El triunfo de Claudio Orrego es un bálsamo de optimismo para el oficialismo, más aún cuando el gobernador reelecto pasa a ser una figura presidenciable, además de personalizar un modelo exitoso en la Metropolitana, que también funcionó en La Araucanía y Valparaíso.
La verdad es que el oficialismo respiró aliviado. Una de las primeras incógnitas que estaba rondando en La Moneda era cuánto podía influir el bullado caso Monsalve en la votación de ayer domingo. Recordemos que la denuncia de violación y los errores no forzados que vinieron después recién estaban comenzando cuando fue la primera vuelta.
Hoy llevamos más de un mes en que la noticia está diariamente en los medios, incluyendo las aristas más insólitas y, por supuesto, del fuego de artillería de la oposición, con el fin de vincular el desempeño de todo el Gobierno al caso.
Una primera lectura pareciera indicar que no se cumplió el vaticinio de algunos medios y de la propia oposición, quienes, hasta el sábado, proyectaban un triunfo importante en el país. Quizás la muestra más elocuente de esto es que Evelyn Matthei, la abanderada del sector, se jugara de tal manera por el triunfo de Francisco Orrego que, incluso, llegaran a proyectar un resultado que a todas luces difería radicalmente de las encuestas que circulaban las semanas previas.
Fue la propia alcaldesa –aún en ejercicio– quien llegó a “celebrar el casi triunfo” del agresivo panelista de Sin Filtros, pese a que cayó derrotado por amplios 10 puntos. Una paradoja que solo se entiende por el interés de Chile Vamos de mantener controlado al díscolo que se inspira en Milei, a pesar de que Chile es un país que no tolera los líderes groseros y que abusan de la verborrea, más aún en tiempos de la Ley Karin y otras legislaciones que sancionan la violencia verbal.
Pero, sin duda, el triunfo de Claudio Orrego es un bálsamo de optimismo para el oficialismo, más aún cuando el gobernador reelecto pasa a ser una figura presidenciable, además de personalizar un modelo exitoso en la Metropolitana, que también funcionó en La Araucanía y Valparaíso. Figuras con gran trayectoria política o social, pero independientes. Cien por ciento independientes.
En estos tres casos, los partidos del oficialismo se jugaron por el apoyo a esos candidatos, pero manteniendo una barrera importante impuesta por Orrego, Mundaca y Saffirio, que les permitió triunfar, pero sin comprometer su autonomía. No cabe duda de que tanto la ex Concertación como el FA y el PC deberían leer bien el fenómeno, que les abre una opción de realizar una carrera tanto presidencial como parlamentaria con un modelo que les permite capturar a un electorado más de centro.
En el caso de Rodrigo Mundaca, su triunfo arrollador como gobernador de Valparaíso le propinó un duro golpe, ni más ni menos, a la secretaria general de la UDI, el partido de Evelyn Matthei. Una vez más quedó demostrado que las figuras nacionales que son trasladadas a regiones que apenas conocen, suelen tener muy malos resultados. Este es un aprendizaje que los partidos tradicionales se niegan a entender.
Sin duda, en el comando de la candidata presidencial deberían estar evaluando cómo enfrentar electoralmente una región en que Mundaca se consolida como una figura fuerte, pese a venir del mundo ambientalista y no tener militancia ni trayectoria partidaria.
Pero quizás el caso más emblemático para la derecha es la pérdida de una región que históricamente ha sido considerada un bastión del sector. No tenemos claro cuánto influyó el caso Manicure en la derrota del gobernador actual, Luciano Rivas, pero no es casual que justo coincida con la región en que la investigación, que se conoce como Convenios, corresponda a aquella con el desfalco más importante del país.
Pese al relato desplegado por la derecha, de que subieron de una a seis gobernaciones –cosa que es cierta–, no resultan elecciones comparables. Primero, por el voto obligatorio y, segundo, porque en los comicios pasados todavía estaban latentes las demandas que dieron origen al 18 de octubre, pero el de las marchas masivas, no de lo que la derecha después bautizó como el “octubrismo” para reducir el movimiento al comportamiento de unos pocos.
Por supuesto que en política –aquí y en la quebrada del ají– los resultados se interpretan e, incluso, se puede llegar al extremo de hacer una fiesta con la derrota de Francisco Orrego, pero otra cosa es lo que se dice en privado, y el análisis que se hace entre unos pocos, pero no se confiesa públicamente. Las tres regiones perdidas, sin duda, duelen a la derecha porque son emblemáticas.
Tampoco el oficialismo debe extremar la sensación de tranquilidad. Aunque ganó en diez de dieciséis regiones, debe tratar de entender qué pasó en Arica, donde el actual gobernador renunció a su cargo una semana antes de los comicios, dando la señal clara de que vislumbraba una derrota. Claro, con eso podría competir por una diputación, pero él mismo se declaró derrotado antes de las elecciones.
Los que no deben haber quedado contentos son los DC. Maule era hasta hace unos años un bastión de la falange, pero luego vino la división y cambio de bando de personajes importantes como Walker y Rincón. Después de años, Cristina Bravo perdió a manos del experimentado exdiputado Pedro Álvarez-Salamanca, una buena apuesta de la UDI, por cierto.
El incombustible Alejandro Navarro, por su parte, sufrió una derrota estrepitosa. Sin duda, su cercanía con el Gobierno de Maduro y posiciones más extremas, le jugaron en contra. Además, actuó como un verdadero Toribio el náufrago, sin ser capaz de conseguir el apoyo explícito del oficialismo y, de paso, consolidó a la derecha en un territorio que, por tradición, siempre le correspondió a la izquierda.
En el oficialismo, el Partido Socialista logró un triunfo importante, demostrando que su especie de doble militancia –estar y no estar dentro el Gobierno– le trae buenos dividendos, logrando tres gobiernos regionales, pese a que Manuel Monsalve era militante de esa colectividad. Sin duda, el Socialismo Democrático, y en particular el partido dirigido por Paulina Vodanovic, han logrado navegar en aguas turbulentas, capitalizando lo mejor de pertenecer a la colectividad gobernante y alejándose de la carga negativa que afecta al oficialismo.
Finalmente, en la derecha el gran perdedor fue Republicanos. No obtuvo ningún gobernador, además de dejar la duda de cómo se comportó Chile Vamos con ellos. En O’Higgins, el republicano Fernando Ugarte parece no haber convencido a sus socios de votar por él, porque Pablo Silva (PS) tuvo que haber recibido votos cruzados, si no, no se explicaría su triunfo. Y en Los Lagos, donde se impuso Alejandro Santana (RN) por sobre Claudia Reyes (Rep), aún resuenan las palabras de dirigentes de la colectividad de Chile Vamos que se burlaron de Reyes por ser “dueña de casa”.
De seguro, en la tienda de Kast deben haber quedado convencidos de que en 2025 irán en listas separadas y, por supuesto, llevarán a JAK hasta la segunda vuelta.
Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.