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¿Te gusta mi banano? Opinión

¿Te gusta mi banano?

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Una brevísima y divertida historia para comprender el arte contemporáneo.


Una divertida y breve historia real nos ilumina sobre el arte contemporáneo, esa madeja enredosa para tantos –al paso de considerarlo una tomadura de pelo–, y que a otros nos cuesta entender. Pero a veces desborda genialidad. Para que no te ruborices, hay algunos artistas y estetas que opinan que el arte es tan raro e incomprensible que ya no existe.

A veces esos larguísimos escritos en el muro del museo o de la galería que tratan de explicar la obra que se expone, logran hacerla más incomprensible aun. Eso puede significar que la obra no es capaz de hablar y conmover al espectador por sí misma. Por ahí vamos mal. Otra cosa es un texto para explicar en fácil al público general, o no volverá nunca más.

El arte figurativo, como sabes, es aquel que nos muestrea un símil, una mímesis o copia de la realidad. El arte realista o hiperrealista copia la realidad tal cual. A veces exagera levemente algún ámbito, como si fuera una fotografía con un lente espectacular. A la gran mayoría de la gente le gusta el arte realista y figurativo, simplemente porque es fácil entenderlo, es obvio, casi no necesita pensar, ni pasar por una experiencia. Está ahí, tal como es.

Es evidente que, viniendo de un buen artista –como Claudio Bravo entre los chilenos–, en general está muy bien hecho. A ese espectador le impresiona la técnica, “¿cómo lo hace tan bien? ¡Es igualito a una fotografía!”, exclama. “¡Qué lindo!”. “¡Espectacular!”, replica el otro.

Bueno, lamentamos decepcionarte. Porque, como supones, muchos hiperrealistas actuales simplemente proyectan una fotografía sobre la tela, la van dibujando y calcando con los lápices y pinceles. Eso no tiene mucha gracia. En ese sentido, para ser un artista hiperrealista tampoco se necesita pensar ni sentir mucho.

Pero esto no es solo actual. Quizás te sorprenda que realistas antiguos –grandes estrellas de la pintura clásica como Jan Van Eyck en el siglo XV, utilizaban también una cámara oscura para copiar la realidad, y llevan siglos “engañando” a muchos que creen que lo hacía “a capella”–.

Respecto del arte contemporáneo, que viene recién como desde hace siete décadas, da muchísima rabia cuando son mal hechas, carentes de buen oficio y de rigor del artista. Son un insulto al espectador. El buen oficio y el rigor plástico nos parece un mínimo exigible a una buena obra de arte.

Pongamos un ejemplo: Pablo Picasso, inició el cubismo a principios del siglo XX y hacía pinturas muy difíciles de entender, revolucionarias y raras para un público común. Sin embargo, él tenía períodos de pintura en su juventud que era “clásica”, “academicista” o “figurativa” de notable calidad. Era la que le exigía su padre. Es decir, Picasso sabía dibujar y pintar extraordinariamente bien en el arte figurativo y clásico. Y desde esas capacidades fue que saltó junto con otros artistas, como Braque y Gris, al llamado cubismo.

El cubismo fue de las primeras vanguardias que rompieron con la pintura clásica, academicista y renacentista en muchos aspectos. Entender un cuadro cubista puede ser difícil, pero está bien hecho, y tomó años de estudio de las reglas del juego del arte para poder romperlas con un sentido distinto.

Y hay una hipótesis curiosa que permite cruzar las ciencias con las humanidades. El cubismo es una pintura que muestra la realidad en forma bidimensional y que depende del punto de vista del espectador, y conceptualmente pudo influir en la teoría de la relatividad del espacio-tiempo de su contemporáneo Einstein, cuyo foco depende también del punto de vista del espectador. O quizás la influencia fue al revés o casual. Pero el principio es el mismo.

Se ha hecho común en el discurso colectivo de las redes sociales, en el cine y otros medios, sostener que el arte plástico actual-contemporáneo es un engaño, o un objeto de especulación económica para gente rica. Desde teóricos del arte hasta simples aficionados parecen preguntarse cómo valorar o distinguir una buena de una mala obra de arte contemporáneo.

Ahora vamos a lo prometido, esa brevísima y sabrosa historia que nos enseña en fácil algo del arte contemporáneo. En el mundo, quizás la obra más comentada recientemente fue “Comedian” (“Comediante”) de un artista italiano muy reconocido –Maurizio Cattelan–, que la expuso en el Art Basel de Miami, una de las ferias de arte contemporáneo más grandes del mundo, que se realiza también en París y muchas otras ciudades del mundo.

La obra era un plátano o banano real, vegetal, pegado con una gruesa cinta adhesiva gris al muro de la galería. El precio de la “obra” era US$ 120.000. ¿Qué sentido tenía eso? ¿Cuál era el concepto y su mensaje? ¿O era otra tomadura de pelo de un artista?

El artista decía que su idea era el banano, pura y simplemente. Los curadores de Art Basel se cabecearon harto, incluso ensayando distintas posiciones del banano. Pero en realidad la obra “Comedian” tenía por objeto hacer una crítica al arte popular y a la mercantilización del arte actual. Maurizio Cattelan quería decir, sin decir una palabra, que cualquier cosa se vende y compra como arte y se especula con sus precios.

