No es casual que uno de los grandes sostenedores de Trump hoy día sea precisamente el empresario multimillonario Elon Musk, quien aparece en la punta tecnológica en Estados Unidos.
“La era del apogeo de la globalización ha llegado a su fin. Un sistema económico basado en la producción a escala mundial y en largas cadenas de abastecimiento se está transformando en otro menos interconectado, y un modo de vida impulsado por la movilidad incesante tiembla y se detiene”, explicaba hace cuatro años en el diario El País el filósofo político británico John Gray.
Durante 40 años, las grandes empresas, junto a China, se han visto beneficiadas con la globalización. En el despliegue de las cadenas de valor segmentadas a través de fronteras, las corporaciones aportaban sus capitales y tecnologías y se beneficiaban de los bajísimos salarios chinos y, como siempre, de las materias primas de América Latina y África.
Por su parte, China experimentó un notable crecimiento que redujo la pobreza, pero no evitó las desigualdades y, sobre todo, obtuvo un inédito beneficio para su economía: se potenciaron sus centros de I+D y universidades, después de exigir a las corporaciones transnacionales la transferencia de sus tecnologías.
Ahora, la globalización está terminando. La presión de Estados Unidos al mundo entero para que desmantelaran barreras comerciales y financieras, mediante los tratados de libre comercio, ha llegado a su fin. Los inventores de la globalización han optado por el proteccionismo.
El discurso del “retorno a casa”, apoyado en el proteccionismo, ha sido bandera programática del presidente Trump para apuntar a su propuesta de reindustrialización de Estados Unidos.
Donald Trump renuncia a las políticas globalizadoras que desindustrializaron la economía norteamericana. Inteligentemente acogió el descontento de los trabajadores, que perdieron sus puestos de trabajo, como consecuencia de la exportación de las empresas manufactureras a China, México y otros países de bajos salarios. Fueron precisamente los tradicionales reductos demócratas, centros industriales empobrecidos por la globalización, los que dieron el triunfo a Trump en 2016 y también ahora.
Curiosamente, el nuevo presidente, aunque rico y famoso, fue percibido por sus votantes como un hombre fuera de la elite tradicional, factor determinante en sus dos triunfos. Ha señalado en su reciente campaña electoral que elevará los aranceles a China al 60% y al resto del mundo entre 20% y 30%. Y estas propuestas de hoy perseveran en la misma línea proteccionista que inició en su primer gobierno, al redefinir el NAFTA y elevar aranceles contra China, México, Canadá y Europa.
Trump inició el camino proteccionista, pero el presidente Biden continuó en esa misma línea. En efecto, el pasado 4 de febrero del 2023, en su discurso a la Unión, el presidente Biden, en coincidencia con Trump fue categórico al señalar que “compraremos productos estadounidenses para asegurarnos que todo, desde la cubierta de un portaaviones hasta el acero en las barandillas de las autopistas, se fabriquen en los Estados Unidos”. Y agregó que renacerá el orgullo norteamericano con el sello “fabricado en Estados Unidos”, en “lugar de confiar en las cadenas de suministro extranjeras”.
El proteccionismo es hoy una política de Estado, con una dimensión geopolítica, ya que el gobierno norteamericano vive con temor ante la competencia económica China.
¿Cómo se explica el cambio radical desde la extensa globalización al decidido proteccionismo del gobierno? Existen fundamentos estructurales que lo explican, y que destaco a continuación:
La mano de obra se ha encarecido en China en años recientes, lo que reduce los beneficios de manufacturar en ese país y, por otra parte, existe un notable desarrollo de las nuevas tecnologías: la robotización, la digitalización y las impresoras 3D en Estados Unidos y, en general en los países desarrollados (y, por cierto, también en China).
Estos dos cambios son los que favorecen el término de la globalización.
