La derecha chilena: entre la fragmentación y el estancamiento retórico
Los líderes actuales de la Unión Demócrata Independiente (UDI), como Guillermo Ramírez, o del Partido Republicano, como Kast, perpetúan una retórica que parece haber sido sacada de una cápsula del tiempo.
Evelyn Matthei es, sin lugar a dudas, una figura central en el tablero político de las derechas chilenas, con un perfil consolidado que la posiciona como una potencial candidata presidencial para las próximas elecciones. Sin embargo, las recientes disputas internas en su sector revelan algo más que diferencias de liderazgo: destapan la carencia de un proyecto político renovado, capaz de enfrentar los desafíos contemporáneos.
El expresidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín, ha expresado públicamente sus reparos frente a una posible candidatura de Matthei, mientras que José Antonio Kast, líder del Partido Republicano, no parece particularmente entusiasmado con la idea.
Estas discrepancias no solo ponen de manifiesto las tensiones internas, sino que también exponen una derecha fragmentada, que sigue operando bajo lógicas de los años 80, con discursos maniqueos y poco adaptados a los tiempos actuales.
Cuando Matthei habla, su discurso evoca inevitablemente su pasado político: su defensa férrea de la dictadura militar, su campaña a favor del “Sí” en el plebiscito de 1988, y sus controvertidos llamados a boicotear productos británicos y españoles tras la detención de Augusto Pinochet en Londres. A pesar de los años transcurridos, su narrativa sigue anclada en un esquema binario, propio de la Guerra Fría, donde las ideas políticas se reducen a la clásica dicotomía de “nosotros contra ellos”.
Este estilo discursivo no es exclusivo de Matthei. Los líderes actuales de la Unión Demócrata Independiente (UDI), como Guillermo Ramírez, o del Partido Republicano, como Kast, perpetúan una retórica que parece haber sido sacada de una cápsula del tiempo.
El teórico alemán Carl Schmitt, con su concepto de la lógica amigo-enemigo, resuena con fuerza en estas posiciones, donde las complejidades del presente se simplifican en etiquetas ideológicas y donde cualquier forma de disentir se presenta como una amenaza.
Sin embargo, este discurso no solo carece de originalidad, sino que también resulta profundamente limitado frente a los desafíos actuales. Vivimos en un mundo atravesado por crisis globales –desde el cambio climático hasta la desigualdad social y las migraciones masivas– que exigen soluciones innovadoras y una visión política que trascienda los clichés de antaño. La derecha chilena, en su mayoría, parece incapaz de ofrecer respuestas significativas a estas problemáticas.
El filósofo chileno Hugo Eduardo Herrera, en su libro de 2014, advertía sobre la falta de complejidad del discurso Chicago gremialista. Esa misma crítica podría extenderse al resto de las derechas actuales. Más allá de las pequeñas excepciones –como algunos intentos por levantar una derecha liberal en programas como La Hora Liberal, liderado por figuras como Gonzalo Blumel o Ignacio Briones–, la narrativa predominante sigue siendo monocromática, incapaz de captar las demandas de una ciudadanía cada vez más plural y exigente.
Esta rigidez ideológica no solo es evidente en el ámbito político, sino también en el empresarial. El empresariado chileno, históricamente alineado con la derecha, sostiene un discurso simplista donde cualquiera que critique el modelo neoliberal es automáticamente etiquetado como estatista o socialista. Esta postura, además de polarizante, refleja una desconexión con las transformaciones sociales y culturales que han marcado las últimas décadas.
En este contexto, resulta urgente que las derechas chilenas emprendan un proceso de renovación conceptual y estratégica. No basta con tener candidatos competitivos como Matthei; se necesita una reflexión profunda que permita superar el reduccionismo ideológico y construir un proyecto político capaz de dialogar con las complejidades del presente.
El desafío es claro: abandonar las trincheras discursivas del pasado y abrazar un enfoque más abierto, crítico y creativo. Sin esta renovación, las derechas corren el riesgo de quedar atrapadas en un círculo vicioso de fragmentación y obsolescencia, incapaces de responder a las necesidades de un Chile que, más que nostalgia, demanda futuro.
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