Siria: las claves de la caída del régimen de Al-Assad
Al Jawlani ha dicho que ya no está relacionado con estos grupos y que “esta región no representa una amenaza de seguridad para Europa y Estados Unidos”, ni un escenario “para la ejecución de una yihad extranjera”. A pesar de eso, Washington mantiene vigente una recompensa de US$ 10 millones por él.
Medio Oriente es una de las regiones más volátiles, impredecibles e inestables del mundo. Y lo ocurrido estos días en Siria lo demuestra de manera contundente. Es que la intempestiva caída de Bashar al-Assad, en apenas once días de combates, puso fin a un régimen dictatorial que durante 53 años había gobernado al país con mano de hierro.
Primero Hafez al-Assad (1971-2000) y luego su hijo, Bashar (2000-2024), dieron forma a una dinastía que durante las últimas décadas del siglo pasado convirtió a este país en un actor poderoso e influyente en toda la región.
Sin embargo, la onda expansiva de la Primavera Árabe (2011) también golpeó a Siria, que rápidamente cayó en una guerra civil que en más de diez años dejó medio millón de muertos y más de seis millones de refugiados repartidos entre Medio Oriente y Europa.
El punto es que –tal como ocurre con los conflictos prolongados– esta guerra fue cayendo en el olvido y dejó de aparecer en los medios de comunicación y en las agendas de las cumbres internacionales. Incluso, para 2021, el gobierno de Damasco controlaba el 85% del país y Al-Assad se dio el lujo de realizar elecciones presidenciales en mayo de ese año, las que ganó sin problemas con el 95,5% de los votos, lo que le garantizó un nuevo mandato presidencial de siete años.
No obstante, nada de eso habría sido posible sin la ayuda de Rusia, que en 2015 envió tropas, aviones de combate y helicópteros artillados para apoyar a Al-Assad en su lucha contra el temible Estado Islámico. En efecto, las fuerzas rusas ayudaron a acabar con esta milicia radical sunita, pero también aprovecharon de golpear a los rebeldes que intentaban derrocar a Bashar al-Assad.
Entonces, el apoyo de Vladimir Putin al gobierno sirio se basó en la necesidad de responder a una amistad que databa de los tiempos de la Guerra Fría, pero también para proteger sus intereses militares en el país: el uso de la base naval siria de Tartus, el único puerto en el Mediterráneo en el que los buques soviéticos/rusos podían fondear.
Los vínculos religiosos entre alawitas y chiitas llevó a que Irán también se involucrara en el apoyo a Bashar, por lo que no escatimó en el envío de miembros de la Guardia Revolucionaria Iraní a Siria, así como ordenar el despliegue de combatientes de la milicia libanesa chiita proiraní Hezbolá.
Hoy el escenario mundial y regional es muy diferente al de la década pasada. Y eso explica, en gran medida, lo ocurrido. El desgaste de la invasión a Ucrania ha debilitado de manera importante a Rusia, que progresivamente redujo su presencia militar en Siria, al punto que –finalmente– dejó caer a Al-Assad.
Lo mismo ocurrió con Irán y sobre todo con Hezbolá, que también han sufrido duros golpes en el contexto de la guerra de Gaza que acabó expandiéndose al Líbano, Yemen, Irak y Siria.
Ahora, con un nuevo gobierno en Damasco, para Irán será más difícil mantener su antiguo apoyo a Hezbolá, en el Líbano. Y, de paso, mantener vivo el conflicto con Israel en la zona fronteriza de ambos países.
Por otra parte, aunque Turquía ha negado cualquier apoyo a Hayat Tahrir al Sham (HTS, por sus siglas en árabe), el grupo islamista sunita liderado por Abu Mohammed al-Jawlani que encabezó este alzamiento definitivo contra Al-Assad, es poco probable que no contara –al menos– con su “luz verde”. Y eso refuerza el posicionamiento de la Turquía de Recep Tayyip Erdoğan en Medio Oriente.
Por otro lado, el presidente Joe Biden ya dijo que Estados Unidos colaboraría con “todos los grupos sirios” para establecer una transición “hacia una Siria independiente y soberana”. Tal vez una declaración demasiado apresurada, tomando en cuenta que Abu Mohammed al-Jawlani –en el pasado– integró Al Qaeda en Irak, el Frente al Nusra (en Siria) y tuvo vínculos con el Estado Islámico.
Al-Jawlani ha dicho que ya no está relacionado con estos grupos y que “esta región no representa una amenaza de seguridad para Europa y Estados Unidos”, ni un escenario “para la ejecución de una yihad extranjera”. A pesar de eso, Washington mantiene vigente una recompensa de US$ 10 millones por información que lleve a su captura.
La huida de Al Assad y su familia –ya refugiados en Rusia– marca el fin de 13 años de guerra civil en Siria y el cierre de la Primavera Árabe, pero abre nuevas interrogantes del futuro gobierno de este país y el impacto que tendrá en un convulsionado Medio Oriente.
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