Entendemos el contexto de la educación pública en Chile, donde generalmente hay más de 40 alumnos por sala, lo que dificulta aún más la implementación de una educación integral y de calidad.
En 2020, durante la pandemia, la educación evidenció de manera aún más clara y preocupante la profunda crisis que arrastra desde hace varias décadas. Estas dificultades en el sistema educativo están marcadas por la perpetuación de un Modelo Educativo que surge en la Revolución Industrial, hace ya más de dos siglos, caracterizado por una educación de tipo transmisiva, autoritaria, academicista, competitiva, analógica y estandarizada.
Bajo este modelo, es el profesor “quien sabe” y el alumno un ser pasivo que “recibe” la información, se enseña y evalúa a todos por igual, los mismos objetivos y contenidos y se prioriza el desarrollo intelectual, por sobre la formación emocional y personal.
Considera que el Modelo Educativo tradicional está obsoleto, debido a que no satisface las necesidades emocionales, espirituales y tampoco intelectuales de los escolares. Este hecho se ha manifestado en un aumento de las tasas de niños, niñas y jóvenes con desmotivación hacia el aprendizaje, estrés, ansiedad, fobia escolar, bullying y depresión. Diversos estudios que abordan el estrés escolar pueden dar cuenta de aquello, tal como el de Maturana y Vargas de 2015.
Educación para una Nueva Humanidad
Desde este escenario, surge la necesidad de crear un Modelo Educativo diferente, acorde a las necesidades del mundo actual, pertinente a las características de las nuevas generaciones y coherente con la formación completa y holística de la persona en todas sus dimensiones: Cognitiva-Emocional-Espiritual-Social y Corporal.
Con el nuevo modelo llamado Educación para una Nueva Humanidad buscamos una metodología que favorezca el equilibrio en todas las áreas de la persona, desde la potenciación y el desarrollo del saber en todos sus ámbitos: Humanidades, Ciencias Lógicas, Artes y Movimiento, así como también, desde los ámbitos que atañen al desarrollo interno de la persona y su propia conciencia y comprensión emocional, logrando favorecer la conexión con el ser.
Diferencias claves entre el Modelo Educativo Tradicional y el Modelo para una Nueva Humanidad
La concepción del estudiante y del profesor en los modelos educativos refleja enfoques profundamente diferentes, especialmente cuando comparamos el modelo tradicional con el modelo nuevo que promueve una educación más centrada en el estudiante. Ambos enfoques no solo se distinguen por la manera en que ven el aprendizaje, sino también por la forma en que conciben la relación entre docente y alumno, la evaluación y la consideración de la individualidad de los estudiantes.
Concepción del estudiante: En el modelo nuevo, los estudiantes son vistos como seres activos y participantes en su propio proceso de aprendizaje. Se les reconoce como responsables de su actuar, impulsando su capacidad de autogestión y autorregulación. En este contexto, el “buen comportamiento” no se mide únicamente por la obediencia, sino por la conciencia que el estudiante tiene de su propio comportamiento y su compromiso con lo que aprende.
Por otro lado, en el modelo tradicional, los estudiantes son concebidos como seres pasivos y “recipientes” de la información que el profesor les transmite. El “buen comportamiento” se asocia con la obediencia a las normas del aula y la disciplina, donde la responsabilidad se mide por el cumplimiento de las tareas asignadas. En este enfoque, el estudiante no se ve como un actor central en su proceso de aprendizaje, sino más bien como alguien que debe seguir instrucciones para cumplir con sus deberes.
Concepción del profesor: El modelo nuevo también presenta una concepción diferente del rol del profesor. Este se vincula con los estudiantes desde el respeto y la validación de su mundo emocional, promoviendo relaciones de tipo horizontal y colaborativo. El profesor no solo enseña, sino que también aprende junto con los estudiantes, favoreciendo un ambiente donde ambos, profesor y alumno, comparten roles de enseñanza y aprendizaje.
En contraste, en el modelo tradicional, el profesor sigue siendo la figura central y autoritaria en el aula. La relación es jerárquica y vertical, y la enseñanza se orienta principalmente a la transmisión de conocimientos académicos. Este enfoque tiende a invisibilizar el mundo emocional de los estudiantes y favorece una cultura competitiva, donde el rendimiento académico es lo que define el éxito. El aprendizaje en este contexto es mayormente pasivo, con énfasis en la memorización y la repetición de contenidos.
Plan de estudio: En el modelo nuevo, el plan de estudio se adapta a las individualidades de los estudiantes, reconociendo y potenciando sus habilidades e intereses. Se busca que cada niño aprenda a su propio ritmo y de acuerdo con sus características, promoviendo una enseñanza diversificada.
La evaluación se concibe como un proceso cualitativo y reflexivo, enfocado en el aprendizaje continuo y en la mejora. El error, en este enfoque, no es visto como un fracaso, sino como una oportunidad para el aprendizaje y el desarrollo de la metacognición. Además, se incorpora la espiritualidad desde el autoconocimiento y el crecimiento personal, y se promueve una cultura de paz dentro del aula.
Por el contrario, el modelo tradicional tiende a homogeneizar el proceso educativo. Se enseña de una única forma para todos los estudiantes, sin tener en cuenta sus diferencias individuales. La evaluación se enfoca principalmente en la calificación cuantitativa y en la medición de los resultados finales, dejando en segundo plano el proceso de aprendizaje. El error se ve como algo negativo que debe ser corregido, y la espiritualidad se suele abordar desde un enfoque dogmático o religioso. La gestión del comportamiento de los estudiantes, en este modelo, también se enfoca en la prevención del bullying a través de políticas orientadas a la disciplina y el control.
Quiero ser enfática en señalar que la educación necesita urgentemente un cambio hacia un modelo más integral y humanista, que valore no solo el conocimiento académico, sino también el desarrollo emocional, social y espiritual de los estudiantes. Es imprescindible pasar de un sistema autoritario y estandarizado a uno centrado en el alumno, donde se fomente su participación activa y su responsabilidad en el aprendizaje. Solo así podremos formar individuos completos, preparados para afrontar los retos del siglo XXI con empatía, autoconocimiento y creatividad.
Entendemos el contexto de la educación pública en Chile, donde generalmente hay más de 40 alumnos por sala, lo que dificulta aún más la implementación de una educación integral y de calidad. Por ello, es esencial un cambio estructural profundo, en el cual el Estado invierta recursos y promueva un modelo más flexible, inclusivo y personalizado, que permita tanto a los estudiantes y profesores contar con las condiciones necesarias para desarrollar plenamente sus habilidades, favoreciendo un ambiente de aprendizaje más efectivo, equitativo y enriquecedor para todos.
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