En vista de la insuficiencia del objetivo financiero acordado en 2009, ahora lo crucial es definir pronto cuánto dinero será movilizado por la comunidad internacional, incluidos los Gobiernos de los países desarrollados, bancos, empresas, entre otros, a partir de 2025.
El lunes 11 de Noviembre en la ciudad de Bakú, Azerbaiyán, comenzó la COP29, con tres noticias alarmantes: La Organización Meteorológica Mundial (OMM) anunció que 2024 será el año más cálido registrado en la historia de la humanidad; también figurará en la historia como el año en el que el promedio de temperatura de la superficie terrestre alcanzó 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales; y la reelección de Trump en EEUU, un declarado negacionista del cambio climático.
Otra cuestión preocupante es la baja participación de los mandatarios de las naciones que más gases de efecto invernadero emiten. Asistieron sólo 80 jefes de Estado y de Gobierno. Se respira el temor por el retorno de Trump, y que se transforme en un freno nocivo a la lucha contra el cambio climático. El Secretario General de la ONU, por su parte, dejó un recado directo a todos los negacionistas: La revolución de las energías limpias ya está aquí. Ningún grupo, ninguna empresa ni ningún gobierno pueden detenerla. La competencia está declarada.
Estamos pues, advertidos. En una sola generación la amenaza climática llegó a un punto en que es ya es normal tomar nota a diario de una cascada de desastres climáticos devastadores. Hemos entrado en un ritmo acelerado e inesperado de cambio climático. Lo que se esperaba que ocurriera en 10 a 15 años más ha ocurrido en tres, impulsado por una siempre creciente acumulación de gases de efecto invernadero en nuestra atmósfera. Y también ha ocurrido algo inesperado para algunos, indeseable para otros. Me refiero al predominio de los negacionistas y autoritarios en los países con mayores emisiones y mayor poder económico y político.
¿Tenemos motivos para preocuparnos de los efectos de la presidencia de Trump que comienza en Enero 2025? Por supuesto que sí. Trump se desvinculó del multilateralismo en su anterior mandato (2016 al 2020) y retiró a su país del Acuerdo de París. Fueron cuatro años perdidos para las relaciones multilaterales y para el Acuerdo, el cual se salvó a duras penas con el apoyo decisivo de la Unión Europea (UE).
No olvidemos que el Acuerdo de París es un instrumento imprescindible para facilitar a la comunidad internacional un avance mancomunado en la lucha contra el cambio climático, ya que señala a gobiernos, empresas, industrias, ONGs y sociedad civil, tanto la ruta como la meta para alcanzar un recorte efectivo de las emisiones de CO2. Desgraciadamente, son pocos los que están respetando los compromisos asumidos. ¿Cómo lo sabemos? Porque a la fecha, en vez de disminuir, las emisiones aumentaron un 8 % en la última década. No hay caso, desde el ángulo que se le mire, el Acuerdo y los compromisos asumidos van mal y con tendencia a empeorar.
El Acuerdo de París, adoptado en COP21 (2015), estableció como objetivo general que las emisiones de efecto invernadero deberían disminuir de manera creciente para que a final de siglo XXI, se lograra estabilizar el calentamiento por debajo de los 2ºC y, en la medida de lo posible, en 1,5º. Estamos en noviembre 2024 y estamos muy cerca de superar el límite de los 1,5º, aunque oficialmente aún no se anuncia que se ha traspasado. ¿Por qué? Porque no basta que ocurra en uno o varios años sueltos. Debe ser una marca estable, por lo menos de una década. Eso aún no ocurre, aunque los científicos dan por hecho que sucederá con 2024 en la mitad de esa década. O sea, estamos en la quemada. Esperemos que la actual superación sea temporal y luego baje de nuevo. Pero para eso se requieren unos recortes rápidos y drásticos que no están contemplados ahora en los planes climáticos del conjunto de los países del mundo
¿Cuál es nuestra única esperanza? Que Trump asuma con una visión renovada, que acepte que el negocio de las energías limpias es muy rentable y que es mandatorio evitar los miles de millones de dólares perdidos por los desastres climáticos desvastadores en EEUU, como el huracán Milton, que golpeó Florida el mes pasado.
Lo que más molesta a Trump y otros mandatarios de países petroleros o de similar postura política es que el Acuerdo busca prestar ayuda financiera a las naciones con menos recursos para que puedan reducir sus emisiones, mitigar los impactos y, a la vez, adaptarse a dichos impactos. Esto es lo que se conoce como financiación climática, que en esta COP29 estará en el núcleo de todos los debates y negociaciones hasta su clausura el 22 de noviembre.
