Trump intercambió votos en el resto del país por votos en los estados clave donde se decidiría la elección, para así, a pesar de perder el voto popular, poder ganar el colegio electoral.
En 1948 el economista escocés Duncan Black—uno de los fundadores de la teoría de la elección pública—publicó en el prestigioso Journal of Political Economy su célebre artículo “On the Rationale of Group Decision-making”. En dicho ensayo, Black nos presenta una demostración con un modelo de elecciones que señala que, cuando el espectro político tiene un solo eje y las preferencias de los votantes son single-peaked (esto es, cada votante tiene una opción preferida y a medida que se aleja de esta en una dirección, menos le gusta), el resultado general de la votación será determinado por el votante mediano.
Es decir, el resultado de la elección política será determinado por el votante que esté en la mediana del espectro político o, dicho en simple, el resultado lo determina el “votante bisagra” que se encuentra en el medio del espectro político polarizado. Por ejemplo, si se vota el gasto óptimo en defensa entre tres personas, y las alternativas son A gastar nada y B gastar mucho, sin importar la preferencia del más bélico o el más pacifista, la decisión será determinada por quién esté en el medio del espectro de preferencias. Esto fue demostrado matemáticamente por Duncan Black en 1948, fundando la teoría moderna de la elección publica, conocida en inglés como Public Choice—disciplina que se encuentra en la intersección entre la economía y la ciencia política (Paniagua, 2022).
Ahora bien, ¿Qué tiene que ver Black con Trump? Pues bien, Estados Unidos, tiene un sistema político bastante especial producto de su particular sistema electoral conocido como Colegio Electoral de los Estados Unidos. Basado en este sistema, podríamos utilizar las ideas de Black para entender las últimas elecciones presidenciales en EE. UU., ya que—si usamos los supuestos de Black—podríamos decir que la elección presidencial norteamericana será determinada por el voto electoral del estado que esté en el medio del espectro político (como si el estado fuese el votante medio en el modelo de Black). Así las cosas, este teorema es útil para entender la elección de Donald Trump en 2016 y a través de eso, ver en qué y cómo cambiaron las preferencias electorales en el 2024.
En el 2016, ante un gobierno demócrata de Barack Obama (2009-2017) relativamente popular y encuestas que daban por ganadora a Hillary Clinton, Trump ganó las elecciones con 14% más votos del colegio electoral y 2% menos del voto popular. En otras palabras: Al igual que en el año 2000 con George W. Bush, ganó el Republicano sacando menos votos totales que el Demócrata (en el sistema estadounidense el presiente no es elegido por voto popular, sino que por los votos contabilizados a través del colegio electoral). Mientras cuatro años antes Romney perdía por paliza con el 47% de los votos, Trump obtuvo en el 2016 una gran victoria con el 46%. Fue entonces una victoria producto de un eficiente uso del colegio electoral, a pesar de no de tener un amplio apoyo popular.
En aquella ocasión, la elección fue definida por tres estados de la antigua “muralla azul”, que el constructor neoyorkino experto en muros y en bronceados artificiales pintó de rojos. Estos tres estados, Pennsylvania, Wisconsin y Michigan, fuertemente ligados a la industria manufacturera, habían votado consistentemente desde 1992 por el partido de los sindicatos y de los trabajadores blue-collar: el partido Demócrata. Sin embargo, un conjunto de malas condiciones económicas y descontento social en esta zona, producto de la globalización y la desindustrialización, creó el entorno perfecto para que apareciera un líder con retórica populista que ofreciese soluciones sencillas culpando al libre comercio y la inmigración ilegal. Con propuestas proteccionistas y anti-inmigración orientadas a dicho segmento de los votantes, Trump ganaría estos tres estados y con ellos la elección a pesar de no haber obtenido el voto popular, maximizando sus réditos políticos.
Estas políticas proteccionistas—Trump lo debe saber—benefician a los productores industriales concentrados en estados como Pennsylvania, Wisconsin y Michigan, dañando a los consumidores del resto del país mediante precios más altos. Pero, mientras los productores están bien organizados, bien informados de estas políticas y están concentrados en un área clave para la elección política, los consumidores están dispersos, no organizados y poco informados, existe espacio entonces para explotar estas divergencias de organización y de información, promoviendo lo que en economía se conoce como la lógica de beneficios concentrados y costos dispersos (Olson, 2022). Así, Trump que apelaba a estos votantes claves obtenía el apoyo del votante mediano del sistema electoral—que terminó siendo Pennsylvania—con un daño mínimo a su votación fuera de estos estados (ya que los votantes de los otros estados son menos informados de estas materias que les interesan menos). En un sentido económico, Trump intercambió votos en el resto del país por votos en los estados clave donde se decidiría la elección, para así, a pesar de perder el voto popular, poder ganar el colegio electoral.
En la reciente elección entre Harris y Trump, lo que ocurrió fue algo distinto, ya que Trump cambió de estrategia, ya que en vez de aprovechar el teorema del votante mediano este buscó amplitud en su coalición al buscar apoyo en grupos heterogéneos de votantes de todo tipo. Si bien ganó Trump de nuevo, esta vez lo hizo obteniendo también el voto popular a lo largo del país. La coalición de votantes Republicanos de este año fue una más diversa y transversal que en el 2016: por ejemplo, Trump este año obtuvo el apoyo del 46% de la población hispana y más votos afroamericanos que cualquier Republicano en los últimos 48 años y mejoró su resultado en estados tradicionalmente Demócratas como California (+4%) y Nueva York (+5%). La victoria de este año, entonces, no es el mismo fenómeno electoral que en el 2016, ya que ahora se generó un desplazamiento general del electorado hacia Trump, especialmente en grupos demográficos tradicionalmente demócratas, y no se ganó con un tecnicismo del sistema electoral estadounidense como el analizado antes.
Por lo demás, Trump trató esta vez de armar una coalición variopinta y algo extraña al unirse con gente del mundo de la tecnología como Elon Musk, libertarios como Vivek Ramaswamy, gente de derecha proteccionista como su vicepresidente-electo JD Vance, gente de izquierda pacifista y críticos a la industria farmacéutica como Tulsi Gabbard y Robert F. Kennedy Jr., respectivamente. Quizás esta vez olvidó—o quizás nunca conoció—el teorema del votante mediano, ya que ganó por la fuerza bruta de la amplitud de su coalición y no por aprovechar ciertas lógicas electorales del sistema. No obstante su victoria, quedará por verse cómo el nuevo presidente de los Estados Unidos resuelve y maneja todas estas diferencias y todas estas visiones conflictivas dentro de su segundo gobierno.