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Trump y los reacomodos estratégicos en la región Opinión

Trump y los reacomodos estratégicos en la región

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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Se vienen tiempos complejos y nuestra política exterior debe prepararse para minimizar los riesgos y perjuicios para el país, así como para potenciar las oportunidades existentes y que puedan surgir.


Ante un cambio relevante de circunstancias, siempre se reordena el tablero de las relaciones y alianzas en torno al poder. Esto es así tanto en lo doméstico como internacionalmente.

La elección de Donald Trump y la variación radical que implicaría para el rol de Estados Unidos en el mundo, especialmente en materia de política exterior y comercio, naturalmente ha desatado movimientos en toda nuestra región, buscando los países y sus gobiernos posicionarse de la mejor forma posible para la nueva fase que se viene.

Como en todo, hay algunos que reaccionan más rápido y que por lo mismo podrían obtener mejores réditos, como sería el caso del presidente Milei de Argentina.

Frente a un cambio de esta naturaleza, que implica a la principal potencia global, las adaptaciones y reacomodos pueden tomar tres grandes direcciones: Alinearse con el nuevo liderazgo o, por el contrario, acercarse más a la competencia. Existe también la vía intermedia de procurar blindarse, para preservar la máxima autonomía posible.

¿Cómo están reaccionando los principales países del hemisferio y qué se puede esperar en este movimiento de fichas?

Partamos desde el norte del continente. Canadá, con Justin Trudeau, está en una posición expectante. El primer ministro canadiense, quien coincidió con Trump en su primer período, no está en el círculo de las relaciones especiales con el presidente reelecto. Al contrario, ese vínculo se deterioró por la preferencia de Trudeau por Biden. Esto, que en muchas relaciones bilaterales puede ser irrelevante o secundario, en el caso de Trump tiene una influencia mayor. Eso puede significar la diferencia entre trabar o impedir ciertas exportaciones canadienses o no, por ejemplo. En todo caso, las elecciones generales en Canadá deberán convocarse a más tardar en octubre del próximo año y a la fecha es altamente improbable la continuidad de Trudeau, proyectándose un triunfo de los conservadores, quienes comparten muchas de las ideas del programa de Trump. En ese evento, Canadá volvería a un alineamiento estrecho con Estados Unidos, revirtiendo la autonomía y diversificación de su estrategia internacional fuertemente impulsada por Trudeau y los liberales.

En el caso de México, la presidenta Sheinbaum, quien dijo que la elección de Trump no afectaría a su país. Claramente expresó un wishful thinking, porque sin duda que la relación bilateral será puesta a prueba. Ya en su primer período Trump fue muy duro y despectivo con su vecino del sur, acusándolo de muchos males, destacando la migración y el delito, especialmente el tráfico de drogas. Ese escenario se va a repetir porque Trump fue reelecto principalmente para poner coto a la inmigración y aplicar mayor dureza a la lucha contra el crimen. Eso se va a traducir en más vigilancia en la frontera, con la extensión del muro o cerco, y un aumento muy importante de deportaciones. También se va a acentuar la presión para que el gobierno mexicano cierre sus fronteras a los migrantes que quieran ingresar a su territorio para seguir al norte, así como retener a aquellos que logren pasar, impidiendo su cruce a Estados Unidos.

Igualmente aumentará la presión de Estados Unidos en materia de combate contra los carteles, especialmente en materia de los opioides sintéticos como el fentanilo, que están causando una mortandad desatada y un profundo impacto social en ese país. Esta presión probablemente incluirá la amenaza de sanciones económicas.

México también estará bajo la lupa en materia comercial. Trump, en su campaña, propuso renegociar el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) si resultaba vencedor. Hay que recordar que este acuerdo, que reemplazó al NAFTA a instancias del mismo Trump, entró en vigor el 1 de julio de 2020 y se estableció en su texto un mecanismo de revisión del acuerdo a los seis años, con la posibilidad de extender su vigencia por 16 años más, si los tres países están de acuerdo.

