Experimentamos el terror de una violencia inusitada en Damasco. En gran parte pudimos sobrellevarla en virtud del apoyo de amigos chilenos y extranjeros, quienes nos facilitaron la salida de Siria.
En mi calidad de diplomático y exencargado de Negocios de Chile en la República Árabe de Siria, con carta de gabinete, desde el 01 de diciembre de 2020 hasta el lunes 09 de diciembre de 2024, me tocó vivir con mi familia los hechos (de público conocimiento) acontecidos en Siria a partir del 27 de noviembre.
Teníamos programado partir de Damasco el 22 de diciembre del presente año. El viernes 06 de diciembre, nos reunimos el grupo de jefes de misiones latinoamericanas, en la residencia del embajador de Brasil, para compartir un plan común de acción ante la eventual caída de Damasco.
Ese mismo día decidí cambiar mis tickets para el domingo 08, saliendo de Damasco a Moscú, junto con las familias de los diplomáticos venezolanos. Ese día ya se escuchaban decenas de explosiones en la capital. En mi caso, yo ya estaba cesado en mis funciones y, por ello, ya no podía permanecer más tiempo en Siria, pese a haber ofrecido mis buenos oficios, de ser requeridos por la Cancillería chilena. No abandoné Siria ni a los pocos más de ciento cincuenta connacionales que residen en ella ni al personal local de la Embajada de Chile.
La madrugada del domingo 08, el embajador de Venezuela, José Biomorgi, nos envió su auto blindado (Siria nunca dejó de estar en un grave conflicto armado) con su chófer para resguardar la seguridad mía y de mi familia. Nos dirigimos a la residencia de Venezuela para salir desde ahí al aeropuerto de Damasco, a fin de tomar nuestro vuelo a Moscú. En el ínterin, las explosiones iban en aumento y las ráfagas de ametralladoras no cesaban. Estando ahí, nos enteramos del cierre del aeropuerto y de la cancelación de nuestro vuelo. Nos quedamos en la residencia del embajador Biomorgi junto a su familia y la de los miembros de su personal diplomático.
Las siguientes 29 horas fueron espeluznantes. Una tras otra se sucedían las ensordecedoras explosiones por doquier. Hoy me entero que fueron alrededor de 160. Temía por la seguridad y la integridad de mi mujer, mi hija de 8 años y de las familias venezolanas que estaban junto a nosotros.
Nos coordinamos en el grupo de WhatsApp del Grulac para pensar los pasos a seguir ante el inminente derrumbe definitivo del orden. Decidimos salir en un convoy el lunes 09 de diciembre, temprano por la mañana (hubo toque de queda desde las 16:00 horas del domingo hasta las 05:00 horas de la mañana siguiente), previa autorización de los gobiernos de los embajadores del Grulac compuesto por Argentina, Brasil, Cuba y Venezuela. Chile, ya sin representación, pese a mi ofrecimiento desinteresado. Se unieron a este convoy el encargados de Negocios de Bulgaria y España, ONU y otros amigos.
Podría dar detalles de lo ocurrido en Siria. Pero no es el motivo de esta columna. Ella es para dar un testimonio de gratitud al embajador de Venezuela, José Biomorgi; al embajador de Brasil, André dos Santos; al embajador de Argentina, Sebastián Zavalla; y al embajador de Cuba, Luis Mariano Fernández; por la amistad y apoyo incondicional en estos difíciles y duros momentos para todos. Gracias a ellos, mi familia y yo, pudimos cruzar a Beirut, Líbano.
Soy testigo de la preocupación permanente expresada por el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, y su canciller, por sus diplomáticos en Siria. El presidente Maduro solidarizó con el personal de su embajada; ofreció todo tipo de apoyos al embajador Biomorgi, a su familia, a la de los funcionarios diplomáticos venezolanos y también a la mía.
El embajador de la República Bolivariana nos otorgó todo tipo de facilidades para nuestra salida y para protegernos del peligro. No puedo no dejar por escrito mis agradecimientos a todos ellos. La nobleza no obliga, sino que agradece.