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Competencia hegemónica y su impacto en América Latina Opinión

Competencia hegemónica y su impacto en América Latina

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Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile y exsubsecretario de Defensa, FFAA y Guerra.
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Gobernar no solo es administrar la coyuntura, también incluye mirar en perspectiva. Los complejos procesos que están en curso a escala global y regional obligan a nuestras elites, a nuestra institucionalidad, a avizorar los escenarios que se vienen.


No cabe duda de que estamos en presencia de una competencia por la hegemonía global. La emergencia de la República Popular China como superpotencia, unida a la recuperación rusa, entre otros factores, pone en entredicho las bases del orden unipolar que caracterizó al planeta luego de concluida la Guerra Fría.

Se trata de un proceso en pleno desarrollo, que no sabemos ni cuándo ni cómo concluirá. ¿Dará lugar a un nuevo orden mundial basado en la convivencia pacífica entre las potencias? ¿O antes de llegar a ello viviremos la agudización de la conflictividad global y un periodo no medible de inestabilidad? ¿Qué sucederá con las amenazas globales –como el calentamiento global– en este cuadro?

La mayoría de los actores globales se sitúan en el hemisferio norte, lo que deja a nuestra región lejos de las zonas más álgidas de este proceso. Pero dada la globalización de la economía, de las comunicaciones, el desarrollo de las nuevas tecnologías, entre otros factores, es innegable que esta competencia, y los desafíos que conlleva, repercuten en nuestra región.

En efecto, América Latina –Sudamérica en especial– posee recursos muy valiosos, entre ellos, los países de la cuenca Amazónica que son propietarios de la última reserva natural del planeta. Somos también una región productora de alimentos indispensables, pues solo Argentina exporta carne y cereales que pueden alimentar a más de 400 millones de personas. Qué decir de nuestras exportaciones mineras –a las ya conocidas, podemos agregar en el último tiempo el litio y las llamadas “tierras raras”–.

A su vez, los países de América Latina demandamos una gran diversidad de bienes y servicios de los países desarrollados del hemisferio norte, empezando por la tecnología avanzada, desde las necesidades que demanda la ciberseguridad hasta microconductores y maquinaria robotizada, por mencionar algunas. Agreguemos el acceso a sus centros de estudio para el perfeccionamiento de nuestros profesionales y técnicos.

En términos geoeconómicos, América Latina se puede subdividir en dos grandes espacios. Uno es el comprendido por la cuenca del Caribe y sus riberas, es decir, México, Centroamérica y los países del Caricom, que obviamente es el círculo más cercano a la potencia estadounidense, el área privilegiada del dólar y, a su vez, el anillo más cercano al núcleo vital de los EE.UU.

Una variable clave es, sin lugar a dudas, la política exterior de Washington D. C. Y ya sabemos que se vienen cambios, cuando en pocas semanas más asuma la administración Trump. Si el crecimiento económico, político y militar de la República Popular China es la que preocupa prioritariamente a los EE.UU., por supuesto que la presencia china en América Latina activa sus radares.

Beijing, por su parte, no se ha quedado dormido. En forma progresiva se ha hecho presente en nuestra región, primero de forma comercial, pero luego agregando inversiones, especialmente en infraestructura y recursos naturales, incluyendo competencia en materia tecnológica.

La presencia china se distribuye por todo el subcontinente. En el espacio más cercano a los Estados Unidos. China tiene buenas relaciones con México, Cuba, con El Salvador de Bukele y la Nicaragua de Ortega, y ha logrado el reconocimiento diplomático mayoritario en la región, desalojando a Taiwán.

La otra gran subregión es el macizo sudamericano, que va desde el Caribe hasta la Antártica. Aproximadamente la mitad geográfica, económica y demográfica sudamericana la tiene Brasil. Los brasileños han definido un objetivo estatal: ser reconocidos como potencia global y conseguir un puesto permanente en el Consejo de Seguridad. Esto lo lleva a una política de autonomía no confrontacional con los EE.UU.

Brasil forma parte del foro de los BRICS. En el último tiempo ha reforzado su posición dentro de dicho mecanismo, en la reciente cumbre logró la aceptación como socios de Cuba y Bolivia y, al mismo tiempo, vetó la postulación de Venezuela y Nicaragua. Quizás lo más importante de todo esto es que tanto China como Rusia le reconocen a Brasilia su liderazgo en la región.

La mayoría de los países latinoamericanos y del Caribe tenemos un fuerte intercambio con los Estados Unidos, muchos hemos firmado Tratados de Libre Comercio para regularlo. Los anuncios proteccionistas que ha formulado Trump en su campaña encienden luces amarillas. Obviamente, el impacto mayor será en los países más cercanos, empezando por México. También en aquellos países que, como Chile, han construido su estrategia de desarrollo basados en la apertura global.

