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La sospechosa vocación feminista de la derecha chilena Opinión

La sospechosa vocación feminista de la derecha chilena

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Haroldo Dilla Alfonso
Por : Haroldo Dilla Alfonso Profesor titular, Universidad Arturo Prat.
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Paralizar esta voluntad de cambios, sumir a La Moneda en la inopia y el desconcierto, sería el mejor escenario para una derecha que conoce perfectamente tanto sus debilidades como las trampas políticas.


La derecha chilena tiene una altísima capacidad de manipulación comunicacional, que ejecuta e impacta en la opinión pública a través de su cuasimonopolio de la prensa y aprovechando las propias debilidades de la izquierda. Pero no tiene propuestas serias ante ninguna de las preguntas que se hace la sociedad chilena, que no sean simplezas gruesas al estilo de multiplicar el número de carabineros, sacar los soldados a las calles, expulsar a cuanto inmigrante insista en ser diferente o dar más libertad al mercado.

El reciente intento de poner al frente del estratégico Gobierno Regional Metropolitano a una criatura como Francisco Orrego –una estrella política naciente, al decir de Matthei– es un signo elocuente de lo único que tienen y de lo poco que ofrecen.

Per –reitero– no podemos confundir la parquedad histórica de un sector político con la inocuidad política. Y un ejemplo de ello es su enrolamiento en una supuesta campaña feminista que tiene como blancos al Presidente Boric y su círculo más cercano, aun cuando sea, como decía Vlado Mirosevic, asumiendo causas inverosímiles.

Un despertar pro-feminista, cuando menos sospechoso, de un sector que se ha opuesto tenazmente a los avances de las mujeres en la sociedad, a la validación de sus derechos. Y ha invocado, contra todo sentido de la decencia, el recuerdo de una dictadura que abusó, violó, torturó y asesinó a cientos de mujeres en nombre del sistema social que esa derecha comparte como el mejor de los mundos posibles. La asunción feminista de la derecha ante los dos casos conocidos que hoy conmueven a la opinión pública constituye una maniobra política dirigida a tres fines.

El primero es cubrir sus propios andrajos. El caso Hermosilla, sucedido por los escándalos de la Universidad San Sebastián, no son percances adjetivos que hay que tomar con pinzas para identificar sus bemoles, sino hechos contundentes que demuestran toda la corrupción de la derecha y de su liderato, y cómo esa podredumbre ha permeado a la totalidad del sistema.

Si el caso Hermosilla se desenvuelve con absoluta transparencia, mostrará a la sociedad chilena que sus altas esferas producen mayores inseguridades, violencias y exacciones que todas las pandillas callejeras existentes. Y en situaciones de tales apremios, nada es más conveniente que tapar sus miserias con la magnificación de otros casos, reales o inventados, con el concurso invaluable de una gran prensa de credenciales derechistas inobjetables.

Sucedió, por ejemplo, cuando el caso Penta –esa infamia pública que terminó con multas ligeras y clases de moral cívica– fue obliterado por el caso Caval, protagonizado por un grupito de gamberros oportunistas familiares de la entonces Presidenta Bachelet.

El segundo fin es conseguir de un golpe la paralización del proyecto reformista del Gobierno en temas de alta sensibilidad social como el sistema previsional, la estructura fiscal, el derecho al aborto libre y nuevos avances hacia la gratuidad universitaria. Ello se consiguió con el Gobierno de la Nueva Mayoría, que tras Caval se hundió en la desolación por dos largos años.

Ciertamente no se ha podido conseguir con este Gobierno y, aunque el cumplimiento de su “agenda transformadora” ha sido contenida por un sistema político burocratizado copado por una oposición derechista particularmente agresiva, y por los propios errores de la izquierda, siempre se ha mantenido una voluntad de avanzar con logros concretos.

Ello explica que Boric mantenga casi intacta su base electoral y ostente niveles de aprobación superiores a los dos mandatarios precedentes. Paralizar esta voluntad de cambios, sumir a La Moneda en la inopia y el desconcierto, sería el mejor escenario para una derecha que conoce perfectamente tanto sus debilidades como las trampas políticas.

En tercer lugar, la derecha busca destruir la imagen feminista del Gobierno y arrebatar a la izquierda esa bandera y, con ello, los apoyos electorales femeninos. No repito la carencia absoluta de credenciales de la derecha para abogar sinceramente por un programa feminista, pero sí resalto su capacidad de manipulación inescrupulosa que ahora busca banalizar este programa ante toda la opinión pública.

Aquí no solamente está en juego la credibilidad del Gobierno, sino también (lo que es más importante) la vitalidad de la idea de que la equidad de géneros y la destrucción del orden patriarcal en este contexto del capitalismo neoliberal son condiciones ineludibles del mundo mejor a que aspiramos todos y todas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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