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Científicos, superhéroes y la ecoansiedad Opinión

Científicos, superhéroes y la ecoansiedad

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Camila Fernández
Por : Camila Fernández Directora Centro COPAS Coastal y copresidenta del Comité Científico Asesor de Cambio Climático (C4).
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Si aprendemos a manejar la frustración, vencer el pesimismo y actuar con urgencia, podríamos dejar de sentirnos como Batman corriendo con una bomba y, en cambio, convertirnos en los superhéroes que han salvado el día para nuestros hijos y nietos.


La Ecoansiedad es un concepto reciente que encapsula el impacto emocional invisible del cambio climático en la sociedad. Se trata de un fenómeno transversal y, aunque parezca difícil de creer, la comunidad científica es especialmente vulnerable a él.

Permítanme ilustrarlo con un referente de la cultura pop de los años ’80. De niña, una de mis películas favoritas era Batman (1966), en la que el dúo dinámico enfrentaba el malévolo plan de una coalición de supervillanos. Una escena inolvidable es la de Batman en el puerto de Ciudad Gótica, buscando a Gatúbela, cuando se encuentra con una enorme bomba encendida, en el icónico formato redondo con la mecha expuesta. La secuencia que sigue es memorable: Batman, en una carrera frenética por el muelle, intenta salvar a la gente de la explosión, esquivando una banda de música, un grupo de monjas, una familia de patos, una pareja distraída y una madre con un cochecito, entre otros obstáculos. Finalmente, lanza la bomba al océano y evita el desastre in extremis (un recurso bastante recurrente en las películas de acción, debo decir).

Aunque no es una obra maestra del cine, la carrera de Batman por el muelle con la bomba en las manos refleja muy bien cómo se siente trabajar en temas de cambio global hoy en día.

Desde mi perspectiva como líder de un equipo diverso de investigadores, profesionales y estudiantes, me hago una pregunta crucial: ¿Cómo está nuestra salud mental frente a la crisis climática?

La ecoansiedad, al igual que los desafíos físicos del cambio global, es un problema complejo, impulsado por múltiples factores. En la comunidad científica, tres de ellos destacan: La urgencia, la frustración y el pesimismo.

La urgencia proviene de nuestra labor diaria: analizar datos casi en tiempo real y transmitir mensajes contundentes para generar una reacción social y política acorde a la magnitud de la crisis. Muchas veces adoptamos un enfoque realista y directo: ¡hay una bomba en el muelle! Sin embargo, este llamado a la acción frecuentemente encuentra una respuesta contraria: la negación, un mecanismo de autopreservación que lleva a desviar la mirada de las amenazas. En efecto, como especie tendemos a desviar la mirada de aquello que nos amenaza, y así, evitar la confrontación con la “bomba” parece una estrategia natural.

La frustración, definida por la RAE como una sensación de fracaso o insatisfacción, es inevitable cuando los esfuerzos no se traducen en avances significativos. Los eventos internacionales de este año ejemplifican este sentimiento. La COP16 de Biodiversidad en Colombia y la COP29 sobre Cambio Climático en Azerbaiyán han evidenciado la urgencia de actuar. El mensaje de entrada a las negociaciones es claro. Las naciones industrializadas deben tomar medidas drásticas no sólo para limitar el calentamiento global a 2ºC sino para apoyar a los países más vulnerables. Mientras, los datos sugieren que muchos de los indicadores climáticos están en valores extremos. Sin embargo, a pesar de la evidencia científica durante la COP16 se obtuvo sólo el 2% de los fondos esperados para el fondo de conservación global y la COP 29 acaba de cerrar sus negociaciones con menos del 50% (300 billones de USD anuales a partir de 2035) de los fondos requeridos para países vulnerables.

Estos resultados generan una mezcla de desánimo y determinación. Redoblamos esfuerzos para proveer más evidencia científica, desarrollar políticas públicas y fomentar la educación, pero el tiempo apremia.

Pero eso lleva eventualmente al tercer factor que influye en la ecoansiedad: el pesimismo. Las nuevas generaciones enfrentan las predicciones climáticas con desazón y desesperanza. Los científicos más jóvenes, que saben que estarán en la primera línea cuando completen su formación y aquellos que ya llevamos bastante tiempo corriendo con la bomba en el muelle, nos preguntamos a menudo como sobrellevar la magnitud de la tarea.

Chile debe disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero en al menos 40% para 2030. Pero la evidencia indica que deberíamos ser más ambiciosos aún a nivel planetario, reduciendo 7 veces más las emisiones proyectadas para la próxima década si queremos evitar multiplicar los puntos de no retorno climático.

Es normal sentirse pesimista. Pero cuando el pesimismo se convierte en inacción, el problema se agrava. Estudios revelan que la falta de resultados a nivel climático lleva a mucha gente a dejar de reciclar, o a volver al plástico de uso único incluso después de las reformas post-pandemia.

Ese no es el camino para combatir la ecoansiedad. En tiempos de crisis es bueno recordar dos cosas importantes: Primero, no estamos solos. Millones de personas sienten la misma preocupación y buscan día a día una salida a su propia escala. Por eso no se puede bajar los brazos. Segundo, si hoy las cosas no se ven de forma promisoria no significa que mañana sea igual. Siempre hay espacio para la curiosidad, la innovación y la creatividad. Somos capaces de encontrar soluciones. Eso nos hace buenos científicos y finalmente es parte de lo que nos hace humanos.

Tal vez es momento de abrir esta conversación a nivel nacional y global. Si aprendemos a manejar la frustración, vencer el pesimismo y actuar con urgencia, podríamos dejar de sentirnos como Batman corriendo con una bomba y, en cambio, convertirnos en los superhéroes que han salvado el día para nuestros hijos y nietos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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