Las TICS no son la panacea, pero sí son medios que nos pueden ayudar a conseguir lo que buscamos, en particular en ciertas materias como sistemas de información, reporte remoto de imágenes y telemedicina. Pero por lo general las TICs son elementos coadyuvantes, como las enzimas.
Franco Norero me invitó al Congreso Adimech, 4 Health Tech Summit, para una mesa en que se nos pedía juzgar la contribución de las TICs –tecnologías de información y comunicaciones– al cierre de las brechas sanitarias, como las listas de espera del sector público de la salud. Menuda pregunta.
Confieso mi escepticismo con las TICs. Esto puede ser no mucho más que la porfía de un vejete sobrepasado por las circunstancias. Pero prefiero mis vinilos al Spotify. Mis vinilos son pequeñas obras de arte y el Spotify no es más que un medio de almacenamiento. Ni siquiera reproduce siempre las canciones originales. Los vinilos y los CDs son otra cosa, definitivamente. Así lo vivo.
Bueno, en realidad exagero un poco. Solo que creo que se tiene demasiada fe en el asunto de las TICs, creo que está sobredimensionado, que se espera demasiado de aquel y que pensamos que ha de resolvernos el problema sin que movamos siquiera un dedo.
A este paso abriremos nuestras puertas de par en par para que finalmente irrumpa en nuestro mundo clínico un ejército de robots ruidosos y carentes de sentimientos, pero plenos de inteligencia artificial, que pasen por encima de nosotros, los cultores de la buena medicina. Y a mí me parece que el quehacer médico es irreemplazable, porque las personas necesitan a un otro –un legítimo otro– que las escuche, todavía. Es de la más mínima humanidad. Entonces, digo, vámonos con calma.
Para mí las TICs no son la panacea, pero sí son medios que nos pueden ayudar a conseguir lo que buscamos, en particular en ciertas materias como sistemas de información –saber para gestionar–, reporte remoto de imágenes y telemedicina. Pero por lo general las TICs son elementos coadyuvantes, como las enzimas, esos catalizadores orgánicos de origen proteico que intervenían estimulando periféricamente las reacciones bioquímicas principales de nuestro organismo. Facilitan la respiración celular. El ciclo de Krebs.
Las TICs nos ayudan a apurar el tranco, no cabe duda, pero la reacción bioquímica principal en este mundo en que buscamos el cierre de las listas de espera se llama gestión. Así se llama, simplemente.
En particular, en un mundo que consiste en redes asistenciales cerradas para proveer servicios a una cierta población adscrita al “seguro público”, en lo principal a una población indigente que no tiene opciones, porque los grupos B, C y D pueden arrancar al sector privado, lo que han venido haciendo crecientemente para saltarse las listas de espera. Más se arrancarán todavía en el futuro cercano con la Modalidad de Cobertura Complementaria, MCC.
Entonces, lo primero que se nos viene a la mente cuando hablamos de estas redes asistenciales cerradas, con APS Universal incluida, es la “gestión en red”, lo que para resumir describiré como inteligencia sanitaria aplicada a la continuidad de cuidados de una población a cargo, con anticipación a la aparición de los daños. Es decir, con hoja de ruta y siguiendo a Laevell y Clark y a la historia natural de la enfermedad en el hombre –como especie–, prevención primaria, secundaria y terciaria.
En el mercado tal interés no existe, pues el consumidor soberano se las arregla a su regalado gusto y no está a cargo de nadie, se mueve intuitivamente o por consejería de cercanos. Entonces, esto de la población a cargo es una singularidad de nuestro sistema de salud, al que las TICs no han concurrido a apoyar de manera sistemática, quizás porque nadie las ha convocado con una mínima claridad.
Hay dispositivos diversos, claro está, pero alguien debe articular el todo. Cuando los tiempos de espera se dilatan y la oportunidad del diagnóstico y el tratamiento se pierden, esta “gestión en red” hay que tomársela en serio.
