple triunfo al sumar el control de la Cámara de Representantes y del Senado en manos republicanas.

Esto, unido al control de la Corte Suprema de mayoría conservadora (seis a tres) nombrada por él, le da el control total del Estado, incluso con la posibilidad de pasar por encima de la legislación estadual que norma el federalismo. Al final, “Donald Trump takes all”.

Más allá de que en el caso Stormy Daniels, donde Trump pueda ser condenado hasta con cuatro años de cárcel –no puede indultarse, pero sí podría gobernar desde la cárcel–, o que se piense en esa frase atribuida al presidente Lyndon B. Johnson (“Never underestimate the stupidiy of american people”) o que esto refleje que el “sueño americano” está trizado con la creciente grieta y polarización social, como dijo Kamala Harris, los estadounidense eligieron a un presidente “cada vez más inestable, desequilibrado, y (que) busca un poder sin límites”. Es decir, una persona impredecible que no tiene una visión geopolítica del mundo más allá de sus intereses y visiones “autocráticas” domésticas.

Sus declaraciones parroquiales y voluntaristas demuestran que Trump ve a EE.UU. como una gran empresa aislada del mundo, una donde puede realizar alianzas transaccionales flexibles que generen beneficios en el corto plazo, sin preocuparse de la subsistencia colectiva mundial y de los valores civilizatorios. Es decir, sin preocuparse por un orden global basado en las reglas y en los acuerdos alcanzados en foros multilaterales como la ONU, uno más cooperativo y consensual para enfrentar desafíos comunes.

Sin embargo, la elección de Trump es doblemente preocupante cuando se da en un escenario internacional cada vez más inseguro, incierto, lleno de desafíos estratégicos y donde América Latina mira desde el palco, sin ninguna proactividad internacional.

Como lo dijo el secretario general de la ONU, António Guterres, “nuestro mundo está entrando en una era de caos y estamos viendo (…) una peligrosa e impredecible batalla campal con total impunidad”, alertándonos con ello que el actual orden se muestra falto de una arquitectura política eficaz y estable, con capacidad para regular las presiones ejercidas por las tendencias de una globalización capitalista con expresiones extremas (como el calentamiento global) y de poderes autoritarios que han acelerado la competencia estratégica con efectos negativos para un mundo que necesita y busca relaciones normadas.

Precisamente, esta elección se da en un escenario de guerras y de conflictos de tolerancias entre las potencias, donde se testean los límites en todos los planos, en directo y/o en teatros proxy, como son Gaza, Ucrania, Mar de China, todo en medio de una descomposición e ineficiencia de los sistemas de seguridad y de gobernanza global. A ello se suman amenazas no bélicas como el calentamiento global (ahí está Dana y sus efectos), la crisis energética con impactos múltiples, presiones en las cadenas de suministro de bienes con efectos en la inflación, la seguridad alimentaria y, al final, en la explosión migratoria.

A lo anterior hay que agregar la erosión de las democracias, ya sea por debilidades institucionales y/o el surgimiento de populismos autoritarios y, en algunos casos, por los viejos golpes de Estado, como los vistos en países africanos; una digitalización que afecta enormemente el empleo bajo y medio; y una inteligencia artificial que está alterando la vida humana en todas sus dimensiones, etc.

Al final, estamos frente a una realidad que se acerca más a la imagen de una naturaleza cruda y hostil y que pone en serios aprietos la capacidad internacional (colectiva) para responder, crudeza que ahora podría verse potenciada por un Trump negacionista, despreocupado y facilitador de la disrupción.

A excepción de Cuba y Venezuela por las incidencias políticas internas, migratorias y de relación con sus principales rivales internacionales (Venezuela suma el petróleo), América Latina no está entre las prioridades de Trump. Sin embargo, además de estos casos, donde la región promueve fórmulas democráticas y de no intervención y Washington seguramente redoblará las sanciones económicas, y de la escasa incidencia, proactividad y peso internacional de Latinoamérica, ella igualmente estará presente en la política exterior de Trump a través de temas puntuales o emparentados con China (el mayor socio comercial de Sudamérica).

