Al fin y al cabo, los desastres no son naturales, sino el resultado de una falta de prevención y planificación ante los fenómenos de la naturaleza.
En el contexto de cambio climático aumentan los riesgos asociados a eventos hidrometereológicos y nos damos cuenta de la creciente necesidad y urgencia para aumentar la resiliencia de nuestras comunidades. En los últimos años vimos ambas caras de un clima cada vez más extremo: desde devastadores incendios forestales a inundaciones extensas. Muchas veces las comunidades no estaban preparadas para lo que venía, con la consecuencia de que murieron personas y hubo grandes daños no solo para la infraestructura humana, sino también para los ecosistemas afectados.
Cuando hablamos de desastres, es fundamental destacar que las niñas y niños son especialmente vulnerables y merecen una protección especial. Según UNICEF cerca de mil millones de niñas y niños en todo el mundo actualmente están en situación de riesgo extremadamente alto debido a los efectos del clima y las catástrofes relacionadas. Desde el año 2000 más de 80.000 escuelas quedaron dañadas o destruidas. Más allá de las consecuencias inmediatas, las niñas y niños afectados enfrentan problemas asociados como la interrupción de la escolarización, la desnutrición, la falta de atención sanitaria y protección.
Sin embargo, también son actores clave para construir sociedades más resilientes frente al cambio climático y los desastres. A través de la educación y su participación activa en las escuelas, no solo les podemos proteger, sino empoderar para que, junto con sus comunidades, sean parte esencial de la respuesta y la prevención de riesgos climáticos y ambientales. Aparte de planes nacionales y gestión eficaz de las instituciones, tenemos que crear una población informada, consciente y empoderada, la cual también incluye a la generación más joven.
Para este propósito, los establecimientos educacionales a lo largo de nuestro país son ideales por varias razones. Por un lado, son lugares de traspaso de conocimientos, lo cual los predestina para concientizar y preparar no solo a las niñas y niños, sino también a la comunidad. A través de la educación, las y los estudiantes aprenden a protegerse y, además, se convierten en agentes del cambio en sus familias al compartir lo que han aprendido.
Por otro lado, los desastres afectan a nivel local, por lo cual es evidente que no solo debemos desarrollar una estrategia a gran escala, sino también a nivel comunal. En caso de emergencia es clave que los actores en el lugar afectado sepan cómo responder y que sigan funcionando los servicios básicos como la salud, el saneamiento y la educación. Es indispensable que las escuelas, que cumplen funciones más allá de la enseñanza, por ejemplo, al entregar alimentos, sigan funcionando en caso de emergencia y que cumplan su parte en una respuesta coordinada de la comunidad local.
Finalmente, muchos establecimientos educacionales, particularmente en zonas rurales, se encuentran en zonas altamente expuestas a amenazas. Es fundamental que minimicemos el riesgo de estos establecimientos al reducir su exposición y su vulnerabilidad. Las escuelas, donde las niñas y niños se encuentran durante gran parte del día, deben ser fuertes en momentos de desastre y la comunidad educativa debe ser motor para crear más conciencia y capacidad de respuesta.
En esta misma línea, el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres que fue iniciado en el 2015 por la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR), destaca que “las escuelas desempeñan un papel fundamental en la promoción de una cultura de prevención de desastres” y que “fomentar la capacidad de reacción de niños y jóvenes puede ayudar a proteger a familias y comunidades enteras”.
Es digno de mencionar y valorar que a nivel global Chile es uno de los países más preparados para enfrentar terremotos o tsunamis y que las comunidades saben cómo prepararse y responder en caso de estas emergencias. Según el estudio de la psicóloga educacional Valeria Cabello, que fue publicado en el año 2022 en la revista científica Frontiers in Earth Science, la mayoría de las y los estudiantes en Chile están familiarizados con ambas amenazas y pueden explicar sus causas.
Sin embargo, según dos encuestas realizadas por nuestra ONG como parte de un estudio de casos con estudiantes de 6° a 8° Básico, en cinco escuelas en las comunas de San Felipe y Llay-Llay, vimos que muchas niñas y niños no tienen una idea clara del cambio climático y no saben cómo actuar en caso de emergencias como aluviones, inundaciones u olas de calor. Además, los Planes Integrales de Seguridad Escolar (PISE) se enfocan principalmente en terremotos, tsunamis e incendios estructurales, pero dejan de lado las amenazas asociadas al cambio climático.
Por eso, hay que destacar primero la necesidad de darles más importancia y espacio a los temas del cambio climático y de la prevención del riesgo de desastres en las clases regulares. Además, hay que incluir las amenazas asociadas al cambio climático en el PISE de cada escuela y hacerlo un instrumento vivo que se elabore y actualice con apoyo activo de la comunidad educativa y en especial en conjunto a las niñas y niños. No debe ser un simple formulario que se completa para luego quedar olvidado en un cajón, sino una herramienta clave para la preparación y respuesta ante situaciones de emergencia.
Al fin y al cabo, los desastres no son naturales, sino el resultado de una falta de prevención y planificación ante los fenómenos de la naturaleza. Por eso, es tarea de toda la sociedad fortalecer nuestra resiliencia ante eventos asociados al cambio climático y las niñas y niños en sus escuelas deben recibir un rol especial en concientizar y preparar a nuestras comunidades.