Por lo tanto, en julio del 2026 se abre la ventana para revisar y es casi seguro que Estados Unidos empujará cambios, los que difícilmente podrán ser rechazados por sus socios. La profundidad de esa revisión probablemente estará vinculada a factores políticos y cómo México reaccione en materia migratoria y de seguridad. También incidirá la competencia comercial con China y si la administración Trump percibe que los chinos pretenden eludir las barreras arancelarias y otras medidas comerciales instalándose en México. En ese evento, ya han emanado varias señales desde el campo de Trump, que eso sería razón para aplicar aranceles a todos los productos mexicanos que pudieran derivar de inversiones chinas o que contengan partes y piezas elaboradas en ese país.

En suma, México enfrentará un período complejo, además en las antípodas política y en una situación de casi aislamiento producto del retiro internacional que desarrolló el expresidente Manuel López Obrador.

Brasil, por su peso y por su activismo internacional, incluyendo al interior del BRICS, mantendrá una relación compleja de cooperación y antagonismo con Estados Unidos, según si los intereses concurran o no. Venezuela seguramente será una prueba para esa dinámica entre ambos. El tema ambiental también tendrá incidencia.

Si bien Lula tiene todavía dos años de mandato hasta las próximas elecciones, el gobierno de Trump podría alentar las poderosas fuerzas afines en Brasil, con algún candidato del estilo Bolsonaro.

En el caso de Argentina, como lo señalé, se está gestando un alineamiento estratégico de Milei con Trump. Este fue recibido por el estadounidense hace poco, siendo el primer mandatario latinoamericano en reunirse con el presidente electo. Indudablemente ambos líderes tienen mucho en común y es muy posible que la química personal y la afinidad ideológica se traduzcan en algún tipo de trato especial en la región.

No hay que olvidar que Milei estableció también una relación especial con Elon Musk, quien tendrá un papel destacado en el esquema de Trump. Esta afinidad podría, por ejemplo, favorecer la renegociación de la deuda y asignar recursos frescos al país. También podría abarcar el ámbito de la seguridad en el Cono Sur, con los ojos puestos en el paso entre el Atlántico y el Pacífico y en la Antártica, especialmente frente a la competencia estratégica china y rusa.

Para ambos una relación especial (“carnal” como dijo en su momento Menem, cuando hubo un alineamiento con Bush padre) sería muy conveniente porque Argentina, además de lo dicho, aumentará su peso relativo regional, especialmente frente a Brasil, mientras Estados Unidos también incrementa su influencia en Sudamérica de la mano de un socio de peso, también frente a Brasil.

¿Y qué pasará con Chile? Claramente desde el punto de vista ideológico ambos gobiernos están en polos opuestos y eso incidirá en la relación, por lo menos hasta nuestras próximas elecciones. Además, la erosión económica, institucional y reputacional que hemos experimentado nos vuelve mucho menos atractivo para Estados Unidos, lo que posiblemente se reflejará en una relación mucho más intensa con Argentina. En ese contexto, no sería extraño quedar fuera de la visa waiver durante el período de Trump.

Independientemente del signo actual del gobierno en Chile, nuestro país es de aquellos que, por evidentes razones de interés nacional, no quisiera verse obligado a alinearse con alguna de las potencias, particularmente entre Estados Unidos y China. Pero para que ello suceda se debe crear una red de relaciones que puedan diluir o mitigar las presiones que se incrementarán. En esa línea, las alternativas más evidentes son fortalecer el diálogo político y la integración económica con América Latina, así como con la Unión Europea. De hecho, desde mi perspectiva, lo primero es requisito para una fuerte relación con Europa.

Considerando el calamitoso estado de nuestra región, en el corto plazo es difícil prever un cambio sustancial de circunstancias en materia de coordinación e integración, pero no hay alternativa. Es prioritario seguir empujando esa agenda.

Se vienen tiempos complejos y nuestra política exterior debe prepararse para minimizar los riesgos y perjuicios para el país, así como para potenciar las oportunidades existentes y que puedan surgir, por ejemplo, por la desviación del comercio y de las inversiones que pueda derivar de la guerra comercial entre EEUU-China.

Ojalá que este contexto nos lleve a retomar la discusión nacional para volver a consensuar una política exterior de Estado, debate no abordado seria ni sistemáticamente desde el término del período del presidente Ricardo Lagos. A estas alturas es imprescindible frente a los desafíos globales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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