El choque de potencias en la región

A EE.UU. no le gusta que potencias extracontinentales penetren en el hemisferio. En un principio fue el roce con los imperios coloniales europeos y posteriormente con la Unión Soviética, en tiempos de la Guerra Fría. ¿Es igual hoy?

En un principio, tratándose de presencia comercial, no había mucho ruido. Por supuesto, tampoco en el caso de tratarse de alguno de sus socios de la OTAN. Ahora, si la presencia de otras potencias incursionaba cada vez más en infraestructura, o tecnología de punta, el ruido empezó a asomar. Léase la conexión de cableado submarino entre los dos continentes, especialmente en Sudamérica, y obviamente, tratándose de cooperación estratégica.

Al respecto, Brasil desarrolla un diversificado proceso de modernización de sus Fuerzas Armadas: submarinos franceses (incluido uno a propulsión nuclear), aviones suecos y blindados alemanes. En otras palabras, Brasil no ha llevado su coordinación con los BRICS al plano estratégico.

En Argentina, el presidente Milei se ha declarado el mejor aliado de EE.UU. e Israel y concreta la adquisición de F16, y avanza en la compra de submarinos convencionales modernos. Por cierto, Israel puede ser un importante proveedor de tecnología de punta.

Colombia, por su parte, tiene una estrecha alianza estratégica con los Estados Unidos, cuyo peak fue a finales de la guerra contra las FARC, cuando gobernaba el uribismo. La administración Petro ha buscado dotar a sus FF.AA. de sistemas convencionales que complementen la prioridad que ocupó durante años una guerra de baja intensidad.

El Perú, a la fecha con abundante material de origen ruso, busca renovar su flota aérea y naval. Al mismo tiempo, ha suscrito acuerdos con Corea del Sur para adquirir el tanque K2, Black Panther. Chile posee sistemas de armas de tecnología occidental.

Venezuela, en cambio, se ha equipado con material relativamente moderno, especialmente en materia aérea de origen ruso y también chino. Bolivia, en tiempos del MAS, ha estrechado relaciones estratégicas con China, Rusia, Venezuela e Irán.

Rusia no posee grandes inversiones en AL, pero provee de material bélico principalmente a Venezuela, Cuba, Perú y Nicaragua. Sus poderosos helicópteros de transporte también son usados por la aviación colombiana. No posee bases en América Latina, pero con alguna regularidad puertos y aeropuertos cubanos y venezolanos son visitados por buques y aviones rusos.

China ha invertido bastante en infraestructura en la región y además posee una estación de observación en Neuquén. Recientemente el propio presidente Milei, con ocasión de la Cumbre del G20, moderó su tono anticomunista y antichino de la época de Milei candidato.

¿Qué nos espera?

El curso probable de los acontecimientos está marcado por la incertidumbre, en momentos en que, con ocasión de la guerra de Ucrania, Rusia y la OTAN se muestran los dientes. Muchos interpretan este endurecimiento como preparativos del ascenso de Trump a inicios del próximo año. Si el presidente electo cumple sus propósitos de campaña, tendríamos una negociación entre Estados Unidos y Rusia, algo parecido a la crisis de los misiles de 1962.

Ante ese cuadro, Brasil, Colombia, México y Chile acaban de publicar un comunicado que insta a no escalar la carrera armamentística, que agrava el conflicto entre la Federación de Rusia y Ucrania. Es una buena señal, que modifica la conducta de algunos que se habían matriculado con un férreo alineamiento con las posiciones del presidente Zelenski, que demanda ayuda económica y militar como única forma de solucionar el conflicto.

Falta que se despejen algunas nubes. Una es el impacto de la nueva administración estadounidense. Agreguemos otra interrogante: ¿hasta dónde son estables en el tiempo posiciones que parecen más de gobiernos que de Estados? La alianza estratégica suscrita por Bolivia con Irán, ¿sobrevivirá si hay cambio de gobierno? (lo mismo podríamos decir de lo que hoy propone el presidente Milei). ¿Qué pasaría si hay cambio de gobierno? Recordemos que el último gobierno peronista adhirió a los BRICS y, luego del cambio, la nueva administración desistió de esa opción.

Gobernar no solo es administrar la coyuntura, también incluye mirar en perspectiva. Los complejos procesos que están en curso a escala global y regional obligan a nuestras elites, a nuestra institucionalidad, a avizorar los escenarios que se vienen.

Por cierto, ello implica también emerger de la mediocridad en la que a veces caemos cuando el escándalo copa la opinión pública. El mundo esta cambiando y debemos prever lo mejor para la seguridad de nuestro país. La seguridad es un intangible, es como el aire: solo se advierte su falta cuando se acaba.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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