Si queremos revertir la tendencia de fuga de talentos, es imprescindible ampliar el foco y avanzar también hacia un país con seguridad social, menos desigual, con mayores oportunidades y más abierto de mente.
En días recientes, en las páginas de El Mercurio han surgido una serie de opiniones y comentarios respecto de la supuesta ola emigratoria de jóvenes chilenos hacia distintos destinos en el mundo.
El medio, fiel a sus sesgos y conforme a la opinión de la Multigremial Nacional, sitúa la inestabilidad económica, la inseguridad y la sensación de falta de oportunidades como las razones de esta ola, o al menos de que los jóvenes piensen en migrar.
Es muy probable, en mi opinión, que estas razones sean parte de la ecuación. Sin embargo, es necesario ampliar el foco y analizar un poco más profundamente.
Lo primero es señalar que no es fácil encontrar cifras respecto de esta “ola”.
El Líbero publicaba en 2022 cómo a partir de 2021 (según cifras de la PDI) se revertía la tendencia en la que más chilenos emigraban que los que volvían. Aun así, el medio planteaba la inseguridad económica y política como las principales razones. Por otra parte, entendemos que el último Registro de Chilenos en el Exterior realizado por el INE y el Ministerio de Relaciones Exteriores data de 2018 (aparentemente en este momento se está realizando el tercer Estudio). Ese estudio mostraba un poco más de un millón de chilenos residentes en el extranjero, lo que suponía un 21% de aumento respecto de 2005.
Asumiendo que el flujo negativo es real, no existen a la fecha encuestas conocidas que busquen explicar esta situación.
Dejando fuera la migración por exilio (político y económico) de los setenta y ochenta, Chile -a diferencia de Argentina o Uruguay- no ha sido un país migrante. Tal vez la única excepción a esta regla ha sido la histórica presencia de trabajadores en las provincias fronterizas de Argentina. Por décadas, las multinacionales se quejaban de que los ejecutivos chilenos que no eran propensos a tomar posiciones en el exterior, pero esa tendencia cambió: los chilenos y chilenas se abrieron al mundo en paralelo a la apertura de su economía y tomaron o buscaron oportunidades fuera. Eso también aumentó la movilidad.
Pero ampliemos el foco.
Quienes tenemos relación con emigrantes hemos podido escuchar un número mucho más grande de motivos que los enunciados arriba.
Jóvenes chilenos han podido presenciar de qué manera sus abuelos y padres viven carencias en pensiones y sistema de salud y ese no es un futuro que quieren para ellos y menos para sus descendientes. Otros han buscado países en los que la educación -particularmente la universitaria- sea gratuita o más accesible. También es posible que busquen países menos desiguales o donde la posibilidad de tener un estándar de vida decente sea posible incluso con trabajos no-profesionales. Otros buscan países donde su condición de minoría sexual no sea obstáculo para crecer o surgir.
En esa línea, son significativas las cifras que muestran el fuerte aumento en el tiempo de ahorro necesario para que una familia acceda al “sueño de la casa propia”, que pasó de tres a cuatro años en los 2000, a más de once años en la actualidad, o como nuestro salario mínimo es muy inferior al de países con PIB per cápita similares.
Tal vez estos motivos son tanto o más relevantes que los señalados por El Mercurio, teniendo en cuenta que en el primer plebiscito constitucional de salida en el exterior la opción apruebo logró poco más del 60%, resultado inverso al del interior. Al mirar todas las elecciones con voto de chilenos y chilenas en el extranjero, siempre ese voto es más contestatario o más “a la izquierda” que el voto local.
No seré yo quien venga a minimizar la importancia de mejorar sustancialmente los niveles de seguridad, estabilidad económica y política del país. Pero si queremos revertir la tendencia de fuga de talentos, es imprescindible ampliar el foco y avanzar también hacia un país con seguridad social, menos desigual, con mayores oportunidades y más abierto de mente.
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