Las elecciones a veces se ganan, otras se pierden. Últimamente, los incumbentes suelen perderlas en todo el mundo. Llamo a esperar que salgan datos más finos para hacer análisis algo más desprejuiciados.
En su columna en La Tercera, Sebastián Edwards enumera los que, a su juicio, fueron los errores de la candidata Kamala Harris. Lamentablemente, su columna repite muchos lugares comunes, tiene información imprecisa, es contradictoria, cae en caricaturas y –me atrevería a decir– se basa solamente en ideas preconcebidas.
Partamos por citar al propio Edwards. En 2020, tras el triunfo del presidente Biden, por cinco puntos porcentuales en el voto popular, y tras el triunfo demócrata en la Cámara y en el Senado, Edwards señaló que el “mal desempeño” electoral demócrata se debía a sus políticas identitarias y su menosprecio del votante de a pie. Entonces, ganen o pierdan, todos los resultados electorales son culpa de la izquierda identitaria. Al parecer, las columnas están escritas antes de ver los resultados.
También se equivoca en sus números: dice que fue la peor candidata desde Mondale en 1984. Harris obtuvo 226 delegados en el colegio electoral. En 2008, Obama derrotó a McCain por 365 electores contra 173; cuatro años después, a Romney por 332 contra 206. Bill Clinton derrotó a Bush 370 contra 168 en 1992 y a Dole 379 contra 159, en 1996. Harris, entonces, fue mejor candidata que Bush, McCain, Romney y Dole. Si es que quiso decir que fue la peor candidata demócrata desde Reagan, también es un argumento impreciso: obtuvo prácticamente los mismos delegados que Hillary Clinton en 2016 –uno menos, debido a cambios en la cantidad de delegados por estado–.
Pero Edwards también se equivoca en la premisa de su columna: que Harris fue mala candidata. Hagamos una aritmética básica. Cuando bajó su candidatura en julio, Biden estaba abajo 4-5 puntos porcentuales en las encuestas más serias. En noviembre, los sondeos mostraban a Harris empatada con Trump. Cuando se terminen de contar los votos de la elección, probablemente quedará un punto abajo.
Asumamos un sesgo contra Trump en las encuestas de 2 puntos, más o menos lo que ocurre desde 2016. Harris, entonces, subió 4 puntos porcentuales con respecto a Biden. Además, entusiasmó a la base del partido –lo que se evidencia con la cantidad de donaciones– e hizo la elección relativamente competitiva.
Recordemos, además, que Harris fue una candidata inusualmente tardía, pues asumió la candidatura solo 3 meses antes de la elección. Si lo llevamos a Chile, lo más comparable sería la elección presidencial de 2013, donde Matthei asumió en circunstancias muy parecidas (3 meses antes de la elección, por la bajada de Longueira). ¿Resultado? 38% de los votos, versus el 49% que obtendrá Harris.
¿Fue una candidata perfecta? Claro que no. Es cierto que sus propuestas eran vagas y que algunas de sus respuestas fueron confusas. Pero una mirada algo más amplia a la evidencia revela que su presencia hizo que el partido “salvara los muebles”.
Luego, la columna hace una serie de afirmaciones sin base alguna. Por ejemplo: que Harris menospreció a los votantes populares. ¿Cuándo habría ocurrido eso? Ahí Edwards cita una frase de Biden, quien no era el candidato. Otra afirmación errada es que Kamala Harris se habría alineado con los progresistas identitarios. En la Convención Demócrata, donde el partido simboliza lo que quiere representar, abundaban banderas de Estados Unidos, llamados a la libertad, menciones al sueño americano y declaraciones del poder letal del ejército norteamericano.
Edwards plantea que una solución era poner al “joven abogado, tremendamente articulado” Josh Shapiro de vicepresidente, en vez del bonachón Tim Walz. Esto no se entiende. Supuestamente a Edwards le preocupa el elitismo del partido, lo que es razonable. ¿Acaso uno de los remedios contra el elitismo sería poner de vicepresidente a un abogado de Georgetown en vez de un veterano de guerra y exprofesor de escuelas rurales?
En sus menciones al Frente Amplio, Edwards cae en las caricaturas. Manda a Jackson a vivir a La Chimba y se burla de la calidad de los posgrados de los adherentes de dicho partido. No tengo una particular simpatía con el Frente Amplio y lo considero, en ocasiones, un partido elitista. Pero partiría por reconocer que desde 2013 hasta hoy han sido exitosos electoralmente: han ganado la Presidencia, gobernadores, alcaldes y han superado en votos a toda la ex Concertación. No sería tan soberbio como para darle lecciones a quienes sí han ganado varias elecciones, y a quienes han tomado decisiones estratégicas de forma prospectiva, y no con el diario del lunes.
El único punto que rescato es que los partidos de centroizquierda se han vuelto excesivamente elitistas, pues hoy representan en gran medida a sectores educados de ingreso medio alto. Esto viene ocurriendo hace al menos 20 años, en todo el mundo occidental, y es sabido por las mentes más lúcidas de la política. Dicho de otro modo: trasciende con creces a Kamala Harris. No es recomendable referirse a esto como si se estuviera descubriendo la rueda.
Los columnistas debemos evitar el razonamiento motivado y el sesgo de confirmación; es decir, la tendencia a ver solo la parte de la realidad que calza con las propias creencias arraigadas, o a buscar información específica que confirma ideas preconcebidas.
Las elecciones a veces se ganan, otras se pierden. Últimamente, los incumbentes suelen perderlas en todo el mundo. Llamo a esperar que salgan datos más finos para hacer análisis algo más desprejuiciados.