En segundo lugar la gestión así tal cual, pura y dura, management, teje y maneje, muñeca, ñeque, los cinco tomos del cateo de la laucha llevados a la práctica, la misma que ha permitido escribir los cinco tomos –¿qué será primero, el huevo o la gallina? La gallina, dirán en Harvard o en el MIT–. Management in action, diría revolucionariamente don Fernando Flores en su momento, que vino a Chile, instaló su software y luego se dedicó a la política para saldar sus pendientes y ahí su carácter lo traicionó. Y se fue. Es decir, solo cabe decir –redundante– que se requiere de las competencias apropiadas para poder hacer bien el trabajo. Y aquí me adscribo al esfuerzo que hace el Servicio Civil con su ADP.
Pero gestión en un mundo carente de incentivos y de motivación podría ser inútil y frustrante. Tenga cuidado el Servicio Civil con este asunto. Las siembras requieren de terreno fértil. Choclo por medio no nos sirve. El sistema carece de deseo, no hay ganas de hacer las cosas. Por ejemplo, las TICs están ahí, pero ¿para qué? ¿En qué pueden contribuir las TICs cuando la renta médica es fija y da lo mismo la preocupación de la Comisión Nacional de Productividad por la productividad –otra redundancia– del sistema?
Al actor principal, a la principal fiera del circo, al médico tratante, la productividad le da lo mismo. Él hace lo que estima conveniente, necesario y suficiente. Ha venido a formarse, nos está haciendo un favor y la renta se construirá poco a poco afuera, donde se paga por servicio prestado. No donde se paga por adelantado y no importa lo que hagas, el lugar donde a los gestores se nos va la vida diseñando sistemas inteligentes que nos permitan generar mecanismos que produzcan efectos semejantes pero jamás homologables, en rendimiento, al pago por prestación.
Y por último, gobierno. La cuestión más estructural. Cómo se ordena el naipe, para que el desempeño pueda ser el más mejor –cito a Leonel– o para que las conversaciones necesarias se produzcan. Aquí vienen los temas gordos que ameritarían proyectos de reforma del anquilosado sistema de salud público, proyectos que nadie se atreve a impulsar, pero también hay cuestiones de gobierno que no requieren tanta reforma. Solo ganas y asumir un poquito el riesgo. Para eso estamos, señoras y señores.
Por ejemplo, es evidente lo que cabe hacer en el consultorio de especialidades de los hospitales para reducir la lista de espera de consultas, pero no se hace. Conocí a los 60 autogestionados, supe del mal uso de los recursos y de los asuntos que se debían abordar en el ambulatorio. Pero el tema de fondo era cómo generar relaciones de equilibrio entre quien gobierna la provisión de servicios ambulatorios de especialidad y las jefaturas de los servicios clínicos tradicionales, que es donde vive la oferta de especialistas que no quieren ir al “poli” –los contratos– y donde radica verdaderamente el poder. Cómo generar condiciones para sustentar una saludable negociación. Todo esto es más estructural. Obliga, si no a reformar, al menos a rediseñar procesos que generen nuevos equilibrios.
Finalmente, Carlos Vignolo decía que gestionar era “lidiar con problemas” y hoy nos toca lidiar con el estigma, la oscura sombra de la improductividad e ineficiencia que se cierne sobre los hospitales públicos y a veces con hasta la sombra de la corrupción cuando nos visita la Contraloría y descubre, por ejemplo, que compramos servicios quirúrgicos en horario inhábil a nuestros propios médicos o que hacemos trampas en las listas de espera.
Mientras, la lista de espera sigue ahí, como en el cuento corto del dinosaurio del guatemalteco Augusto Monterroso, cuando los pabellones se ocupan poco, cuando la APS experimenta la sensación de que faltan especialistas, porque la espera por una consulta de especialidad puede ser eterna.
¿Cómo nos sacarnos esto de encima cuando, además, los presupuestos de los hospitales se agotan prematuramente, ante los ojos de vidrio de los administradores de la política fiscal, las verdaderas víctimas de sus propias restricciones? ¿Será que ya habrán llegado las TICs y sus promesas a ocupar un espacio en su corazón?