Valparaíso, a pesar de su creciente precarización, tiene el potencial de ser un referente cultural no solo para Chile, sino para América Latina. Esto requiere un compromiso ético, estético y político por parte de la nueva administración.
El pasado viernes 29, Valparaíso vivió un cambio en su liderazgo municipal. Camila Nieto asumió como alcaldesa, relevando a Jorge Sharp tras dos períodos consecutivos bajo su administración. Este relevo es una oportunidad para reflexionar sobre la gestión cultural en la ciudad y las acciones necesarias para fortalecer el desarrollo de las artes en la capital cultural de Chile.
Valparaíso enfrenta una precarización estructural que afecta todos los ámbitos de la vida ciudadana, incluida la cultura. Aunque la ciudad ha sido reconocida como un polo artístico, el modelo de gestión cultural heredado presenta importantes falencias que la nueva administración debe enfrentar con urgencia y claridad.
Uno de los puntos críticos de la gestión anterior fue la implementación del Plan de Desarrollo Comunal (Pladeco) 2020-2030, que prometía participación ciudadana como pilar. Sin embargo, en la práctica, esta participación fue limitada y sesgada. Según el documento oficial del Pladeco, gran parte de su elaboración se basó en encuestas dirigidas que priorizaron hipótesis preestablecidas, desestimando investigaciones cualitativas más experimentales de acuerdo a los tiempos. Las propuestas concretas y viables quedaron reducidas a objetivos generales sin una planificación operativa clara. Para que la nueva gestión sea efectiva, es imprescindible garantizar que la participación ciudadana no sea solo un eslogan. Esto requiere crear espacios deliberativos reales, en los que artistas y agentes culturales puedan incidir en la toma de decisiones de manera significativa.
La autoproclamada “capital cultural de Chile” carece de un diagnóstico actualizado y preciso sobre el estado de sus artes y cultura. Las gestiones socialdemócratas aspiran a un modelo centrado en las economías creativas o “naranjas”, con un enfoque industrial que no siempre responde a las necesidades del sector cultural local. Este modelo, promovido por gran parte del espectro político, prioriza resultados económicos fallidos sobre procesos éticos y estéticos. Además, la ciudad vive un descalce cronológico en sus prácticas artísticas, atrapada entre una modernidad inconclusa y un intento fallido de contemporaneidad.
Este vacío se evidencia en instituciones como la Escuela de Bellas Artes de Valparaíso, que en más de 60 años de existencia no ha logrado definir una política clara ni un enfoque coherente para su desarrollo. Esta institución necesitaría decidir entre dos caminos generales: fortalecer la tradición artística local, trabajando desde su base histórica para consolidar una identidad cultural específica, o actualizar sus paradigmas artísticos, integrando investigaciones y prácticas contemporáneas en diálogo con el contexto global. Ambas opciones requieren estrategias diferenciadas y, sobre todo, voluntad política para implementar políticas culturales sostenidas.
En 2024 se intentó recuperar la Bienal Internacional de Arte de Valparaíso, un proyecto con gran potencial para posicionar a la ciudad en el mapa cultural global. Sin embargo, la iniciativa se quedó en un evento declarativo, con poca planificación y alcance limitado. Las tensiones internas en la gestión anterior, caracterizadas por un autoritarismo endogámico y una falta de articulación con el Ministerio de las Culturas y embajadas mermaron sus posibilidades de éxito. La nueva administración tiene la oportunidad de corregir este rumbo, priorizando colaboraciones nacionales e internacionales que robustezcan proyectos culturales emblemáticos como la bienal.
Esto implica formar comisiones más inclusivas, desvincular a funcionarios que obstaculicen avances por agendas personales, y generar una política de transparencia que asegure la democratización del acceso y los recursos culturales. El problema es que este evento, al no tener una figura jurídica propia, dependerá de las voluntades de las administraciones de turno. Mencioné, al finalizar el evento de este año, que debíamos trabajar, desde ese mismo momento, en la bienal que vendría en dos años más, pues muchos de los planes declarativos , con una antelación de un año y medio, no se cumplieron. Pero, al no independizarse de las o los alcaldes de turno, no existe gestión política, esperando las elecciones que venían y vendrán.
Una propuesta para la nueva administración es la implementación de algunas acciones prioritarias, como revisar y reformular el Pladeco, garantizando instancias reales de participación ciudadana, con procesos de investigación cualitativa que reflejen las necesidades y aspiraciones de los agentes culturales locales, fortalecer la Escuela de Bellas Artes, definiendo una línea de desarrollo clara que la integre como un espacio formador, ya sea desde una perspectiva tradicional o contemporánea, generar un plan estratégico para la Bienal Internacional de Arte, priorizando su consolidación como un evento de relevancia nacional e internacional, y asegurando su promoción adecuada, establecer seminarios culturales permanentes, que permitan el debate y la reflexión sobre las políticas culturales, involucrando a especialistas, artistas y ciudadanía y profesionalizar la gestión cultural municipal, fomentando el trabajo interdisciplinario y transparente, con metas evaluables y supervisadas por organismos independientes.
Valparaíso, a pesar de su creciente precarización, tiene el potencial de ser un referente cultural no solo para Chile, sino para América Latina. Esto requiere un compromiso ético, estético y político por parte de la nueva administración, que debe mirar más allá de las urgencias inmediatas y trabajar en la construcción de una ciudad donde las artes y la cultura sean verdaderos motores de desarrollo.
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