Detrás de los rótulos -realismo mágico, telurismo, surrealismo- se esconden creadores regionales que, sin rechazar lo que trasciende a los sentidos –sino todo lo contrario-, fundaron su trabajo en el mundo que toca nuestros cuerpos, en la Tierra misma, de cara a la realidad.
Alguna vez comentó Gabriel García Márquez que su obra literaria es un mundo que construyó sobre datos duros. Joven pobre, al no poder comprar una Enciclopedia Británica, tuvo que someterse a la tarea -casi diaria- de ir a consultar la de la biblioteca pública de su ciudad. Después, con libros especializados y visitas a amigos médicos, preparaba la descripción de una peste o de una autopsia. Lo sanitario, las enfermedades tropicales, son personajes de sus novelas.
Un español, doctor en medicina y profesor de Historia de la Medicina – Juan Valentín Fernández-, sorprendido ante tanta precisión, dedicó siete años a investigar ese otro García Márquez. Su libro Los médicos de Macondo debilita el rótulo de “realismo mágico”, el que fue inventado por una astuta estrategia de ventas que hizo uso de un enraizado mito europeo, que América Latina es un territorio exótico, salvaje y delirante, donde todo es posible, como si aquí no se cumplieran las leyes de la física.
Hay un mensaje detrás de esto: Plantea que los europeos saben lo que es el esfuerzo, el trabajo duro y el rigor, que gracias a eso surgió allá la ciencia moderna y se creó la Revolución Industrial, mientras los latinoamericanos -hay un dejo de envidia incluido- holgazaneamos bajo el sol, habituados a una pobreza eterna y atrapados entre revoluciones y dictaduras, de espaldas a la ciencia y la industria.
Son varios los siglos de mitos sobre América Latina. En sus vidas esforzadas, rutinarias, para el europeo era un alivio imaginar que había un lugar en el mundo donde todo era más fácil. Con cantantes de boleros, mujeres sensuales, playas de arena blanca y frecuentes carnavales. Europa sería el espacio de lo cotidiano, lo que obliga al orden y el esfuerzo, América Latina el de los mitos que inspiran fantasías.
Nos gustó lo del realismo mágico, como imagen de la región. Además resultó ser una imagen rentable, útil para vender millones de libros, y por vez primera accedimos a un espacio en el escenario de la literatura universal. Pero, empobrece nuestra realidad, la que no es mágica.
Algo similar comentó Jorge Luis Borges por el Premio Nobel de Gabriela Mistral. Dijo que ella correspondía a los mitos europeos, su poética de naturaleza intensa y telúrica, de emociones crudas. Tuvo que salir un Roque Esteban Scarpa a escribir Una Gabriela nada de tonta, en la que revela el rigor intelectual de la elquina, mujer capaz de viajar días enteros para visitar a un pensador gravitante en su época.
En la historia del arte del siglo XX, Roberto Matta no es solo el gran surrealista latinoamericano. También es el artista más conectado a los descubrimientos de la astronomía en su época, deslumbrado por el universo que aparecía gracias a los modernos telescopios electrónicos. Como la Mistral, escribía cartas a los pioneros para ir a visitarlos y comprender bien sus avances. En sus años de escolar, en la revista del colegio no escribía de arte, sino del universo. Le interesó el maridaje entre Ciencia y Pintura, tal como a Vicente Huidobro el de Poesía y Ciencia.
Detrás de los rótulos -realismo mágico, telurismo, surrealismo- se esconden creadores regionales que, sin rechazar lo que trasciende a los sentidos –sino todo lo contrario-, fundaron su trabajo en el mundo que toca nuestros cuerpos, en la Tierra misma, de cara a la realidad.
Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.