Ucrania, Rusia y países del Oriente Próximo, son algunos de los principales desafíos de su segundo mandato. Así, por ejemplo, se prevé que influirá en aquellas exportaciones de América Latina a EE.UU. que tengan algún sello chino, así como en la influencia geopolítica de la Ruta de la Seda o de los BRICS, y en la presencia militar china, rusa e iraní, dejando escaso margen de maniobra a los países latinoamericanos. En el marco de la disputa estratégica y de las promesas populistas, también podría revisar algunos TLC u otros tratados en función del interés interno inmediato.

América Latina también tendrá un lugar preferente en el tema de las migraciones, donde Trump ya prometió un paquete  de seguridad fronteriza y contra la inmigración, el que busca expulsar a más de 11 millones de personas, imitando la “Operación Espalda Mojada” de 1954 y usando el Título 42 (expulsar sin siquiera permitir solicitar asilo), así como la construcción de campos de detención de migrantes, el despliegue de policías y Ejército para custodiar la frontera, pero también para perseguir a los indocumentados, y la reintroducción del veto a la migración musulmana del 2017, entre otros.

Ya advirtió a la mandataria mexicana, Claudia Sheinbaum, que “si no detienen este embate de criminales y drogas que vienen a nuestro país, voy a imponer inmediatamente un arancel de 25% a todo lo que envíen a EE.UU..

Más allá de lo difícil que pueda ser para Trump cumplir con sus amenazas, pues las empresas y ciudadanos estadounidenses se benefician enormemente con estas importaciones y del trabajo de los inmigrantes, una expulsión masiva sería un desastre humanitario y un peso desproporcionado para la región.

Trump no solo ha estigmatizado a la mayoría de los inmigrantes tratándolos como bad hombres y los convirtió en su caballito de batalla, sino que ha reducido mañosamente a la región al narcotráfico, terrorismo, criminalidad, violencia, pobreza y migración, algo muy alejado de la realidad.

América Latina, rica en biodiversidad y con importantes retos ambientales que requieren de una respuesta conjunta, de una mayor cooperación y de un desarrollo sustentable, sin embargo, se encuentra con una nueva administración reacia a cambiar el modelo contaminante, basado en combustible fósil.

Durante la campaña, Trump dijo que el cambio climático era un engaño, criticó los vehículos eléctricos cero emisiones y expresó su desprecio por las regulaciones ambientales que buscan proteger los ríos y estuarios de California. Dijo que el cambio climático encadenó la industria petrolera y dañó la economía del país y debe llegar a su fin. A contrario sensu de la agenda internacional, los objetivos delineados en el país más contaminante del mundo apuntan a un “desmantelamiento del gobierno (agencias especializadas) y de la regulación gubernamental” y al fomento de una “agenda basada en combustibles fósiles”. Prometió retirarse nuevamente del Acuerdo de París.

Otro tema de gran preocupación para la región se refiere al sistema democrático y el Estado de derecho, que está sufriendo una erosión sin precedentes, derivado de demandas no resueltas, sistemas de partidos electorales incapaces de proporcionar estabilidad y propuestas estratégicas, de ciudadanos (y gobiernos) autocentrados, etc. Este es un problema que a un liderazgo populista transaccional como el de Trump no le importa, menos cuando acusa a mandatarios como Gustavo Petro de ser una “marioneta Castro-chavista” o cuando a un presidente como Lula da Silva lo ha acusado de representar un “fascismo” con “otra cara”.

Trump ve con desconfianza y desdén al liderazgo regional. Limitado por la billetera china, Milei es unos de los pocos que se alinearía incondicionalmente (quiere ser “el hombre” de Trump acá).

América Latina y el mundo viven en una suerte de permacrisis y de policrisis, sin horizonte de salida en el corto plazo, y no sabemos cuánto las profundizará el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Esta elección, por tanto, podría ser una oportunidad para que los latinoamericanos, hoy débiles, dispersos, “tribalizados” y sumidos en la intensa demanda interna, no alineadamente y con agendas similares, recuperen la voz a través de dinámicas cooperativas o integrativas en base a la unidad en la diversidad de los 90, propuesta que debe ser dinamizada por una diplomacia presidencial 2.0. Es decir, que se empoderen para tener voz, potenciar su agenda y contrarrestar ciertas corrientes “descivilizatorias”, como la de Trump.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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