Es preocupante que en pleno siglo XXI nuestras universidades, que deberían ser faros de pensamiento crítico y transformación social, continúen reflejando estructuras hegemónicamente masculinizadas profundamente arraigadas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de querer salvar la UFRO? ¿Queremos salvar también la educación pública? ¿Y cómo y a qué costo? Cuando solo actuamos por lógicas mercantiles, preocupados de la acreditación, de la productividad. ¿Salvamos así la Educación Pública? Probablemente no, ya que solo acrecentamos las brechas de desigualdad impuestas por el mercado
¿Qué educación pública queremos salvar? La del mercado ¿es esa? La que nuestra Universidad de La Frontera y muchos de sus funcionarios y académicos quieren salvar, las que les garantiza atropellar a los otros desde sus lógicas de competencia, no importa la igualdad de condiciones.
La reciente elección a puertas cerradas del vicerrector académico en nuestra universidad no puede entenderse solo como un acto puntual o procedimental, sino como una manifestación más de la hegemonía masculina que impera en nuestra institución.
Este tipo de procesos opacos son ejemplo de cómo el patriarcado, en complicidad con las lógicas neoliberales, perpetúa estructuras de poder excluyentes y desiguales que favorecen a unos pocos, mayoritariamente hombres, en detrimento de la mayoría, y además, las decisiones son tomadas por hombres, dentro de lógicas de poder desiguales y de mercado.
Claro ejemplo de ello fue la desvinculación de 297 funcionarios, de quienes (cifras obtenidas por los funcionarios, ya que no hemos tenido acceso a datos oficiales) un 54% está compuesto por mujeres. Cabe señalar que el número no es lo trascendente acá, ya que podríamos decir que hay cierto parámetro de paridad, sin embargo, cada mujer desvinculada da para un profundo análisis, y aquí es donde se evidencia la falta de criterios de género que fueron tan solicitados: el 89% de ellas son jefas de hogar, mujeres que mantienen solas a sus hijos e hijas, mujeres precarizadas, mujeres que han vivido violencia de género, mujeres cuidadoras.
Ahí es donde no se produce la mirada de género, ya que la decisión es tomada por hombres, académicos, con educación por sobre la media, con puestos de poder y privilegios en que la igualdad y equidad quedan ausentes. Estos mismos hombres que pujan por quién es mejor y se queda con la rectoría, avalados por otros hombres y mujeres que tampoco tienen mirada de género, porque el patriarcado al fin del día nos cruza a todas y todos
El patriarcado no opera en un vacío: como bien señala la feminista Silvia Federici, está íntimamente ligado a las transformaciones del capitalismo. En su obra El patriarcado del salario, Federici expone cómo los sistemas de poder económico y político han sostenido históricamente la subordinación de las mujeres, asegurando que su trabajo –y su participación social– permanecen invisibilizados y desvalorizados.
En las universidades, estas dinámicas se reflejan en el acceso restringido a los puestos de liderazgo y en la persistencia de techos de cristal que impiden a académicas altamente capacitadas ocupar posiciones estratégicas.
Amaia Pérez Orozco, por su parte, en Subversión feminista de la economía, explica cómo el neoliberalismo refuerza la lógica de exclusión al transformar la universidad en una institución que opera bajo parámetros mercantilistas. La educación superior se convierte en un espacio donde se priorizan los intereses de las élites y se consolidan redes de poder masculinas, mientras que las dinámicas democráticas, la justicia social y la equidad de género son relegadas a un segundo plano.
En este contexto, las elecciones cerradas, como la que hemos presenciado, no son solo antidemocráticas, sino expresiones de un modelo institucional que reproduce y legitima estas desigualdades. Por eso es que la lucha debe ser inclaudicable, ya que, en una institución patriarcal, hasta la misma Dirección de Género de esta universidad calla ante estos hechos y despide mujeres jefas de hogar.
Es preocupante que en pleno siglo XXI nuestras universidades, que deberían ser faros de pensamiento crítico y transformación social, continúen reflejando estructuras hegemónicamente masculinizadas profundamente arraigadas.
El hecho de que las decisiones más importantes se sigan tomando en círculos cerrados, predominantemente masculinos, es una prueba de cómo el patriarcado excluye sistemáticamente a mujeres y otros grupos históricamente marginados, reforzando un orden jerárquico que beneficia solo a unos pocos.
La falta de transparencia en este tipo de procesos no solo mina la legitimidad institucional, sino que también perpetúa un modelo de gobernanza que contradice los principios de pluralidad, equidad y justicia que deberían regirnos. Más que un problema de procedimiento, estamos ante una crisis ética y política que debe ser enfrentada con urgencia.
Es fundamental que nuestras universidades no solo se limiten a incluir en sus discursos la equidad de género, sino que implementen mecanismos concretos que desmantelen las lógicas patriarcales y neoliberales que atraviesan su funcionamiento. Esto requiere abrir espacios de participación, garantizar procesos democráticos y apostar por una representación inclusiva en todos los niveles de decisión.
Como comunidad académica, debemos exigir una transformación profunda de nuestras instituciones. Porque, como bien señala Federici, “el cambio no vendrá de la buena voluntad de las élites, sino de la organización y la lucha colectiva”. Pero esta transformación solo vendrá de la mano de más democracia y más participación.