Muchos votantes quieren expresar su descontento con el sistema político rechazando a los partidos tradicionales, pero al mismo tiempo valoran la experiencia para enfrentar los desafíos del país.
Las elecciones del 24 de noviembre pasado generaron un intenso debate político. En este contexto es clave comprender no sólo las propuestas de los candidatos, sino también los procesos psicológicos de los votantes. ¿Qué lleva a las personas a mantener apoyo a un candidato pese a conocer hechos negativos? La respuesta está en la disonancia cognitiva.
El concepto de disonancia cognitiva fue introducido por Leon Festinger en 1957. Según él, las personas experimentan un malestar psicológico al mantener simultáneamente dos ideas inconsistentes. Por ejemplo, un fumador que sabe que fumar es perjudicial para la salud enfrenta disonancia cognitiva. Este malestar lo impulsa a reducir la contradicción, ya sea relativizando sus creencias (pensando que fumar no lo matará), justificando su conducta (diciéndose que “de algo hay que morir”) o minimizando la discrepancia (recordando que ahora fuma menos). Solo al dejar de fumar por completo se elimina totalmente la disonancia.
Lejos de ser un defecto psicológico, la disonancia cognitiva es una característica evolutiva que ha proporcionado ventajas adaptativas para el ser humano. Al igual que en economía, donde se busca maximizar beneficios y minimizar costos, en psicología el individuo también busca minimizar el malestar psicológico y maximizar la coherencia interna. Precisamente, la disonancia cognitiva impulsa a resolver tal conflicto interno de la manera más eficiente posible, manteniendo una imagen consistente de sí mismo, sin generar un desgaste excesivo. Este principio explica por qué tendemos a justificar nuestras creencias, en lugar de cambiarlas.
Avances en neurociencia han revelado que la disonancia cognitiva activa áreas específicas del cerebro. Vincent van Veen identificó que la corteza prefrontal medial-posterior detecta discrepancias entre creencias y acciones. En tanto, Keisy Izuma destacó el rol de la ínsula en procesar las emociones negativas asociadas, intensificando el malestar que impulsa a ajustar creencias. Finalmente, ambos autores sugieren que la corteza orbitofrontal evalúa si se ha reducido la discrepancia. Así, la disonancia cognitiva es un mecanismo que busca mantener un sistema de creencias actualizado y en coherencia.
Hoy en día, los votantes enfrentan una avalancha de información contradictoria sobre candidatos y propuestas. Los medios de comunicación constantemente desafían sus creencias, lo que puede generar una “saturación de disonancia”. Este exceso de conflictos cognitivos puede abrumar al individuo, llevándolo a radicalizar sus posturas, rechazar información contradictoria o refugiarse en entornos con perspectivas afines. Un ejemplo de disonancia cognitiva es el conflicto entre el “voto castigo” y la “experiencia en gestión”.
Muchos votantes quieren expresar su descontento con el sistema político rechazando a los partidos tradicionales, pero al mismo tiempo valoran la experiencia para enfrentar los desafíos del país. Este dilema surge cuando alguien que históricamente ha priorizado la estabilidad y la experiencia siente insatisfacción con el sistema actual. Para resolverlo, el votante debe reconciliar estas posturas, ya sea ajustando sus expectativas, redefiniendo sus prioridades o reconsiderando su apoyo político. Minimizar la disonancia cognitiva denota la capacidad de adaptación del individuo, aunque no elimina la fuente del conflicto.
En contraposición, enfrentar la disonancia cognitiva o, bien, confrontar directamente el conflicto que genera la discrepancia, puede ser altamente beneficioso. ¿Cuál es, entonces, el origen de la disonancia cognitiva en las elecciones? ¿Es la corrupción la raíz del problema, o somos nosotros, los chilenos, con nuestra indiferencia hacia la vida política? Identificar la causa de esta disonancia es un desafío. Pero, si alguien pudo dejar de fumar ¿por qué no podríamos nosotros cambiar?
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