Hace 40 años, cuando se potenciaba la globalización industrial, no existían las sofisticadas tecnologías de hoy y la maximización de ganancias de las corporaciones se fundaba principalmente en los bajos salarios. Eso ha cambiado, en primer lugar, con la emergencia del shale gas y shale oil en EE.UU., con lo cual se ha reducido el precio de la energía, generando ventajas competitivas para la producción de manufacturas. Ello constituye un atractivo, especialmente para recuperar la producción de químicos, fertilizantes, acero, aluminio y plásticos, industrias en que la energía es un insumo fundamental.
En segundo lugar, la robotización avanzada, la impresora 3D y la tecnología digital favorecen la actividad productiva allí donde se genera el conocimiento, a diferencia de las décadas pasadas en que los bajos salarios chinos potenciaron la producción manufacturera en este país para beneficio de las empresas transnacionales.
En tercer lugar, lo ya señalado: la elevación de los costos laborales en China termina con la ventaja de los menores salarios como referente para la exportación de industrias a ese país.
Estados Unidos, con reconocida fortaleza en innovación, líder en el desarrollo del software y con un vigoroso sistema en educación superior, se encuentra bien posicionado para convertir la industria avanzada en vanguardia de la economía norteamericana. Están presentes interesantes condiciones para avanzar en este propósito.
Hoy día, las impresoras 3D son capaces de fabricar piezas y partes completamente funcionales. Ya existen desarrollos incipientes que fabrican productos integrales de forma más económica y eficiente. Las pequeñas empresas podrán incluso multiplicarse gracias a esta tecnología.
También la robótica se está extendiendo. La capacidad de reducir costos de fabricación mediante la automatización y la creciente necesidad de innovar de forma rápida es lo que está impulsando la fabricación más cerca de los lugares de consumo. Además, mucho se destaca la robótica colaborativa, en que los robots pueden mejorar las habilidades humanas, pero sin sustituir por completo a las personas.
Finalmente está la tecnología digital que converge con el mundo físico de las máquinas y la producción, lo que optimiza los procesos productivos y a bajos precios. Es decir, mediante la digitalización se facilita la conectividad entre las máquinas, con fábricas inteligentes que mejoran procesos y reducen costos y tiempos.
Todas estas tecnologías ultramodernas, otorgan condiciones para el retorno de las industrias a Estados Unidos; pero, la fuerza tecnológica China lo obliga, vía elevación de aranceles y prohibiciones a frenar sus importaciones.
Las nuevas tecnologías para la reindustrialización no aseguran el trabajo a las personas menos calificadas y se requerirá mano de obra calificada. Pero, por otra parte, los radicales controles migratorios de Trump reducirán la competencia de la fuerza de trabajo de los migrantes con los trabajadores blancos menos educados, que fueron quienes lo apoyaron en su triunfo electoral.
La consigna hacer grande a América nuevamente (MAGA), está muy ligado a las propuestas proteccionistas de Trump para terminar con la exportación de industrias. El proteccionismo, mediante altos aranceles a los productos chinos, junto al control de los procesos migratorios, sólo ahora es posible gracias al crecimiento exponencial de las nuevas tecnologías. No es casual que uno de los grandes sostenedores de Trump hoy día sea precisamente el empresario multimillonario Elon Musk, quien aparece en la punta tecnológica en Estados Unidos.
Mas allá de la misoginia de Trump, sus ataques a la diversidad sexual, los insultos a los latinos, el rechazo a la protección medioambiental y al multilateralismo, el fundamento estructural de su éxito está ligado al proteccionismo y a su propuesta de reindustrializar Estados Unidos. Paradójicamente, el giro político y cultural hacia la extrema derecha en Estados Unidos viene acompañado de la modernidad de las nuevas tecnologías.
Lo que no hacemos desde Chile y América Latina, para recuperar la industria y el empleo, y avanzar al desarrollo, lo está haciendo Trump desde una postura cercana al fascismo. Sorpresas nos da la vida.