Creo que como universidades tenemos un rol relevante en esta materia, para promover un diálogo y asociación intergeneracional para la acción climática, y así preparar líderes nacionales en la materia.
En Bakú, Azerbaiyán, se ha desarrollado la Conferencia de las Partes (COP 29) partiendo con cierto pesimismo, dado que, por un lado, es inminente la superación del umbral de calentamiento global de 1,5ºC por sobre los niveles de preindustrialización; mientras que, por otra parte, el propio hecho de que más de 40 mil personas viajen desde todas partes del mundo a reunirse en un país decidido a intensificar más aún su producción petrolera, genera una gran contradicción.
No obstante, hemos visto positivamente como varios países han anunciado objetivos ambiciosos en materia de cero emisiones netas para 2050, mostrando un alto compromiso colectivo.
El tema central ha sido el financiamiento para la acción climática, y en este ámbito hemos visto soluciones innovadoras, tanto a nivel local y privado, como a nivel público nacional y transgubernamental, para dar apoyo a países que más lo requieren.
Es que las acciones de mitigación y adaptación son intensivas en costo de corto plazo, y puede llevar a la postergación de planes de desarrollo de los propios países.
Por ejemplo, la expansión industrial de China e India, por mencionar a grandes naciones, requiere elevadas cantidades de energía y emisiones de CO2.
Por otro lado, el impacto del cambio climático y, por ende, las necesidades de adaptación, son requeridas no necesariamente donde las emisiones son producidas, lo que se traduce en una distribución volátil del beneficio y el costo.
Naturalmente, las comunidades son más sensibles a la adaptación -que da solución a problemas emergentes-, que a la mitigación, que compromete contribuciones a un problema imperceptible.
Particularmente relevante es la penetración que ha tenido el concepto de valor de adaptación climática, el cual se refiere al mayor valor aplicable a las propiedades que cuentan con medidas de adaptación individuales o colectivas en sus comunidades. Esto tiene un efecto no solo en la reducción de primas de seguro, sino que también en la plusvalía de las propiedades y, por lo tanto, se transforma en un agente movilizador de recursos para proyectos de adaptación, como, por ejemplo, infraestructura verde. Justamente en el diseño de medidas de adaptación y coordinación entre actores, las universidades podemos jugar un rol relevante.
Otro tema con alta presencia es la sinergia entre acción climática y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) -especialmente en el ámbito local-. Hasta hace poco se trataba de dos agendas poco vinculadas entre sí, pero que ya tiene distintas líneas de trabajo, en donde nuestro país es parte de ellas.
No es posible un desarrollo sostenible si no se implementan primero medidas de mitigación del cambio climático o, dicho de otra forma, el desarrollo sostenible se hace más difícil y costoso si no se controla el cambio climático.
Es crucial el abordaje conjunto de desafíos y oportunidades para alcanzar transiciones justas y equitativas, protección de la naturaleza y resiliencia socio-ecológica.
Finalmente, destaco el compromiso juvenil. Las voces juveniles han ampliado su presencia con múltiples sesiones dedicadas a destacar su rol en la acción climática y el desarrollo sostenible. Esta notable participación, lamentablemente contrasta con el Segundo Estudio Nacional de Polarizaciones (Encuesta Criteria), en Chile, que revela que las personas entre 18 y 29 años son las menos dispuestas al diálogo.
Creo que como universidades tenemos un rol relevante en esta materia, para promover un diálogo y asociación intergeneracional para la acción climática, y así preparar líderes nacionales en la materia.
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