¿Cuál es el objetivo principal? Lo que esperan la mayoría de las delegaciones en Bakú es que la COP29 fije una nueva meta de financiación mundial para apoyar la lucha contra el cambio climático. Para ello, será determinante que los países con más recursos apoyen y colaboren con las que poseen menos. La ONU ha sido enfática en señalar que se requiere abandonar la idea de los negacionistas que consideran a la financiación climática como una obra de caridad. Por supuesto que no lo es. Es evidente que frenar las amenazas climáticas es un ejercicio que beneficia a toda la humanidad, no sólo a los más pobres. Para los más ricos, obviamente involucra también elementos que reforzarán su propia autodefensa. Los desastres climáticos extremos no reconocen fronteras.
El objetivo de financiación climática que termina este año se estableció en 2009. Por entonces, se acordó que a partir de 2020 se movilizarían (con ayudas directas, créditos y otro tipo de herramientas) 100.000 millones de dólares anuales desde los países desarrollados a los en vías de desarrollo. Este acuerdo, según la OCDE, no se cumplió hasta el 2022. De estos últimos años se han sacado varias lecciones. Por ejemplo, gran parte de la ayuda se ha centrado en medidas de mitigación (reducir las emisiones con, por ejemplo, la instalación de renovables) y mucho menos en adaptación (como protegerse con sistemas de alerta temprana de desastres extremos). Lo cual exige un cambio en las prioridades ya que a diferencia de lo que suponíamos en 2009, en estos últimos años nos golpean desastres cada vez más frecuentes e intensos.
Lo peor, hay que destacarlo, es que el grueso de la ayuda económica, cuando llegó a tiempo, lo hizo en forma de préstamos y no a fondo perdido. Mala cosa. También se han detectado contradicciones, como que un gigante económico y emisor de gases como China no figure entre los países donantes y que, incluso, se haya beneficiado de la financiación climática. Por último, y lo más importantes para las negociaciones en Bakú, es que los programas de acción climática, en mitigación, adaptación y resiliencia que son urgentes de implementar exigen recursos financieros que superan en mucho el objetivo de los 100.000 millones de dólares anuales fijado en 2009.
Un difícil impasse
En la COP29 de Bakú todas las cuestiones relativas a financiamiento acapararán el debate y las negociaciones. ¿Cuáles son los temas más candentes? En vista de la insuficiencia del objetivo financiero acordado en 2009, ahora lo crucial es definir pronto cuánto dinero será movilizado por la comunidad internacional, incluidos los Gobiernos de los países desarrollados, bancos, empresas, entre otros, a partir de 2025.
Pero, no es tan fácil, pues hay serias discrepancias en la fijación de montos, y la situación económica mundial y la nacional de muchos países, no ayuda en absoluto a encontrar cifras que pongan los ánimos en sintónía de cooperar. ¿Cuál es la discrepancia principal? Nada menos que los países desarrollados donantes están pensando en términos de miles de millones de dólares, pero los países en desarrollo califican sus necesidades en términos de billones de dólares. Serán capaces los gobiernos de resolver este impasse en la COP29, difícil, muy difícil.
Así las cosas, las negociaciones serán duras, controversiales, que pueden acabar en serios conflictos para el futuro del Acuerdo de París y para el fortalecimiento de la acción climática en todo el mundo en desarrollo. Así lo reconocen todos los actores involucrados que están comprometidos con el futuro del Acuerdo. La cuestión es seria: El problema no será solo el cuánto, también el quién se debe beneficiar y, sobre todo, el quién debe poner el dinero y quién debe administrarlo, de qué manera, bajo qué condiciones, y en qué circunstancias se adjudicarán los recursos, etc. Por ejemplo, la UE quiere que países como China también se sumen a la base de donantes.
Pero esto no es todo. No será suficiente acordar una cifra, un objetivo financiero y sus normas de funcionamiento. Lo que también necesita con urgencia para la financiación climática es reformar todo el sistema financiero mundial que después de varias décadas ha quedado obsoleto. Aquí entran temas sustantivos como conceder a los países el espacio fiscal que tan desesperadamente necesitan, por ejemplo, poniendo en marcha nuevos instrumentos, como los impuestos a la aviación y el transporte marítimo internacional que la ONU y Europa están impulsando desde hace meses.
¿Se cumplirá lo anunciado y la COP29 será un fracaso? Todo indica que será así, pero no está escrito en piedra. Es una articulación compleja, con miles de variables. Quién sabe. Quizás la racionalidad, por fín se una a la ambición por hacer negocios y de capturar beneficios en la transición energética. Que la cordura prevalezca en la COP29 considerando, además, los futuros beneficios de los mercados del carbón recién activados. Que la coherencia, por fin, entre en las negociaciones y ponga en la balanza los enormes costos económicos de los últimos desastres extremos. Si todos estos factores, entre otros, son alineados, la COP29 quizás podría darnos una sorpresa. Es posible, no se trata de pensar con los deseos, es racionalidad.
¿Es una desmesura exigir el uso de la razón a la humanidad?