Publicidad
Una carta para Navidad, con amor y sin dinero Opinión

Una carta para Navidad, con amor y sin dinero

Publicidad
Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
Ver Más

¿Y cómo debes recibir y leer una carta personal? Es importante que las abras y leas en un momento calmo.


Un remolino de emociones nos conmueven en Navidad. Nostalgias de la niñez, de navidades felices y de los que ya no están; la gratitud por un amor persistente; el recuerdo amargo de una familia disfuncional y agresiva; expectativas imposibles y frustradas; la angustia de padres que no pueden regalar a sus niños; un balance anual con deudas de afecto. En la celebración vemos de reojo una emoción contenida, un silencio sordo y solitario pidiendo socorro.

Ello se cruza con una contradicción de nuestro tiempo: un consumo desenfrenado nos hace perder el foco de la Navidad. Se supone una fiesta religiosa o espiritual,  ya creamos en la venida de Jesús como hijo de Dios, o en la conmemoración del nacimiento de un profeta o de un gran iluminado. Como sea, su mensaje ha marcado nuestras vidas, la cultura de Occidente y de casi todo el mundo durante dos mil años.

Pero la voraz mercantilización no tiene piedad y absorbe hasta lo más noble. Llega a opacar la venida de Jesús. Hace siglos la fiesta de los regalos era en otra fecha y solo para los niños pobres, recordando a San Nicolás. Martín Lutero tuvo la mala idea de trasladar la fiesta de los regalos al día Navidad. Y así fuimos suplantando la celebración de la venida de Jesús por la llegada del Viejo Pascuero o Santa Claus. De regalos a los niños pobres, casi ni hablar.     

Durante el último siglo la Navidad se fue transformando en un festín pagano y secular, una especie de botín del consumo que se disputan los comerciantes. Nos regalamos ansiosos y con desmesura. 

Como ahora estamos en años de vacas flacas, en que hay amor pero no dinero, quizás sea una oportunidad mezclar ambas realidades  intentando recuperar el sentido de la Navidad. Podríamos hacer un regalo que mezcle un acto de amor con la manifestación de la pobreza, ambos mensajes exigentes de Jesús. 

Una posibilidad es regalar una carta personal para Navidad a quienes más quieres. Una carta con amor y sin dinero. Escrita con autenticidad y buena intención. Emociona y  gratifica a quien la recibe y a quien la escribe. Es una joya tallada de sentimientos y pensamientos dirigidos al otro. No cuesta dinero, no tiene ticket de cambio ni fecha de vencimiento, dura para siempre y no pasará de moda.

¿Cómo escribir una carta personal? Tienes que detenerte y desconectarte un poco, para descender a lo más profundo de ti mismo. Ojalá no escribas palabras vacías ni frases hechas. Tampoco palabras muertas. Solo sirven las palabras vivas, que son auténticas, aunque las escriba un niño de seis años o un viejo de cien. Aquellas que nacen del corazón, de las entrañas o del alma.

Las palabras vivas alzan sus alas y se elevan alto. Revolotean, ríen o lloran, se tiran en picada, mueren y resucitan cien y mil veces. Entran directo en la profundidad del otro, al mismo punto desde donde las enviaste tú. ¡Es cierto! Son como un espejo, por eso las palabras vivas conmocionan a ambos.

Yo he visto ir y venir palabras vivas, como una materia sutil y transparente que penetra los cuerpos. Y luego adentro iluminan, abren una esperanza. O tal vez duelen. Pero no dejan indiferente. Las palabras más vivas tienen buena puntería y dan en el clavo. Si duelen, es un síntoma de algo más profundo. Pero el dolor enseña algo nuevo. 

Las palabras muertas y las frases hechas, en cambio, van al despeñadero. Pierden sentido y dejan de tener luz. Quedan atrapadas en la penumbra, vacías, sordas y mudas.  

Las cartas personales son un rito milenario, que anima a decir cosas importantes y profundas. Refina tu emoción, destila tu sentir o estructura tu pensar. Te obliga a ir más hondo que cuando hablas.

Al escribirlas conversas imaginariamente con alguien que está ausente físicamente, pero que traes a tu presencia, conversando con el otro y contigo mismo. Emily Dickinson, poetisa del siglo XIX, decía que sentía que “una carta es como la inmortalidad, porque es la mente sola sin un amigo corpóreo. En deuda con la actitud y el acento cuando hablamos, pareciera que el pensamiento tiene un poder espectral cuando camina solo…”.

Te recomiendo escribirlas a la antigua: a mano, en papel, con un lápiz que chorree tinta, con frases tarjadas y  borrones. Tu letra, tus énfasis, dibujos y borrones también hablan. Manuscribir nos aleja de la pantalla y nos acerca al alma. 

¿Y cómo debes recibir y leer una carta personal? Es importante que las abras y leas en un momento calmo. Llénate de humildad, abre tu mente y tu alma. Esas cartas se “transleen”, como si fueran transparentes. Pedro Salinas, un escritor español, decía que la carta, “por ser mero signo, se adelgaza, casi se inmaterializa y toma apariencia de puro tráfico de espíritu”. 

Así como el vino se envejece en la madera, la palabra viva también se enriquece con el tiempo. Guarda esa carta en un lugar secreto y reléela de vez en cuando, no todo se entiende la primera vez. Cuando mueras, ordenarán tus cosas y encontrarán una caja escondida y cerrada. Creerán que dejaste allí un testamento o algo de gran valor. Pero aparecerá un tesoro lleno de alma.

Al abrir la caja de tus cartas emanará un resplandor y soplará un aire fresco que llenará toda la sala. Probablemente es lo más valioso y personal que guardabas. Un paquete de cartas que conmovieron tu vida, con olor a papel viejo, tinta, polvo y madera.

¿Y cuándo es el momento de escribir una carta personal? Rainer Maria Rilke, poeta de principios del siglo XX, decía que para escribirlas requería entrar en sí mismo y tratar de reconocer “su más íntimo sentimiento en su hora más callada”… “y algo más que los utensilios imprescindibles, a saber: algo de tranquilidad y soledad, y una hora que no sea demasiado extraña”.

Marina Tsvietáieva, una escritora rusa de la misma época, decía que la carta se escribe cuando ella quiere ser escrita, es “una forma de comunicación fuera de este mundo, menos perfecta que el sueño, pero sujeta a sus mismas leyes. Ni la carta ni el sueño… se producen cuando nosotros queremos, sino cuando ellos quieren: la carta ser escrita y el sueño ser soñado”.

Pero eran otros tiempos. Tú no esperes el momento justo en que escuches los grillos y veas la luna llena. Lánzate sin demora. Si algo te impulsa a hacerlo, has tenido tu propia Anunciación. No te complique si crees que lo harás mal, no hay drama en que tus palabras resuenen toscas. 

Solo escribe con autenticidad, algo de amor y palabras vivas, tal como lo hace un niño. Quien reciba tu carta sentirá y agradecerá lo que le escribiste. Tus palabras le llegarán al mismo lugar de su profundidad desde donde tú se las escribiste. Y si ya no te quedara amor ni tampoco dinero, quizás la carta te sirva para recuperar el primero. 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias