El caso Caputo ilustra así cómo la “batalla cultural” opera hoy en América Latina: ya no como una abstracta lucha por la hegemonía, sino como una estrategia concreta que transforma incluso a tecnócratas en guerreros ideológicos, y a países vecinos en ejemplos morales de lo que hay que evitar.
Las recientes declaraciones sobre Chile del ministro de Economía argentino, Luis Caputo, son mucho más que un exabrupto diplomático. Al calificar a Gabriel Boric como “un comunista que está por hundir” al país, y presentar a Chile como víctima de haber “descuidado la batalla cultural”, Caputo construye una narrativa que merece ser analizada en detalle.
Lo que hace a Gramsci relevante aquí no es una abstracta teoría de la hegemonía, sino cómo sus ideas sobre el control de los sistemas de significación se materializan en el discurso de Caputo. El ministro argentino construye un relato específico: Chile, dice, fue “el país de Latinoamérica que más gente sacó de la pobreza desde los años 80 hasta el 2010”, pero cometió un error fatal al descuidar “la batalla cultural, esa que hoy da fuertemente Axel Kaiser”.
La estructura del relato es reveladora: hay un pasado glorioso (Chile 1980-2010), un pecado original (el descuido de la batalla cultural), un villano (Boric, “el comunista”) y un héroe que resiste (Kaiser). Toda una épica.
Esta narrativa no es inocente: busca redefinir la realidad chilena actual, no en términos de datos económicos o políticas públicas, sino como una batalla moral entre fuerzas del bien y del mal. Las fuerzas del mal deben presentarse como todopoderosas y a punto de obtener su victoria, para que, por mediocres que sean, puedan ser ensalazados los héroes que se le oponen, como fuerzas del bien.
Lo particularmente interesante es que quien articula este discurso no es un típico ideólogo de derecha radical, sino un tecnócrata formado en JP Morgan, con experiencia en el Deutsche Bank y una trayectoria como gestor de deuda pública. Su adopción de esta retórica sugiere que la “batalla cultural” ha trascendido los círculos ideológicos tradicionales para permear incluso los espacios tecnocráticos.
Caputo utiliza a Chile como una parábola moral para la región: un país que logró el desarrollo económico pero que, según su narrativa, está en peligro de perderlo todo por no haber defendido adecuadamente sus logros en el terreno cultural. El mensaje implícito es claro: el éxito económico no es suficiente; se requiere una activa “batalla cultural” para mantenerlo.
La elección de Chile como ejemplo no es casual. Al presentar al país vecino como una tragedia en desarrollo, Caputo justifica la necesidad de una movilización permanente contra las fuerzas que, según su relato, amenazan con “hundir” no solo a Chile sino potencialmente a toda la región.
No importa que la realidad económica chilena sea más compleja o que las políticas de Boric disten de ser radicales: en la lógica de la “batalla cultural”, lo que cuenta es la construcción de narrativas dramáticas que movilicen emociones y redefinan el sentido común.
El caso Caputo ilustra así cómo la “batalla cultural” opera hoy en América Latina: ya no como una abstracta lucha por la hegemonía, sino como una estrategia concreta que transforma incluso a tecnócratas en guerreros ideológicos, y a países vecinos en ejemplos morales de lo que hay que evitar.
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