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¿Actualización o recreación del proyecto de izquierda? Opinión

¿Actualización o recreación del proyecto de izquierda?

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Eugenio Rivera Urrutia
Por : Eugenio Rivera Urrutia Director ejecutivo de la Fundación La Casa Común.
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Más que una actualización del socialismo, está a la orden del día una mejor comprensión de los cambios en marcha, una real comprensión de los desafíos de lo político y de la política y, con ello, una recreación de las visiones y proyectos de las izquierdas.


La Revista de la Fundación Rumbo Colectivo organizó el foro “¿De qué socialismo estamos hablando”, con el objetivo de abordar este tema en el marco de los debates en marcha en el Frente Amplio. Participaron José Miguel Ahumada, del centro de pensamiento indicado; Pierina Ferretti, de Nodo XXI, y el autor del presente trabajo. En la primera parte de mi presentación que, revisada se presenta aquí, sostengo que es necesario precisar las razones que obligan a repensar la idea socialista como eje de las transformaciones.

En primer lugar, porque la experiencia de la URSS y del campo socialista en general, más allá de sus diferencias, puso en cuestión al socialismo como camino de superación del capitalismo.

La estatización generalizada de la propiedad privada, la eliminación del mercado como mecanismo regulador y la instalación de la planificación centralizada condujeron, no al control social sobre la producción, sino a una formación social que colapsó producto de su fracaso para crear un medioambiente favorable para la innovación tecnológica y para responder a las demandas de diversificación y ampliación del consumo que la planificación centralizada y el gasto en la carrera armamentista hacían imposible de satisfacer.

El fracaso de la economía centralizada se tradujo en dos formas principales de transición al capitalismo: al capitalismo salvaje, cuyo paradigma es Rusia, y hacia una nueva forma de capitalismo con importante presencia del Estado, cuyo paradigma es el caso chino.

La segunda razón tiene que ver con el desafío democrático del autogobierno. La renovación de la idea socialista en los 70 y 80, como resultado de la Vía Chilena al Socialismo retomada por el “eurocomunismo”, y como consecuencia de la experiencia dictatorial pinochetista que dejó en evidencia, dramáticamente, la diferencia entre democracia y dictadura, puso en cuestión las nociones respecto de la democracia que predominaban en la izquierda, como eran “democracia burguesa”, “democracia procedimental” y democracia formal.

Con todo lo importante que fue, ello resulta hoy y desde hace tiempo insuficiente; la experiencia totalitaria socialista no constituía simplemente una anomalía de rápida y simple solución, sino que formaba parte de un nuevo sistema de Estado y Gobierno.

Sin duda que el libro Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt constituye una contribución extraordinaria para una comprensión adecuada de ello, pero por razones de espacio haré referencia, brevemente, solo a la visión del filósofo político francés, de origen trotskista, Claude Lefort, pues su análisis de la experiencia soviética se articula con una profunda y renovadora visión de la democracia.

Para Lefort, en la modernidad no existe figura alguna que pueda encarnar la identidad y unidad de la sociedad como en la antigüedad lo hacía la figura del monarca que, como representante de la divinidad en la Tierra, unía al pueblo de dios. La Revolución francesa erradicó la figura del rey, pero el lugar que ocupaba no desaparece; queda simbólicamente vacío lo que significa que el cuerpo político se abre a la alteridad, esto significa que se abre al punto de vista del otro, a su concepción del mundo, sus intereses, su ideología y no presume que la visión propia es la única posible.

Crucial en el análisis de Lefort es que la pluralidad y la división son constitutivas de la sociedad democrática.

El totalitarismo se estructuró a partir de la idea que con la estatización de los medios de producción se eliminaban las contradicciones sociales y sobre la base de esa presunción trató de llenar, ocupar y totalizar el espacio de lo político.

Bajo el socialismo realmente existente, el partido presume terminar con la división de la sociedad y, con ello, se apropia del derecho a decidir de una vez para siempre el significado de la comunidad política y de su proyección histórica. El intento de totalizar la representación, de presentarse como el intérprete exclusivo del interés general de la sociedad, lleva a la destrucción de la representación y, con ello, del autogobierno ciudadano.