¿Y qué sucedió? Varias cosas insólitas y divertidas. Llegó otro artista a la galería Basel, un norteamericano de apellido Dattuna, que sacó sin más el plátano del muro, lo abrió por sus cuatro costados y ¡se comió el banano!, filmándose mientras lo hacía. Y dijo, mientras se lo comía, que estaba haciendo una “performance” artística (las performances son actos de arte, generalmente improvisados, en donde el artista actúa frente o para un espectador).

Agregó Dattuna: “Yo soy un artista hambriento. ¡Gracias!, ¡uuumhhh, está muy bueno el banano!, adoro el trabajo de Maurizio Cattelan. ¿Lo has comprado tú? –preguntó a quienes lo miraban–, ¿120.000 dólares? Es delicioso”, comentó Dattuna.

Dado que el plátano ya estaba en las tripas del otro artista, la galería y el autor Cattelan partieron a la verdulería y reemplazaron rápidamente su banano por uno nuevo y lo pegaron igual con la cinta gris al muro. Pero luego sucedió que otro día llegaron tres inversionistas en arte que pagaron los US$ 120.000 por la obra de arte “Comedian”, el banano de Cattelan.

Más aún, dos de las piezas de edición limitada del banano se vendieron a coleccionistas franceses por 120.000 dólares cada una, y hasta algunos museos ofertaron por una tercera versión 150.000 dólares.

Al suceder esto, el artista Cettelan logró su objetivo como artista, porque con su obra comunicó su concepto de la mercantilización del arte contemporáneo, lo hizo evidente sin palabras. A su vez, logró otra cosa, que los coleccionistas se sintieran parte de la obra y su concepto, porque ellos la “mercantilizaron”, ellos compraron un banano que se pudre.

Teniendo en cuenta eso, el artista hizo otra cosa genial. No les entregó a los compradores el plátano en exhibición, sino un certificado de autenticidad, que decía que eran los dueños y que estaban autorizados por el artista a ir reemplazando su banano periódicamente a donde fuera que lo llevaran.

Ante esta situación insólita, llegaron multitudes de gringos a las galerías de Art Basel en Miami a ver el banano. Seguramente fueron a verlo solo porque alguien había pagado los US$ 120.000 por ese fruto vegetal que se pudre. Qué más representativo de la mercantilización del arte que lleguen colas de gringos a ver el banano, no tanto por su belleza, valor artístico, estético o visual, sino porque lo compraron en US$ 120.000.

El artista estaba orgulloso de que su banano valiera tanto, pero más que eso, que el concepto de la obra se hubiera materializado.

Llegaron tantos visitantes que hubo que sacar el plátano de Art Basel, porque la turba estorbaba el desenvolvimiento normal de la feria como si fuera La Mona Lisa. Y cuando ya habían sacado el plátano de la exhibición que tenía enloquecido a los guardias por el alboroto, llegó repentinamente un hombre que se puso en posición de sacrificio contra el muro donde antes el banano se exhibía en gloria y majestad, y escribió con un lápiz labial rojo y con furia: “Epstein no se suicidó” (refiriéndose al riquísimo abusador de adolescentes que estaba recién en la cárcel por ello, y que se codeaba con Trump, Clinton, el Príncipe Andrés y otros poderosos. Oficialmente Epstein se suicidó en su celda, raro; otros dicen que lo mataron otros influyentes para silenciarlo).

Llegó la policía de Miami y trataba de detener y sacar al grafitero que se aferraba al muro del banano de Art Basel, y el grafitero gritó: “’¡¿Acaso no es esta la galería en que cualquiera puede hacer arte?! ¿O no?”.

Entonces, ¿qué de todo aquello es arte? ¿Cuál es bueno y cuál malo? Si esta semana no llega un artista furioso con su goma y borra nuestra columna de aquí –como lo hizo Rauschenberg con el dibujo famoso del artista De Kooning– para que no escribamos más, trataremos de contar otra historia ilustrativa para intentar comprender mejor el arte, si nosotros llegamos a entender algo antes.

Nosotros pensamos que todo lo que pasó con el banano de Cattelan en Art Basel, son varias obras de arte sucesivas, y todas muy bien logradas, porque los conceptos, las ideas y mensajes detrás de las obras están muy bien transmitidos al espectador (el simple banano, la performance del que se lo come, la compra millonaria en varias copias a coleccionistas, pero básicamente un certificado de la compra y la autenticidad e instrucciones para reemplazarlo cuando se pudriera, y el hombre furioso que especula a gritos sobre el asesinato de Epstein con rouge rojo sangre, y que reclama cuando tratan de sacarlo si no es en Art Basel donde cualquiera puede hacer arte. ¡Simplemente genial!

Y si esta opinión no te gusta, te autorizamos a saltar de pura rabia sobre la pantalla de tu celular o tu computador desde donde estás leyendo esta columna, y podrías hacerlo una obra de arte titulada “El arte contemporáneo es pura mierda”. ¿Qué te parece? Pero para darte más ánimo a hacerlo, te contamos que el banano del que hablamos fue a dar al Museo Guggenheim, y que un millonario lo compró en nada menos que 6,5 millones de dólares.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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