La tarea es difícil pero necesaria: reformular el mérito como principio democrático orientado al bien común. Solo así podremos superar tanto la tiranía del mérito neoliberal como la tentación de un igualitarismo que ignora las diferencias legítimas en las contribuciones sociales.
Los esfuerzos por desarrollar en Chile una segunda renovación socialista están animando un primer debate sobre si el mérito debe o no ser un referente normativo en el marco de dicha renovación. Hay, sin duda, muchos otros debates pendientes, pero este es uno de gran relevancia.
El debate se inició con una columna en que propuse rescatar y reformular el concepto de mérito para el pensamiento socialista. A esta propuesta Carlos Cerpa y Roberto Pizarro respondieron críticamente, negando de plano esa posibilidad, pues para ellos la meritocracia es una ilusión que legitima y reproduce desigualdades; una trampa ideológica incompatible con el verdadero socialismo que debe enfocarse en las relaciones de producción.
Respondí nuevamente, planteando la necesidad de distinguir entre el mérito como principio normativo a reinterpretar e institucionalizar en clave socialista y sus realizaciones históricas en el marco del capitalismo actual. Esta respuesta generó nuevas réplicas, en las que Cerpa y Pizarro volvían a desechar cualquier intento de reivindicar el mérito en el contexto de una renovación socialista.
Las posiciones de Cerpa y Pizarro son paradójicas. Todo lo que dicen respecto de la crítica a la meritocracia es cierto, pero a su vez su perspectiva deja ver con extrema claridad aquel gesto que, en su repetición, es en gran medida responsable del déficit intelectual de la izquierda.
Hay que agradecerles, en todo caso, animar el debate poniendo precisamente el punto a partir del cual es necesario realizar un esfuerzo intelectual para avanzar, en vez de repetir dicho gesto y quedarse entrampados en aquello que se sabe y se repite en la forma de un mantra.
Dicho de otro modo, la renovación socialista es precisamente una renovación respecto de la repetición de posiciones consabidas y sobreaseguradas, como las de Cerpa y Pizarro, que ven trampas e ilusiones en todo aquello que desafía sus marcos tradicionales de pensamiento y busca caminos nuevos para pensar el socialismo del siglo XXI.
Este gesto de guardianes del pensamiento socialista tradicional ⎯la figura sacerdotal frente a la herejía⎯ les impide ver el punto. Se afirman en que lo que dicen es cierto (no cabe duda de que así es) y su déficit es precisamente quedarse en la certeza de tener razón. Repiten argumentos críticos muy ciertos sobre la meritocracia neoliberal, sin abordar el punto central de mi propuesta: la necesidad de distinguir entre la crítica a las realizaciones históricas concretas del mérito y el rescate de su núcleo normativo para reinterpretarlo en clave socialista.
Es importante aclarar que mi argumento no defiende la meritocracia como sistema social. Mi propuesta es más específica y fundamental: rescatar el principio del mérito como forma de reconocimiento social y base para ciertas desigualdades justificables.
La distinción es crucial: mientras la meritocracia es un sistema de organización social totalizante que pretende distribuir posiciones y recompensas (salud, educación y previsión, por ejemplo), basándose exclusivamente en el mérito individual, el mérito como principio normativo puede ser reinterpretado en clave de reconocimiento de las contribuciones diferenciales al desarrollo social y el bien común.
Para marcar este punto he recurrido preliminarmente (sé que no es suficiente) a la noción alemana de Leistung, pues acentúa la idea de contribución más que la de mera recompensa.
Lo cierto es que el reconocimiento del mérito en base al trabajo y la contribución a la reproducción social es una de las dimensiones del reconocimiento social que corre en paralelo con otras formas, como los derechos y la afectividad, de modo que concebirlo como un principio totalizante no puede ser sino, ya sea un error del pensamiento marxista o, en su contracara, una propuesta ideológica como la del así llamado neoliberalismo.
Frente a ello, los guardianes del templo, Cerpa y Pizarro, hacen oídos sordos. Con la esperanza de que se trate de un problema de autoridad intelectual, me permito invitar a mis contradictores a releer a un autor que ellos mismos citan como autoridad: el libro La tiranía del mérito de Michael Sandel.
