Yo sé que las constituciones no resuelven todos los problemas que aquejan a un país. Pero es innegable que ellas ayudan a generar un nuevo momento más edificante y promisorio si reflejan el alma de una nación.
Atendiendo a la iniciativa de Sergio Bitar, un grupo de 10 chilenos y chilenas que tuvimos la osadía de asumir como candidatos a consejeros constitucionales en 2023, a la entidad que elaboró un texto que fue rechazado por una amplia mayoría de connacionales ese mismo año, decidimos escribir nuestras experiencias en un libro de reciente edición.
Todo sería normal a no ser que el libro al que hago referencia se llama “La Constitución Inconclusa. Chile en la incertidumbre”; es decir, la Constitución que no vio la luz, la que no se plasmó en la realidad, la que quedó en la trastienda tirada como trapo viejo. La Constitución que, además de inconclusa, dejó a Chile en suspenso, como que hubiese querido dar un paso, pero que se quedó rígido a medio camino.
Pocos países en el mundo pueden darse el lujo, si de lujo podemos hablar, de intentar encontrar un camino para mejorar la convivencia de todos sus habitantes y fracasar. No una, sino dos veces. Si se revisa la historia contemporánea no existe algo parecido en ninguna parte del planeta, ni siquiera en sociedades que cobijan naciones supuestamente más atrasadas que la nuestra.
El problema es que a la sociedad chilena después de sendos fracasos le está sucediendo lo mismo que suele ocurrirles a aquellas familias que, para mantener una buena o soportable convivencia entre sus miembros, deciden no mencionar los temas que los dividen, de esos que crispan los ánimos, que desajustan la vida familiar. Es una buena decisión, pero convengamos que la unidad familiar se consolida no solo en torno a las cosas que la unen, sino que en la manera en cómo procesar aquellas sobre las cuales puedan existir legítimas opiniones discrepantes.
Este libro, además de reunir visiones distintas, matizadas, incluso discrepantes acerca de las vivencias que cada uno tuvo en sus campañas, tiene varias virtudes. La primera, la de convidarnos a conversar sobre los temas que nos llevaron a intentar plasmar en una nueva Constitución los temas importantes sobre los cuales un país si desea progresar debe resolverlos sí o sí. La segunda es que nos invita a reflexionar sobre el significado que tiene el que los chilenos hayan debido quedarse en la misma “casa” que habitan desde hace 40 años, sabiendo que tiene grietas, que las paredes están enmohecidas o que las cañerías son antiguas. Es cierto, la casa estará malita, pero convengamos que sirve para cobijarnos mientras pasa el tiempo y digerimos los sinsabores de los fracasos.
No creo que deba ser mañana ni siquiera pasado mañana el momento para reponer la esperanza de emprender la tarea de construir una “casa común” para todos los chilenos. Pero asumamos que los signos de deterioro que vive el país son preocupantes. Y no me refiero solo a la crisis de seguridad, a los esmirriados PIB que nos esperan, ni siquiera a cómo enfrentamos los efectos del cambio climático y lo que nos espera con el gobierno de Trump. No. Me refiero al deterioro creciente que tiene la convivencia de los chilenos. A la anomia que corroe a las instituciones; a la desconfianza que se anida en el alma de la gente; a la pérdida del sentido de pertenencia a una misma patria que se respira por doquier; y a la pérdida del sentido ético del ejercicio de la función pública.
Yo sé que las constituciones no resuelven todos los problemas que aquejan a un país. Pero es innegable que ellas ayudan a generar un nuevo momento más edificante y promisorio si reflejan el alma de una nación.
Siguiendo con la metáfora de la casa, entiendo que la familia y el país deseen permanecer en el mismo hogar que habitamos desde los años 80 del siglo pasado; pero en algún momento, ojalá que pronto, espero que surja entre nuestra elite política la necesidad de cambiarse a una casa nueva donde todos, sin distinción, podamos sentirnos cómodos y mirar el jardín que bien cuidado nos brinde junto con más y mejor democracia, el bienestar que todos los chilenos y chilenas nos merecemos.
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