Una tercera razón tiene que ver con el economicismo de la visión marxista ortodoxa, que aunque de manera debilitada y como una especie de música ambiental incide en la manera de analizar la vida social. Persiste la idea de que el curso de la sociedad está determinado solo por las relaciones de producción y el conflicto entre la burguesía y el proletariado, pese a que este último en su definición clásica es muy minoritario y en una buena proporción no está entre los grupos más vulnerables.

Axel Honneth, en su libro Qué es el socialismo, aborda en profundidad el economicismo del marxismo ortodoxo y sus consecuencias políticas. Su punto de referencia es la lucha de la revolución francesa por la igualdad, la libertad y la fraternidad y la constatación realizada por los socialistas de las primeras fases de la industrialización, que la igualdad brillaba por su ausencia y que la libertad era solo la libertad que permitía la propiedad privada.

Eso condujo a la convicción equivocada de que la libertad social se alcanzaría, solo, una vez que el modo de producción capitalista fuese sustituido por la estatización de los medios de producción.

Esta idea tuvo graves consecuencias. La primera fue que desdibujó la importancia de la lucha política democrática, la lucha por la ampliación de los derechos civiles y políticos, en el logro de la libertad social. Se perdió también de vista la importancia de las luchas en otras esferas de la vida en el avance por la igualdad, la libertad y la fraternidad y la ciudadanía democrática, en particular el desarrollo del Estado de derecho, la lucha por los derechos fundamentales y la democracia.

La idea de que la estatización de los medios de producción generaría casi automáticamente las condiciones para alcanzar la liberación de la clase obrera industrial y, por tanto, de toda la humanidad, llevó a que fuera plausible que en el presunto período de transición al comunismo se renunciara a la idea de libertad, democracia y a los derechos humanos fundamentales.

Resulta equívoco además, pues genera una tendencia a explicar todos los conflictos como resultado del capitalismo, debilitándose la capacidad para entender los cambiantes procesos sociales. Aunque en algunos países del “socialismo realmente existente” las mujeres lograron ciertos avances, ello no es comparable a los avances del feminismo en los países capitalistas. La propia experiencia chilena deja en evidencia importantes avances en el campo político.

Tampoco resulta adecuado sostener que es solo el capitalismo lo que explica la destrucción medioambiental; constituye un grave error no tomar en cuenta, por ejemplo, la tensión permanente entre las demandas por mejores ingresos y condiciones de vida y la protección del medioambiente.

Más bien, la existencia de democracia en los países occidentales hizo posible el surgimiento de movimientos medioambientalistas que en Europa obligaron a poner en el centro del debate político el problema medioambiental, mientras que en el socialismo realmente existente la destrucción medioambiental alcanzó límites extraordinarios (como deja en evidencia la propia experiencia china).

En relación con las luchas feministas, ecologistas y antirracistas, desde la izquierda se sostiene que esas demandas deben ser incorporadas a la lucha socialista. La experiencia acumulada deja sin embargo en evidencia que no es suficiente que la izquierda “agregue” estas temáticas y luchas a su ideario.

El desafío es mayor: se trata de entender que la comprensión, alcance, compatibilidad y convergencia de esas luchas exige cambiar las miradas sobre el mundo, y entender que la articulación y estructuración de ellas en un proyecto político común no es siempre fácil, que depende de las coyunturas y de las exigencias de la acción política.

Las luchas feministas, por ejemplo, ponen en cuestión el Estado de Bienestar tradicional que se estructura sobre la base de la división patriarcal del trabajo. El cambio climático, por su lado, plantea una compleja tensión entre la creación de empleo, la protección del medioambiente y la diversidad biológica.

El primer proceso constituyente dejó en evidencia las dificultades para concordar un proyecto común entre la izquierda, los representantes de los pueblos originarios, los grupos ecologistas y las feministas. También en el Gobierno de Boric han quedado en evidencia diversas dificultades.

La profundidad de los temas planteados permite concluir que, más que una actualización del socialismo, está a la orden del día una mejor comprensión de los cambios en marcha, una real comprensión de los desafíos de lo político y de la política y, con ello, una recreación de las visiones y proyectos de las izquierdas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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