Este libro ofrece una crítica demoledora a la meritocracia neoliberal, que es lo que reafirman correctamente mis contradictores. La invitación es a realizar una lectura atenta que revela una complejidad mayor en su argumento. Sandel no se queda en el momento de la denuncia; distingue claramente entre el mérito como principio normativo y sus realizaciones históricas concretas. Su crítica se dirige principalmente a cómo el sistema meritocrático actual genera tanto hubris en los ganadores como humillaón en los perdedores.
Siendo un pensador inteligente, su crítica racidical no lo conduce a rechazar toda forma de reconocimiento del mérito. ¿Dónde se puede ver esto? En su concepto crucial de “justicia contributiva”, que va más allá de la mera redistribución. Mientras la justicia distributiva se centra en cómo repartir equitativamente los frutos del crecimiento económico, la justicia contributiva apunta a reconocer y valorar las diversas formas en que las personas contribuyen al bien común.
Sandel dice: “Aprender a ser plomero, electricista o higienista dental debería respetarse como una valiosa contribución al bien común, no considerarse como un premio de consuelo para aquellos que carecen de puntajes SAT o medios financieros para llegar a la Ivy League”.
Sandel busca reformular el mérito no como competencia individual sino como reconocimiento de la contribución social. Cuando argumenta que necesitamos reconocer la dignidad inherente a diferentes formas de trabajo y su contribución social, está muy cerca de mi propuesta de entender el mérito como Leistung.
Sandel indica en su libro que “lo que estos votantes quieren… es… una oportunidad de ganar el reconocimiento social y la estima que viene con producir lo que otros necesitan y valoran”. La diferencia entre ambos conceptos es precisamente que, mientras el mérito en sentido meritocrático se centra en el logro individual, el mérito como Leistung incorpora la dimensión de contribución al desarrollo y la reproducción social.
Finalmente, Sandel argumenta que necesitamos vincular el mérito con valores democráticos y el bien común, no abandonarlo completamente. Su crítica al credencialismo y la tecnocracia no es un rechazo total del mérito sino un llamado a repensarlo en términos más inclusivos y orientados al bienestar colectivo.
Esta lectura más completa de Sandel refuerza mi argumento central: la crítica a la meritocracia neoliberal no implica abandonar el principio del mérito, sino reformularlo en términos de contribución al desarrollo social y bienestar colectivo. Si hay que buscar otro nombre para ello, eso es un tema aparte. El punto es que no podemos simplemente rechazar toda forma de reconocimiento diferencial de las contribuciones sociales. Esto sería tan injusto como el sistema actual.
Es lamentable tener que recurrir a la autoridad de un autor externo a nuestro debate, pero parece ser un último recurso para que perspectivas como las de Cerpa y Pizarro asuman que esto no es mera herejía de la tercera vía o de un neoliberalismo disfrazado, sino un esfuerzo genuino por renovar las categorías del pensamiento socialista.
La renovación socialista que necesitamos debe ser capaz de combinar la crítica al sistema existente con la propuesta de principios alternativos de reconocimiento y valoración social. El mérito, entendido como Leistung, puede ser uno de estos principios cuando lo orientamos hacia el bien común y lo desvinculamos de la competencia individualista neoliberal.
Este es el punto que mis contradictores no han abordado: ¿cómo podemos construir una sociedad que reconozca y valore las contribuciones diferenciales al bien común sin caer en el individualismo competitivo? Ojalá que las capacidades de Cerpa y Pizarro pudiesen orientarse a responder esta pregunta, tanto en el terreno teórico como en el práctico.
La respuesta, en todo caso, no puede ser ignorar estas diferencias en nombre de una igualdad abstracta. Necesitamos principios que permitan reconocer y recompensar justamente las contribuciones sociales mientras mantenemos la solidaridad y cohesión social.
La tarea es difícil pero necesaria: reformular el mérito como principio democrático orientado al bien común. Solo así podremos superar tanto la tiranía del mérito neoliberal como la tentación de un igualitarismo que ignora las diferencias legítimas en las contribuciones sociales. Esta es la dirección en que debería avanzar una verdadera renovación socialista.
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