Transparencia Internacional establece que la corrupción es cualquier abuso de poder que le hemos confiado a alguien para la obtención de un beneficio. Entendiendo, justamente, que ese beneficio no necesariamente es material ni para quien perpetra el acto.
La idea de corrupción se ha instalado en el discurso público. Es común escuchar a diario en noticieros, redes sociales y conversaciones del día a día, sobre algún nuevo caso de corrupción o, incluso, el “se están robando todo”, y es cierto. Las personas se quedan con la sensación de que quienes están en espacios de decisión, sean públicos o privados, utilizan esa posición para beneficiarse. Pero ¿qué es realmente la corrupción?
Desde una perspectiva jurídica, puede ser comprendida como un delito; desde una mirada económica, como un atentado contra la libre competencia; o desde una mirada más social, la ruptura de los acuerdos de convivencia. Sin embargo, cada una de esas opciones sólo aborda parcialmente el problema, y justamente hacen que sea complejo abordar el fenómeno en su totalidad. Incluso, las diferencias que se observan desde cada punto de vista generan distorsiones en el debate que dan pie a interpretaciones antojadizas y caprichosas, que poco y nada contribuyen en generar un entendimiento común del problema.
Ha existido una tendencia a asociar la corrupción con un fuerte componente valórico, y que en sociedades legalistas como la nuestra cobran legitimidad. A decir verdad, la corrupción es un problema propio del ejercicio del poder. El académico español Fernando Gil lo reafirma al señalar que la corrupción “es una cuestión de poder y, por lo tanto, podremos encontrarla en cualquier relación de dominación, no solo en el ámbito de la política, sino en otros muchos, como el familiar, el escolar o el amoroso”; y, por lo tanto, esta puede producirse en cualquier tipo de interacción social.
En este escenario, hay que tener presente que subyace también un problema interpretativo a la hora de enfrentar el concepto a la realidad, y que los marcos que existen detrás de la construcción del concepto no necesariamente reflejan las formas que tienen las personas de entender la idea, y menos aún sus manifestaciones en la vida diaria. Por ello, lo que las personas interpretan como corrupción, no necesariamente constituye un delito de corrupción para los jueces que deben aplicar las leyes.
De esta forma, Transparencia Internacional establece que la corrupción es cualquier abuso de poder que le hemos confiado a alguien para la obtención de un beneficio. Entendiendo, justamente, que ese beneficio no necesariamente es material ni para quien perpetra el acto.
Muchos autodenominados expertos se amparan en las ambigüedades de la interpretación de la corrupción para acomodar el concepto y así beneficiar a algunos y condenar a otros. Si realmente queremos terminar con este show, debemos decirlo con todas sus letras: cualquier abuso de poder para la obtención de un beneficio indebido es corrupción.