¿Carrera armamentística regional?
Las actuales iniciativas regionales de adquisiciones de armamentos deben ser incorporadas a cabalidad en la configuración del horizonte estratégico de Chile, en sus magnitudes políticas y financieras, conjuntamente con los demás elementos.
Los procesos de adquisiciones militares de Argentina actualmente en curso y los anuncios efectuados por el Gobierno del Perú en igual sentido han generado un debate en torno a una posible competencia armamentística en la región. En Chile el asunto se ha visto atizado, además, por las cuestiones que se plantearon a propósito del financiamiento de la defensa en el proyecto de Ley de Presupuesto para el 2025.
La región tiene una historia intensa en esta materia. Comenzando por la carrera armamentista entre Chile y Argentina de fines del siglo XIX, manifestada fundamentalmente en el ámbito naval –y que terminó en el primer tratado de reducción de armamentos del mundo, parte de los Pactos de Mayo–, hasta las últimas competencias de los años 70 y 80, las relaciones de seguridad entre varios de los países de América del Sur han generado competencias de variable intensidad y duración. Ninguna de las carreras locales se aproximó a las que se desarrollaron entre las grandes potencias durante el siglo XX pero, en lo fundamental, compartieron sus características.
Las competencias armamentísticas han sido ampliamente analizadas en el campo de los estudios estratégicos, especialmente por Samuel Huntington, Robert Jervis, Art Waltz y otros. También lo fueron en el ámbito nacional, en la época diríase “clásica” de los estudios sobre defensa, emanados de la temprana Comunidad de la Defensa. Los procesos y ritualidades de las competencias son relativamente simples: un país (o coalición de países) comienza a expandir su poderío militar; esto provoca preocupación en otro país (o países) que, a su vez, reacciona aumentando el suyo, lo que alarma al primero que vuelve a incrementar su poder, trabándose así la competencia y todo ello como parte de una dinámica de distribución de poder entre los Estados participantes.
Las causas de las carreras armamentísticas han sido igualmente estudiadas en profundidad. En general, descansan en rivalidades y tensiones, actuales, históricas, potenciales o larvadas, o en la mantención de equilibrios estratégicos que provocan la reacción al estímulo inicial, el que bien podría no tener nada de siniestro, por ejemplo, el denominado Imperativo Político Doméstico, identificado inicialmente por Barry Buzan (acuerdo entre un grupo político y los uniformados por razones enteramente de política interna, uno de cuyos elementos es la adquisición de armamentos), o la necesidad de un país de recuperar capacidades militares perdidas, nada de lo cual importa, en sí mismo, designios aciagos para otro país.
Sin embargo, la preexistencia de alguna conflictividad, así sea baja e histórica, y sus efectos sobre el balance de poder entre los Estados participantes generan de todos modos la competencia.
Mucho se ha escrito también sobre las consecuencias de las competencias armamentísticas, especialmente si incitan el inicio de conflictos armados o si, por el contrario, al favorecer una distribución más paritaria del poder generan estabilidad entre los involucrados. La evidencia histórica no es concluyente.
Kalevi Holsti, en su obra seminal sobre las causas de los conflictos armados, asigna un porcentaje relativamente bajo a los motivos más asociados a las competencias armamentistas. Otros estudios revelan conclusiones similares, lo que sugiere que el resultado de una competencia dependerá de diversos factores diplomáticos, estratégicos y/o financieros. En algunos casos, generan más tensiones y riesgos de conflicto; en otros escenarios, favorecerán la estabilidad en el sistema de seguridad de que se trate.
Hay dos conceptos estrechamente asociados a las competencias armamentistas, directamente vinculados entre sí y que resultan aplicables en la especie a la seguridad de Chile: el Dilema de la Seguridad y la Disuasión. En los términos planteados por el mismo Robert Jervis y por Mohammed Ayoob y otros, el primero se centra en el hecho de que la fuerza o la debilidad de un país pueden ser incitantes para otro u otros: un país fuerte genera respeto; uno débil, puede estimular agresiones por un rival actual o potencial.
Normalmente no se trata del uso efectivo de la fuerza, de una agresión militar propiamente tal, pero sí de las otras formas de aplicación de fuerza, especialmente la coerción. Esta se puede manifestar, por ejemplo, en una negociación diplomática en la cual el país que dispone de mayor poder fija sus términos y asegura la concreción de sus intereses.
De ahí que el aumento en la seguridad de un país puede generar una percepción de vulnerabilidad en otro, la que reenvía luego al primero en una espiral sin fin, en lo que constituye la esencia del dilema de la seguridad.
A su turno, la disuasión, según es bien sabido, está orientada a impedir que un actor internacional realice acciones intolerables para la seguridad del que disuade, bajo pena de recibir un castigo más oneroso que las ventajas que podría obtener. Es un efecto psicológico basado en cálculos racionales y concepciones doctrinales compartidas.
Esto último se manifestó, por ejemplo, en el fracaso de Francia en disuadir a Alemania con la Línea Maginot: la Blitzkrieg y una aproximación estratégica novedosa la hicieron inútil.
La disuasión tiene varias formas, pero todas convergen en la misma dinámica y, en cuanto es una reacción psicológica, no requiere simetría de capacidades o necesariamente una superioridad militar muy significativa, solo lo suficiente para generar el efecto en que descansa y, por supuesto, la voluntad política del que disuade, lo que debe ser claramente percibido por el otro.
Sin embargo, para ser efectiva requiere considerar en su integridad el horizonte estratégico del que disuade, incluyendo todos los riesgos que enfrenta. Cabe recordar que la disuasión es el pilar en que descansa de antaño la Política de Defensa de Chile, y formalmente desde la publicación del Libro de la Defensa 1996 hasta hoy.
El dilema de la seguridad y la disuasión actúan de consuno. De ahí que incrementos comparativamente menores en las capacidades militares de un país pueden generar respuestas significativas en el otro. La ingenuidad tiene poca cabida en esto y, por el contrario, la prudencia demanda miradas de largo plazo. Esto se aplica especialmente al gasto militar, en cuanto en la disuasión convencional, es una medida de la voluntad del que disuade.
Los equilibrios estratégicos pueden evolucionar muy rápidamente, especialmente por las tecnologías y la explotación de los nuevos dominios de los conflictos. Los drones, la inteligencia artificial y el dominio espacial evidencian esto. Además, los actuales escenarios estratégicos globales favorecen dinámicas de cambios súbitos.
Conjugando de manera armónica los conceptos antes analizados, así como la experiencia histórica, no parece existir aún una competencia armamentística en la región, al menos no es su forma más clásica. Argentina está recuperando capacidades militares largamente perdidas luego de un extenso periodo de subinversión en Defensa. Algo similar se ha mencionado como fundamento de los programas peruanos, aunque con una retórica un tanto diferente.
Pero es necesario tener presente que, luego de sus exitosos programas de adquisiciones de los dos últimos decenios, Chile se constituyó en el árbitro de la paz en la región y que, como se ha expresado, su Política de Defensa tradicionalmente ha descansado en la disuasión.
De tal modo, las actuales iniciativas regionales de adquisiciones de armamentos deben ser incorporadas a cabalidad en la configuración del horizonte estratégico de Chile, en sus magnitudes políticas y financieras, conjuntamente con los demás elementos que inciden en su integral posicionamiento en el sistema internacional.
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